Desde los impositus romanos no se conoce otro sistema de organizarnos para sufragar los gastos de todos: algunos quizás superfluos, muchos de ellos necesarios. Aunque sólo por milenarios, los impuestos son tradición, manifestada in saecula saeculorum de variopintas formas.
Paisaje de la iglesia parroquial de Sant Martí de la Mancha.
En épocas de la Corona de Aragón, por ejemplo, se estilaban los fogajes (fogatges, en catalán; fogaches, en aragonés), una especie de derrama que interpelaba a las casas como sujetos fiscales. Una hachón -de aquí el nombre-, un hogar, un contribuyente.
Los reyes utilizaban asiduamente los fogajes para financiar los recurrentes conflictos bélicos con el vecino de turno. En nombre de la transporte, muchas veces eran las iglesias quienes hacían de intermediario entre el terrateniente medio y la hacienda del reino.
Vergel de la iglesia parroquial de La Mola, en el Pla de l'Estany.
El archivo de este modus operandi medieval descubre la importancia de Sant Martí de la Mancha, una pequeña parroquia gerundense a quién Mar Rovira retrata sagazmente para Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia.
La iglesia de Sant Martí -próxima a Palol de Revardit, en el Pla de l'Estany-, recolectó en su prime las aportaciones de hasta doce fuegos eclesiásticos. Presumiblemente doce masías. El cantidad pertenece al Fogatge de 1378, por el cual el monarca Pere IV libró su pugna contra el duque de Provenza.
Paisaje del pórtico principal de la iglesia de Sant Martí de la Mola.
Ubicándose la sofisticada construcción románica íngrima entre bosques prepirenaicos -a los cuales, no obstante, abochorna su imperial campanario-, un servicio burócrata y religioso en monopolio a un buen puñado de kilómetros a la redonda no es correr beocio.
En cualquier caso, la riqueza natural de su entorno y la sofisticada mise en place de cada piedra de la iglesia de Sant Martí son per se motivos para rendirle turista. Más, sin tasa turística que la profundo.
Imagen de la iglesia de Sant Martí de la Mola.
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