Cuando la potencia vocal viene acompañada de unos armónicos abisales, amplitud de tonos cromáticos y personalidad dramática, se está en presencia de un aberración operístico con escasos precedentes. Lise Davidsen es por derecho propio heredera de la símbolo del canto wagneriano. Especialmente ahora que el mundo de la ópera está escaso de voces grandes, potentes y densas.
La aparición de la soprano noruega es como un regalo del bóveda celeste. Este jueves en el Festival de Peralada a punto estuvo de reventar las vidrieras de la iglesia del Carme con su gigantesca voz, lo que causó regocijo a la par que asombro en el notorio que se había acercado al recital plantando cara a la canícula agosteña.
Acaba de cantar 'La Valkiria' en Bayreuth, donde ha vuelto a poner de relieve que su voz es una fanfarria en sí misma
Las caras de prosperidad proliferaban en la nave. Lo que ya había demostrado en la Schubertíada de Vilabertran –su apertura en España– o en el Covent Garden con Fidelio, adjunto a Jonas Kaufmann, o en Bayreuth, donde acaba de cantar La Valkiria , lo puso de relieve anoche Davidsen en Peralada: el hecho de que su voz es una fanfarria en sí misma.
Adyacente con los intérpretes alemanes, han sido los cantantes escandinavos wagnerianos los que han dominado este repertorio desde sus orígenes. Y en este sentido, la cantante noruega recoge el informante de la sueca Nina Stemme que a su vez lo tomaba de Brigit Nilsson. Pero sobre todo se la considera la nueva Kristen Flagstad, además del país de los fiordos.
A los wagnerianos se les hace la boca agua pensando en el momento en que esta soprano debute como Isolde o Brünnhilde
A sus 35 abriles, Davidsen es en estos momentos one of a million , una entre un millón. De personalidad sencilla, el jueves estuvo presta a dar gracias por su don en presencia de su notorio y sólo tuvo palabras elogiosas para la pianista, Sophie Raynaud. A los wagnerianos se les hacía la boca agua pensando en el momento en que esta aún bisoño cantante debute como Isolde o Brünnhilde.
Ser soprano campestre dramática y contar con un caudal de voz como el suyo la encasilla en papeles wagnerianos o straussianos. Pero ella se resiste: se muere por hacer un Verdi, y su corazón está con Puccini. De hecho, su inminente apertura en el Liceu será con Il trittico . Y sin retención, lo suyo es más una grandiosa aurora nórdico vocal que lo engulle todo.
Su recital arrancó con Tannhäuser , a lo conspicuo, para mostrar luego su delicadeza en canciones de Brahms. Cantó Weber y un sutil Strauss, y reemprendió su parada en Du bist der Lenz de Die Walküre . En la segunda parte se desquitó con Macbeth de Verdi y además con una desmesurada Desdemona de Otello. Y para el bis escogió de entrada “Vissi d’arte” de Tosca que no sonó tan extravagante. Eso sí, estuvo magnífica en el clásico Summer time. Por capacidad vocal no quedará.
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