El pequeño Yander [nombre ficticio] caminaba sin rumbo cuando un desconocido llamó su atención: era un hombre blanco, sentado a las periferia de un poblado angoleño y con apariencia de estar ensimismado en sus pensamientos. No era poco habitual allí, así que el chico, de casi nada merienda primaveras, se acercó a aquel turista con el humor de conocerlo sin sospechar que pronto perdería la vida.
El adulto reaccionó de lo más amable y, tras ocasionar cierta confianza en el muchacho, le invitó a acompañarlo. Tras unos minutos de paseo, entreambos llegaron a una gravera y allí comenzó la carnicería. El pequeño fue violado brutalmente y, al terminar, maltrecho hasta la asesinato. Se trataba de Carl Panzram, un pederasta y trotamundos con un espantoso historial delictivo: más 1.000 violaciones y una veintena de crímenes dominados por la ira, la venganza y el sadismo
De bandido a perjudicial
Charles ‘Carl’ Panzram nació el 28 de junio de 1891 en el Condado de Polk (Minnesota), en el seno de una grupo de inmigrantes prusianos, cuyo padre, John, los abandonó siendo nuestro protagonista todavía un chico. La marcha de una figura paterna y el modo en que se produjo dicha marcha generó en el pequeño un primer trauma, Con casi nada doce primaveras, esto se tradujo en un moribundo problema de anexión al bebida.
Encima, Carl empezó a desarrollar una personalidad insurgente y agresiva, que desembocó en una temprana carrera delictiva caracterizada por hurtos y robos de toda índole. De hecho, su primer delito fue asaltar una casa vecina donde se llevó un pastel, unas manzanas y una pistola.
Carl Panzram, en una de sus ficha policiales
No tardaron en detenerlo y enviarlo a un reformatorio, la Escuela de Capacitación del Estado de Minnesota, donde fue maltrecho, violado y torturado por el personal del centro. Tras su manumisión, regresó al hogar conocido, aunque poco luego se escapó iniciando así una vida nómada.
A sus catorce primaveras, el adolescente se colaba en los trenes para alucinar de un costado a otro del país. Con tan mala suerte que, en uno de esos viajes, se topó con un conjunto de indigentes que lo violaron en conjunto. Aquel suceso provocó tal trauma en Carl que pasó de ser víctima a victimario: vio en el sometimiento y en el poder el mejor modo de expresar la ira y la venganza. Un modus vivendi que llegaría al cumplir los treinta primaveras.
Prisión de Fort Leavenworth donde Carl Panzram estuvo encarcelado
Mientras llegaba a esa ascensión de sadismo y asesinato, el mozo siguió cometiendo hurtos y robos, provocando incendios, por los que fue condenado y enviado al Cuartel Disciplinario de los Estados Unidos, en Fort Leavenworth (Kansas). De allí no salió rehabilitado para reinsertarse en la sociedad, sino todo lo contrario, más robusto y más sagaz para acometer sus tropelías.
Un nuevo robo le condujo a la calabozo en 1915, esta vez a la Penitenciaría del Estado de Oregón, cuya estancia supuso un cierto abismo. Allí, los funcionarios lo golpeaban, violaban y colgaban de las vigas del techo hasta dejarlo inconsciente, encima de mantenerlo en régimen de aislamiento donde comía poco más que cucarachas.
Otto Hooker, preso al que Carl Panzram ayudó a escapar
Pese a las ínfimas condiciones de vida, a Carl todavía le quedaba humor para ayudar a escapar a presos como Otto Hooker, quien en su entretenimiento mató al director de la calabozo y convirtió a nuestro protagonista en cómplice de homicidio. Dos primaveras más tarde, Carl incluso huyó, aunque fue capturado y enviado de nuevo a prisión. Poco luego, cortó los barrotes de su celda y volvió a fugarse, esta vez con maduro éxito.
Primaveras sangrientos
Los siguientes primaveras, Carl cambió su aspecto, se cortó el pelusa y continuó delinquiendo bajo doce apodo distintos, siempre en diferentes puntos del país. Hasta que en 1920 robó una gran cantidad de capital, se compró un velero, al que bautizó Akista, y dio rienda suelta a una sanguinaria ascensión de violencia.
Para ello, el mozo atraía a soldados norteamericanos a su barco, donde los emborrachaba hasta que perdían el sentido. Posteriormente, los violaba salvajemente y, acto seguido, los mataba y arrojaba sus cuerpos al Atlántico. Vejó y mató a diez hombres de este modo, pero no porque fuese sarasa, escribió él mismo, más adecuadamente porque era su método para dominar y humillar a las personas.
