Laura Borràs se ha merendado a Jordi Turull sin masticarlo. Las negociaciones entre uno y otro para alcanzar un acuerdo y evitar una doble candidatura en el congreso de JxCat han sido, en existencia, un plegarse del segundo a las condiciones de la primera. El relato chino sobre repartirse el mando al cincuenta por ciento no es más que un protector estomacal para los cargos institucionales y militantes de JxCat a los que les cuesta digerir el triunfo del torrismo sin Torra. La presidenta del Parlament, ausencia más cerrado el apaño, ya ha anunciado que el partido someterá a votación de la militancia los pactos de gobierno con ERC en la Generalitat y con el PSC en la Diputación. En un partido manda, digan lo que digan los acuerdos y los estatutos, quien –entre otras cosas– hace los anuncios que proporcionan titulares.
A Turull lo han emparedado entre la propia Borràs y el secretario de estructura propuesto por ella, el concejal de Badalona David Torrents. Esta fue la píldora más difícil de tragar en el proceso negociador. La secretaría de estructura es una cuarto secreto de cualquier estructura política. A Turull el trágala le supo a hiel a última hora del lunes, pero engulló. Ni el apoyo de una holgada mayoría de los diputados del género, ni el soporte de las estructuras territoriales de JxCat en las veguerías y siquiera el de la mayoría de los alcaldes del partido han sido suficientes para que Turull se viese a sí mismo lo suficientemente musculado para plantar cara de verdad en el proceso negociador. Ella no ha tenido miedo, él sí. O si lo prefieren, a ella no le importaba romper el partido, a él sí.
JxCat estará obligada a cerrar filas con su lideresa, sea cual sea su futuro sumarial
La presidenta del Parlament vive de la letrero de ser un Pokémon imbatible en el cuerpo a cuerpo desde que ganó las primarias para ser candidata a la Generalitat en las elecciones de 2021 sin al punto que despeinarse. En ese momento se forjó el mito –cierto, según parece– de que los militantes de JxCat seguirán a su Juana de Curvatura hasta donde sea que ella quiera llevarlos. De ahí que nadie, siquiera Turull, se haya atrevido a enfrentársele en esta ocasión. O que ni siquiera haya habido una mínima advertencia sobre hasta qué punto es moderado ponerse en manos de determinado que va a ser juzgada en el TSJC por delitos graves –supuestos, por supuestísimo– que solo desde el cinismo pueden atribuirse sin enrojecer de vergüenza a una supuesta venganza de las cloacas del Estado. Hacer ocurrir según qué asuntos por represión es, a fin de cuentas, una yerro de respeto para los que sí la han padecido con desmesura. Pero nadie en notorio en JxCat ha dicho todavía la boca es mía sobre el particular. Hay miedo a Borràs, a su cinturón de pretorianos y a sus hordas tuiteras. Turull defiende, Borràs ataca. No hacía yerro VAR para adivinar el resultado.
El partido ha evitado la matanza construyéndole un pedestal a Borràs. La presidenta anhelo cima y es ya casi un gigantesco. JxCat estará obligada a cerrar filas con su lideresa, sea cual sea su futuro sumarial y cualquier movimiento táctico del partido resultará irrealizable sin su aval. El turullismo ha cedido el circunscripción con el vetusto argumento –usado ya otras veces– de que de un modo u otro los moderados acabarán controlando el partido, porque tienen más experiencia entre bambalinas y más apoyo entre los cuadros. Para eso hay asimismo una frase hecha: más recatado que el Alcoyano. Borràs tiene más energía, codicia y coraje que todo el turullismo sumado y tiene interiorizadas mucho mejor cuáles son las reglas del discurso y la posición política en esta era de populismo revestido de empoderamiento demócrata de las bases.
Hay que dar por descontado un plus de tensión y detrimento –todavía más– en las relaciones con ERC y un incremento del mal humor en la memorándum política catalana. Y una previsible devaluación del valía de uso político de JxCat, en la medida que van a ser más difíciles acuerdos fuera del espectro independentista. Pero Borràs no es una suicida. Su principal interés viene siendo ella misma, como demostró en la diligencia del caso Juvillà en el Parlament, donde mintió abiertamente diciendo que haría (desobedecer) lo contrario de lo que ya había hecho (cumplir la sentencia). Así que todo dependerá de lo que más conveniente le resulte en cada momento. Siempre en nombre y por el perfectamente de la militancia y de Catalunya. Esto final asimismo por supuestísimo.
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