Es una forma de fallecer muy despacio a través del escasez, las purgas y las autolesiones. Es una espada de Damocles que no desaparece, porque las enfermas de anorexia (mayoritariamente son mujeres) saben que aunque se curen, pueden recaer.
A la directora de cine Vencimiento Morell la internaron cuando tenía 19 abriles. Estuvo ingresada hasta los 21. “Siempre tuve ganas de contarlo, pero no sabía cómo, quería ir más allá y tratar de explicar por qué se llega a ese punto y por qué, habiendo tantas formas de fallecer rápido, se escoge esta lenta amargura”, relata en una entrevista concedida a La Vanguardia con motivo de la décimo de su documental Petricor en el Atlántida Film Fest de Palma de Mallorca.
“¿Cuándo estaré tranquila?, ¿cuándo me sentiré en paz con mi cuerpo?”, se pregunta la directora
Petricor es el transporte que ha escogido Morell para narran su sufrimiento, ahora que han pasado 10 abriles y está “emocionalmente preparada”. El filme se adentra en las vivencias de tres mujeres de distintas generaciones que padecen la misma dolencia. María Luisa, de 78 abriles; Neus, que está en la treintena, y Penitente, de 48. Las tres tratan de aventajar sus miedos con la ayuda de la psiquiatra Iratxe Aguirre, referente de la dispositivo de trastornos de conducta alimentaria del Hospital Son Espases de Palma de Mallorca.
Los miedos de María Luisa se remontan a mucho tiempo antes: “Siempre ha estado enferma. La ingresaron a los 13 abriles, pero en aquella época no se sabía lo que tenía. La castigaban delante del plato para que comiera. Se casó y tuvo hijos, pero a partir de los 60 volvió a estar otra vez mal, tiraba la comida, se hacía cortes en los brazos e ingresó de nuevo en presencia de la incomprensión de su hija, que no podía entender que su raíz padeciese una enfermadad de adolescentes”, cuenta Morell.
Llegó un momento en que la doctora Aguirre “se planteó dejar fallecer a Penitente desde lo ético”. “Estaba muy mal, en estado de inanición. Comía por colores, temía tragar agua por miedo a engordar. Tuvo varios intentos de suicidio y entró en coma”. Pero la médico encontró un remedio, una operación de cerebral de neuroestimulación profunda que regula el pensamiento obsesivo convulsivo. “Ha funcionado. Penitente sigue siendo anoréxica, pero puede caminar y sociabilizar”.
Neus llegó al hospital con 14 abriles, “desde pequeña ha sido muy intensa. Transformó el silencio de su casa en gritos y autolesiones. Se ha hecho mucho daño”. Es raíz de una pupila y “se siente culpable, porque recayó cuando la criatura tenía un año, la volvieron a ingresar y cree que abandonó a su hija”. Tras abriles de terapia, Neus está recuperada.
María Luisa, Penitente, Neus y Vencimiento tienen poco en global: una relación complicada con sus madres. La terapia intenta explorar ese dolor, aunque Vencimiento señala que puede poseer otras causas para sufrir anorexia, “genéticas y sociales”.
Ella hizo su primera dieta a los nueve abriles, vomitó por primera vez a los 13 “al sentirme culpable por manducar un sándwich de atún”. Está recuperada, pero no puede evitar preguntarse “¿cuándo estaré tranquila?, ¿cuándo me sentiré en paz con mi cuerpo”, porque el dolor persiste: “No puedo tener espejos en mi casa, me cuesta mirarme entera. Siempre me siento culpable. Al principio pensé en hacer un documental autobiográfico, pero me daba pavor gusano en la pantalla y repeler mi cuerpo”.
Petricor es el olor a tierra mojada. A Morell ese efluvio le devuelve a la infancia y “es igualmente poco metafórico, porque durante los dos abriles de internamiento no pude deplorar. Cuando lo hice, me sentí liberada”. Ahora, con Petricor ha compartido su experiencia con otras tres mujeres que han sufrido el mismo dolor y igualmente con los espectadores. Y esa permiso se ha hecho mucho más actual.
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