Carl Panzram operaba bajo el apodo de Jeff David
Posteriormente de estos crímenes, Carl dejó Estados Unidos para recorrer África, más concretamente Angola, donde se embarcó como marino mercante. En este país mató a un chico de merienda primaveras, al que violó y golpeó por puro placer. “Le salían los sesos por las orejas cuando le dejé y nunca estará más muerto”, confesó primaveras más tarde a las autoridades.
Unos días luego de este crimen, Carl volvió a las andadas. Contrató una expedición de seis aborígenes para cazar cocodrilos y, cuando se encontraban en medio del río, el criminal sacó una pistola, los disparó y lanzó los restos por la baranda.
“Estaban hambrientos. Les di de yantar”, dijo refiriéndose a cómo los cuerpos fueron devorados por los reptiles. A continuación, se llevó el cabriola y regresó a tierra firme.
El velero de Carl Panzram
Tras un año más en África, Carl regresó a los Estados Unidos para continuar con sus fechorías: dejó un reguero de muertos en Massachusetts, Baltimore, Washington DC y Filadelfia. Sin secuestro, el perjudicial siempre conseguía salir impune de estos crímenes y violaciones. Quia lo pillaron por tales delitos. De hecho, fue un robo lo que le llevó nuevamente a prisión, al temido Fort Leavenworth.
Durante el interrogatorio por ese delito último, Carl confesó el homicidio fresco de dos menores de años, cargos por los que fue sentenciado a 25 primaveras de prisión. Sin secuestro, tras la condena reconoció muchísimos más.
Carl Panzram, en otra de sus detenciones
“A lo prolongado de mi vida he asesinado a 21 seres humanos, he cometido miles de robos, atracos, hurtos, incendios y, por extremo, he sodomizado a más de 1.000 hombres. Por todas estas cosas no me arrepiento lo más pequeño”, confirmó a un compañero de celda.
El veredicto de pena renta le llegaría un año luego, el 20 de junio de 1929, tras zurrar con una mostrador de hierro y hasta la asesinato a uno de los guardias de la calabozo. Previamente al crimen, Carl ya había amenazado con matar “al primer hombre” que osase molestarlo, incluido al propio alcaide de Fort Leavenworth.
Deseos de vencer
Durante el futuro año, el reo se negó a apelar y amenazó de asesinato a aquellos activistas de derechos humanos que se atrevieran a hacerlo en su nombre. Carl estaba encantado con el veredicto. “Estoy deseando sentarme en la apero eléctrica o gambetear al final de una cuerda, como hacen algunas personas en su perplejidad de bodas”, afirmaba.
Unas declaraciones que puso por escrito gracias a su amistad con el centinela Henry Lesser, quien se apiadó de él, le dio capital para comida y cigarrillos y le facilitó papel y lapicero para que plasmase sus pensamientos a modo de diario.
La prensa bautiza a Carl Panzram como el peor perjudicial del mundo
Así nació Panzram: A Journal of Murder (Panzram: diario de un perjudicial), un tomo escrito por este serial killer, aunque publicado por Henry Lesser tras su ejecución. La inusual amistad entre carcelero y reo hizo posible que la vida de Carl no cayese en el olvido, siquiera sus pensamientos más sórdidos.
“No creo en el hombre, ni en Jehová ni en el Diablo. Odio a toda la maldita raza humana, incluyéndome a mí mismo... Me aproveché de los débiles, los inofensivos y los desprevenidos. Esta materia me la enseñaron otros: el poder hace el adecuadamente”, se puede acertar.
Dibujo de Carl Panzram
Por primera vez en su vida, alguno era amable con Carl Panzram, “un espíritu de odio y venganza” que vería su final el 5 de septiembre de 1930, a los 39 primaveras de años. Cuando el mortificación le puso la soga al cuello, el perjudicial le escupió en la cara y soltó: “¡Ojalá toda la humanidad tuviera un solo cuello para poder estrangularlo!”.
Seguidamente, el sayón preguntó a Carl si quería opinar unas últimas palabras, a lo que éste ladró un: “¡Sí, date prisa, malo ilegítimo! Podría matar a diez hombres mientras haces el tonto”.
El actor James Woods interpreta al perjudicial Carl Panzram en la película 'El corredor de la asesinato'
Décadas más tarde, concretamente en el año 1995, Oliver Stone produjo una de las películas más famosas en la historia del cine: Killer: A Journal of Murder (El corredor de la asesinato), basada en la vida de este peligroso perjudicial en serie y con el actor James Woods en la piel de Carl Panzram.
Una de sus secuencias más míticas se produjo cuando el personaje de Woods gritaba “¡quiero salir de este quiero, quiero irme de esta vida!”, porque se negaba a apelar su condena a asesinato. El reflexivo de la ira del actor plasma a la perfección lo que Panzram sintió en aquel preciso instante, siempre bajo la vistazo cómplice de su centinela y buen amigo Henry Lesser.
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