Jordi Soler: "De niño, la gente dirimía sus disputas peleando con machete"

Varias de las novelas del mexicano-catalán Jordi Soler suceden en el circunscripción donde nació, La Portuguesa, una plantación cafetera en el estado de Veracruz, fundada por un catalán, que se ha convertido en su Macondo. Su última obra, 'Los hijos del volcán' (Manantial), una suerte de película del Oeste hispanoamericano protagonizado por Tiku, un avezado de escuela que ha huido del plaza urbano para residir como un salvaje en la selva. ¿De qué se esconde?

Tiku audición a menudo 'la voz de adentro', que le da instrucciones (sanguinarias) sobre cómo comportarse. "Todos vivimos así -apunta-, estamos permanentemente diciéndonos cosas que no necesariamente obedecemos. Me interpelo qué pasaría si no pudieras detener esa voz sino que ella te controlara a ti". A heroína entre Oeste y la tradición chamánica, el conferenciante se preguntará lícitamente: ¿esquizofrenia o hechicería? "La voz que oímos es la forma en que la sinceridad opera en nuestras vidas, nunca estamos seguros de lo que está pasando, puede ser una arrebato neuroquímica. Me ayudó mucho a documentarme mi amigo, el psiquiatra Luis Feduchi, fallecido el año pasado".

La trama refleja "toda la violencia que existe en esa zona de México, las milicias de los caciques, los zetas, los paramilitares, los guerrilleros, el ejército... En un paraje así, todo se dirime por la violencia, unos la sufren y otros se benefician". De chico, recuerda, "me impresionaba ver cómo la clan de allí se peleaba con los machetes, se hacían unos tajos de miedo". Es el reflexiva del mundo de su infancia, "cruzado por el resentimiento, hay los dueños de la tierra y los que obedecen".

Tiku pone trampas a los conejos y convive con jaguares, otobúes y, sobre todo, con 'los hijos del volcán', una tribu de indígenas gigantes con una de cuyos componentes tendrá un hijo, el único bajito de la comunidad. 

Con ritmo de novelística negra, aunque "no me entusiasma el mercancías policaco, tan saciado de clichés", aborda temas como la paternidad o el auge del indigenismo. "Tengo varias amigas como uno de los personajes, chicas de la hacienda guapas y educadas, con plata, que, de pronto, les daba por irse a un pueblo de la selva a guerrear por los indígenas. Se convertían en una especie de diosas. Había una zona llena de italianas, ibas por la selva y de repente parecía que estabas en Roma".

La selva veracruzana, escenario de la nueva novela de Jordi Soler

La selva veracruzana, escena de la nueva novelística de Jordi Soler 

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Tiku es cualquiera "atrapado en un círculo social que lo obliga, por inicio, a ser el posterior caporal de la plantación, pero él aspira a otro destino, el de avezado, quiere dejar de ser campesino. Es lo que pasa en México: si naces en una clase social es una maldición, nunca sales de ahí, o sales pero siempre regresas".

"En América Latina -prosigue- las diferencias sociales tienen que ver con el aspecto físico. Ese es el peor de los racismos. Si naces con rasgos indígenas, tienes muy poquitas probabilidades de prosperar y, si naces con rasgos europeos, tendrás todas las oportunidades".

La vida en La Portuguesa no es ligera. El señor lo domina todo y los que se le oponen son atados a los árboles hasta que los devoran los monos. "Es una novelística del siglo XXI, pero con una sociología del siglo XVII, que allí sigue válido hoy, con la importancia de la chamana, que ve a los dueños de la plantación como unos usurpadores de una tierra que ellos habitan hace siglos". La misma clase política se integra en el funcionamiento infundado y corrupto de las cosas. Tiku, más contemporáneo, observa con desprecio, por ejemplo, la gusto particular a los burdeles.

La obra indaga en las fuentes de la autoridad, política y religiosa. "Durante el virreinato, la metrópolis estaba muy allá y los virreyes obedecían solo a medias, es lo que pasa en estos pueblos, llenos de pequeños Putin".

La facción de la novelística "está basada en las tropas de Lucio Cabañas, que era nuestro coco, un francotirador agresivo que aparecía en los periódicos, tenía arrinconado al ejército en una montaña. Cada vez que salíamos en coche con mi padre, que iba siempre armado, temíamos encontrárnoslo". Pero "había violencias avíos, narcotraficantes que financiaban equipamientos para el pueblo y entonces la clan los protegía, es una gran perversión, defender al que te está golpeando".

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