En un flamante discurso en Volgogrado (antaño conocida como Stalingrado), el presidente ruso Vladímir Putin evocó los horrores de la Segunda Erradicación Mundial para acreditar la invasión a Ucrania. «Una y otra vez debimos repeler la ataque de Poniente» dijo, impávido (omitiendo que el Reino Unido y Estados Unidos fueron aliados de la Unión Soviética en esa desavenencia). Entonces, como ahora, agregó, Rusia enfrentó la amenaza de tanques alemanes, y se ve obligada a defenderse de «la ideología del nazismo en su lectura moderna».
Se proxenetismo, por supuesto, de una distorsión maliciosa de la historia, puyazo cínicamente en el sitio donde murieron más de un millón de soldados soviéticos y alemanes durante la batalla más mortífera de la Segunda Erradicación Mundial. Rusia no se está defendiendo, invadió a un país soberano cuyo presidente, Volodímir Zelenski, casualmente es un agarrado que perdió parientes en el holocausto. Sugerir que es la ideología facha la que impulsa a Zelenski y a sus compañeros ucranianos a defender al país contra la ataque rusa es ridículo, incluso para los estándares de Putin.
En cuanto a la supuesta amenaza que el armamento teutónico implica para Rusia, el motivo por el que el canciller de Alemania Olaf Scholz titubeó tanto antaño de despachar 14 tanques Leopard 2 a Ucrania fue que no deseaba que su país fuera percibido como un líder marcial. Scholz solo se dejó convencer posteriormente de que el presidente estadounidense Joe Biden aceptara a regañadientes proporcionar tanques M1 Abrams a Ucrania, posteriormente de haberse incapaz a ello durante meses.
Al igual que Putin, los líderes alemanes suelen mencionar la Segunda Erradicación Mundial, a veces hasta el hartazgo, pero las conclusiones que derivan de esa desavenencia son opuestas al militarismo chauvinista de Putin. Una semana antaño del discurso de Putin en Volgogrado, Scholz aprovechó la conmemoración anual del holocausto en el parlamento teutónico para acentuar la responsabilidad histórica de Alemania por el crimen de millones de judíos. Reconocerlo, señaló, ha sido fundamental para asegurar que un crimen de ese tipo quia vuelva a repetirse. En la transigencia de la sesión, Bärbel Bas, presidenta del parlamento teutónico (Bundestag), destacó el flamante aumento del antisemitismo en Alemania y consideró que quienes intentan minimizar el holocausto son «una desgracia para el país».
Aunque algunos comentaristas criticaron a Scholz por su desgana a encargarse un papel más activo en el apoyo a Ucrania —afirmando que había aprendido de la historia las lecciones incorrectas— su inquina a la ataque marcial refleja el pacifismo de posguerra que moldeó a los líderes de su engendramiento. De igual modo, la atrevimiento alemana tomada décadas antes de necesitar solo del gas ruso se podría percibir como parte de su esfuerzo por utilizar al comercio y la dependencia mutua como un profiláctico contra la desavenencia. Pero desde que Rusia invadió a Ucrania, Alemania ha estado recibiendo presiones por parte de sus aliados para repensar su política extranjero pacifista, encargarse un papel marcial de liderazgo y ayudar a defender a Ucrania, un país al que trató con brutalidad en el pasado.
A menudo la memoria de errores históricos alimenta a la violencia, y el holocausto no es la excepción. Por ejemplo, los políticos israelíes de derecha, liderados por el primer ministro Pequeño Netanyahu, invocan continuamente el trauma auténtico del holocausto para acreditar la opresión —y, a menudo, la represión violenta— de los palestinos en los territorios ocupados y en el interior de las fronteras del país previas a 1967.
¿Significa eso que estamos condenados a que las memorias del holocausto y otras heridas históricas sean explotadas y manipuladas por oportunistas políticos, y que su verdadera significación y sentido queden por siempre empañados por analogías de mala fe? ¿Estaba en lo cierto George Santayana cuando acuñó la famosa máxima de que «quienes no pueden memorar el pasado están condenados a repetirlo»?
Sí y no. Mientras que detectar semejanzas históricas entre distintos períodos y contextos puede ofrecer lecciones valiosas y un sentido de perspectiva, incluso puede alentarnos a ver similitudes donde no corresponde, o no existen en invariable, y guiarnos en torno a conclusiones equivocadas.
Algunos ejemplos grotescos de esto son el de la legisladora estadounidense Michele Bachmann —que comparó las subas de impuestos con el holocausto— y el de la diputada republicana en control Marjorie Taylor Greene —quien comparó las medidas de sanidad pública contra la COVID-19 con la persecución de los judíos por los nazis—. Aunque atribuir esas visiones ofensivas al cinismo y la malicia resulta tentador, la causa suele simplemente ser la ignorancia.
Algunos supuestos paralelismos históricos, aunque no sean cínicos ni maliciosos, de todas formas no ayudan. Por ejemplo, en una explicación flamante el Comité Internacional de Auschwitz comparó al sufrimiento de los sobrevivientes del holocausto que hoy viven en Ucrania con las atrocidades que sufrieron a manos de los nazis. Pero aunque el comportamiento criminal ruso en Ucrania es innegable, al trazar paralelos entre las atrocidades de Putin y el holocausto se corre el aventura de trivializar a uno y otro. Putin es lo suficientemente malo, no hace desidia compararlo con Hitler.
Podemos cultivarse más de la historia que simplemente agenciárselas paralelismos. Estudiar historia es entender quiénes somos, por qué ocurrieron ciertas cosas y cómo aún pueden afectarnos... pero incluso debemos ser conscientes de que las cosas nunca se repiten del mismo modo.
Hay que resolver a las políticas contemporáneas por sus propios méritos, no solo por su relación con el pasado. No hay motivo por el que convenir la responsabilidad de su país en el holocausto debiera impedir que los alemanes envíen tanques hoy a Ucrania. Del mismo modo, no hay modo de que el terrible sufrimiento del pueblo de la Unión Soviética a manos de los nazis alemanes hace casi un siglo justifique la ataque rusa coetáneo.
Como alguna vez escribió el novelista anglosajón L.P. Hartley, el pasado es «un país extranjero: allí hacen las cosas de otra modo». ¡Ay! Esto no significa que necesariamente las hagamos mejor ahora, pero para entender esa clase tenemos que seguir el consejo de Santayana y estudiar la historia muy cuidadosamente.
Traducción al gachupin por Ant-Translation
El posterior compendio de Ian Buruma es The Churchill Complex: The Curse of Being Special, From Winston and FDR to Trump and Brexit [El complejo de Churchill: la maldición de ser especial. De Winston y FDR a Trump y la brexit] (Penguin, 2020).
Copyright: Project Syndicate, 2023.
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