Rusocentrismo

Con los libros pasa como con los lugares que visitamos: si volvemos a ellos, la experiencia nunca es la misma. A veces, tras una primera recital, no se revela todo el sentido de una obra y, si la retomas abriles más tarde, descubres que un pasaje al que solo prestaste atención de pasada encierra una verdad que te corta el aliento. El tiempo nos hace lectores menos presurosos. Revisito El Paraíso protector de Paul Bowles, ese clásico actual que me entusiasma desde los abriles que viví en Tánger. ¿Su trama? Unos viajeros estadounidenses, más inocentes de lo que presumen, se adentran en el África de la posguerra, y allá de su hogar acaban desorientados y casi destruidos. Me sacude la consejo de Port Moresby sobre nuestra tendencia a pensar (ilusoriamente) que la vida es un “pozo inagotable”, cuando en sinceridad “todo pasa cierto número de veces, muy pocas”. En su acondicionamiento cinematográfica, estas palabras, dichas por el escritor en un cameo desde un café de Tánger, sirven de colofón. 

Si hace un quinquenio me hubieran preguntado cuántas veces volvería a San Petersburgo, no habría sabido proponer un número, acostumbrada desde mis tiempos de estudiante a suceder parte de las descanso allí. Ahora, los eslavistas vemos esa perspectiva con incertidumbre. Como una metáfora perfecta de estos tiempos, ya no hay vuelos directos a Rusia, lo que refleja la lontananza que se ha instalado entre nosotros. Aun así, ¿querría retornar? Leo que un 60% de la población, según una sondeo del diario Kommersant, apoyaría un segundo intento de tomar Kyiv. Aunque tomemos estos datos con pinzas, la invasión de Ucrania, como un final en diferido de la antigua Unión Soviética, marca el fracaso colectivo de Rusia, o al menos de una parte de su sociedad, convencida de que los crímenes de querella son males necesarios. Dice un verso de Tiútchev que Rusia no se puede entender con la razón, que solo se puede creer en ella, y sin duda esto mismo lo aplican a Putin.

opi 2 de l'11 agost
Ferran Mateo

Aun allá del país más extenso del mundo, nos llega la propaganda tóxica del Kremlin. En la argot marcial existe el término maskirovka referido a técnicas de enredo, camuflaje y desorientación. Es una praxis antigua, pero se perfeccionó en la época soviética, y Rusia, como alumna aventajada, la usa en todos los ámbitos. En este costado del carta hay hacedores de opinión –algunos de los cuales poco sabían de Ucrania más allá de su calificativo de “depósito de Europa” y del siniestro de Chernóbil– que repiten el ámbito mental putinista de que los ucranianos no son sujetos políticos independientes. Los reducen a víctimas del imperialismo estadounidense, como si solo las superpotencias tuvieran derecho a una voz propia, y se convierten así en portavoces del impe­rialismo ruso. Luego incluso están los molestos por la atención mediática alrededor de Ucrania: en un deporte comparativo expedito, aluden a otros conflictos y crímenes, pero el resultado de esa querella de comparaciones es dividir a las víctimas. La maskirovk a no sabe de fronteras, no distingue a izquierda o a derecha. Persigue la simplificación, el relativismo, la pola­rización.

Aun allá del país más extenso del mundo, nos llega la propaganda tóxica del Kremlin

Esos mismos tildaron los retratos de Olena Zelenska en Vogue (¿leyeron la entrevista?) de frívolos. No soy una gran concubina de Annie Leibovitz en su fase de sacar fotos icónicas a políticos y famosos, pero sí de su primera etapa hasta su trabajo en la querella de los Balcanes (véase Annie Leibovitz at work ). La fotografía, dijo su entonces pareja, Susan Sontag, es participar de la vulnerabilidad del sujeto retratado. Frente al secretismo del entorno de Putin, la vistazo a cámara de Zelenska soliviantó de nuevo a quienes se encuentran más cómodos con una Ucrania sin rostro ni voz. ¿Se deje demasiado de un país sometido a una ataque atroz, que incluye la amenaza de desastre nuclear o las violaciones grupales? “Es extraño charlar de exterminio ucraniano y moda ucraniana en la misma conversación y, sin requisa, esta es la disonancia cognitiva de la presente Ucrania”, leemos en la revista. Todavía escandalizaron las imágenes de ucranianos tomando el sol, pero no las de turistas rusos en Crimea. En la cubierta de la revista Stern , en cambio, vemos el rostro de Schröder, convertido en correo del zar. Comenta que Putin es partidario de una decisión negociada (siempre que sea con sus condiciones). Gesticula: “Quién cree seriamente que un presidente ruso renunciaría a Crimea” y recuerda, cínicamente, que el válvula del Nord Stream 2 sigue ahí.

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