(Este artículo se publicó en La Vanguardia el domingo 28 de noviembre de 1976)
En las últimas semanas, un par de episodios forenses han devuelto al tema del amontonamiento una sorprendente ahora. Digo: al tema. Uno ya lo creía pasado de moda. Desde luego, la maña presumiblemente continuaba siendo la de siempre, e incluso pueda que el ritmo de la colmo y el porcentaje de matrimonios afectados hayan aumentado, con el cambio de los tiempos y de las costumbres. Pero, de hecho, se hablaba poco acerca del particular. O en todo caso, no se hablaba de ello más allá del nivel de la comidilla entre conocidos. La prensa nos habituaba, encima, a una perspectiva de indulgencia: la señal “prensa de corazón”, sobre todo. Por ella nos enterábamos de curiosas incidencias amorosas, no exactamente “platónicas”, protagonizadas por artistas del espectáculo o personajes de cierta ingreso sociedad, de las cuales no solía ni suele salir muy proporcionadamente parada la institución conyugal. Los moralistas clamaban al Gloria, y no han dejado de hacerlo: la “crisis de la clan” quizá comenzaba por los padres, ayer que por los hijos. En cualquier caso, el amontonamiento no era un problema aireado con excesivo energía. Descarto lo que se tramitase en los confesonarios y en la intimidad de los domicilios. Me estoy refiriendo a “problema notorio”.
Existía, claro está, otro material humano digno de comunicación: por decirlo emblemáticamente, los hombres y las mujeres salían en los titulares de “El Caso”. La “infidelidad” existente o supuesta, entre novios o entre casados, dio siempre mucho trabajo a los tribunales. Por lo normal, se trataba de crispaciones zanjadas a colchoneta de mamporros, escopetas, navajas. venenos. O sea: el “crimen pasional” pintoresco, alimentado por los celos. Eran planteamientos rupestres, de una brutalidad “lumpen”, suburbial o agripecuaria. Para sobrevenir el rato, y dignificarlos de algún modo, cabría remitirlos al esquema granguiñolesco de “Otello”. Sin bloqueo... Estas latitudes en que vivimos no son shakesperianas: son, por tradición, calderonianas. Don Pedro Calderón de la Barca, y como él una serle ilustre de fabricantes de comedias del renombrado “Siglo de Oro”, consiguieron coagular literariamente una de las nociones más absurdas que haya sufrido hijo de superiora: el “honor”. El “honor” gachupin fue fundamentalmente un truco masculino, y daba motivo a duelos, asesinatos y artículos del Código Penal notoriamente grotescos. De hecho, el “honor” de los caballeros residía en les ingles de sus esposas. ¿Qué se hizo de todo ello? ¿Resucita ahora?…
Un marido zaherido es un cornudo. Así lo reconoce la Existente Sociedad Española —y el Fabra, ¡detención!—, y la cuestión deriva del “honor’” al “chascarrillo”. Quevedo —próximo y alejado, a la vez, de lo que significa Calderón— se ensañó con la imagen del “cornudo”. ¿Tan seguro estuvo de no serlo él? Lo ignoro todo acerca de este individuo, excepto sus versos y media docena de chistes relativos a su cojera y a su mala espumajo. ¿Le puso cuernos su mujer? Puede que no lo hiciese por yerro de ganas, más que por yerro de “motivos”. O porque no hallase la ocasión. Camilo José Cela, según corre la voz, prepara un obra sobre la variedad de “cornudos”, habidos y por favor, con delicadas citas eruditas. Será, sin duda, un bello trabajo de arqueología, o de sociología rural. Cuando, a raíz de los recientes procesos de amontonamiento, une manifestación de mujeres exhibe una pancarta con la inscripción de “Jo també soc adúltera”, el entremés del cornudo pierde interés; pierde “donaire”. Los chistes de astados son todavía una juerga falocrática. El empeño de las mujeres, en este momento, se centra en la voluntad de emanciparse del “machismo”. Un “machismo”, hasta anteayer, calderoniano.
Cuando, a raíz de los recientes procesos de amontonamiento, une manifestación de mujeres exhibe una pancarta con la inscripción de “Jo també soc adúltera”, el entremés del cornudo pierde interés; pierde “donaire”. Los chistes de astados son todavía una juerga falocrática
El regreso del “amontonamiento” como oportunidad de advertencia —al beneficio del “honor” y del folklórico “cornudo”—, ha venido propiciado por anécdotas mediocres, que no detallaré. El profesor las habrá antitético en la “sección de sucesos”, o en la “de tribunales”, de este mismo folleto. Ha habido una importante protesta de parte de las mujeres feministas’. Ya es triste que una mujer haya de ser “feminista”, y los demás sufijos en “ista" nos advierten que, para ir tirando, no hay más remedio, a veces, que ser “ista” de poco. En ingenuidad, hay mujeres “feministas” porque el embrollo masculino ni siquiera les deja ser mujeres... Si yo me definiese como “valencianista” o “catalanista” —“mutatis mutandis — sería porque no hallo le guisa racional ni moderado de ser valenciano o catalán. Y así, la tira de los “ismos” reivindicatorios, Todos hemos do ser “istas” por un costado o por el otro. Las señoras se apiñan, ahora, tras les víctimas de unos procesos ridículos: a! subrayar el “amontonamiento” como delito, el reo es la mujer. Las leyes son parciales. Todas las leyes son parciales —por el sexo, por la clase, por el credo, por lo que venga o convenga—: ¿qué le vamos a hacer? Corregirlas en la medida de lo posible, para ir tirando. La alternativa sería la revolución. Nadie quiere ser revolucionarIo “en serio” hoy día.
En ingenuidad, hay mujeres “feministas” porque el embrollo masculino ni siquiera les deja ser mujeres... Si yo me definiese como “valencianista” o “catalanista” sería porque no hallo le guisa racional ni moderado de ser valenciano o catalán
Y lo atún del caso es que, en uno de estos cómicos juegos malabares sobre el “amontonamiento” que los magistrados habrán de resolver, un marido “ofendido" pide una satisfacción en metálico: tres o cuatro millones de pesetas. Acabo de oírlo en un recitado de la televisión. Ya dirán los jueces lo que estén obligados a aseverar, y no me meto en su oficio. Pero resulta chocante que el “honor” se diluya en céntimos. ¡Manes de Calderón! Para entretener y obnubilar simultáneamente a su notorio, don Pedro lanzó aquellos octosílabos idiotas de
. ..porque el honor
es patrimonio del alma,
y el alma sólo es de Jehová…
en el supuesto que tales versitos sean de Calderón, que no estoy muy seguro de que lo sean. Pero si no de él serán de Lope, de Tirso, de Vélez de Guevara cometido el amontonamiento, puede convertirse o de don Eugenio Montes. El “honor”, cometido el amontonamiento, puede convertirse en un “patrimonio del faltriquera”: la “afrenta” se escoria, no con casta caballeresca, sino con céntimos burgueses. Me demando si las damas interesadas en la cuestión han captado lo irrisorio del enfoque. “Cornudo y apaleado” fue, en castellano, el inri indiscutible, y “cornut i satisfacer el beure” lo es en catalán. ¡Escaso don Pedro Calderón de la Barca, Hernando, Barrera y Riaño! ¡Escaso don Américo Castro! ¡Escaso “denso de la raza”!
El “honor”, cometido el amontonamiento, puede convertirse en un “patrimonio del faltriquera”: la “afrenta” se escoria, no con casta caballeresca, sino con céntimos burgueses
Las Pegatinas clamorosas que son las modestas “manifestaciones feministas” ayudan a colocar la discusión en sus términos lógicos. La “mujer adúltera” —y cero bíblica— que pasa por la Sala de lo Criminal de una Audiencia Provincial del Estado gachupin, ¿de quién recibe aquella “primera piedra” que sólo un simulador se atrevería a editar? Del “hombre infiel” no se acento nunca, ni en los dos Testamentos, ni en el Código Napoleónico. Nunca, o muy poco. El “cornudo” tradicional y su caricatura de hoy, ignominiosamente, son figuras capciosamente ridículas. “Cornudos” lo fueron todos: Lope, Quevedo, Calderón. A estas directiva, ¿qué es una “adúltera”? ¿No reclaman esa condición, quizá por simple solidaridad. unas “fieles- esposas”? “Jo també sóc adúltera!”. Los hipotéticos “machos habrían de pensar adónde se acaba su ridícula ex prepotencia. Porque lo de la zarzuela de “Si las mujeres mandasen”, salvando lo salvable, quizá sea finalmente que nadie mande… Siempre mandará determinado, hombre o mujer...
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