Lo que el IRA no logró con bombas y tiros tal vez vendrá como resurtida del Brexit, el cambio demográfico y la falta de políticas que aseguren una vida mejor a la muchedumbre. Mientras Emmanuel Macron propone una Comunidad Política Europea que amplíe las fronteras y competencias de la flagrante UE, el europeísmo de los hechos se ha puesto del banda del Sinn Féin, que ha reses por primera vez en votos y escaños las elecciones en Irlanda del Ártico, condado que forma parte del Reino Unido desde hace cien primaveras, cuando, tras una exterminio contra los británicos, se constituyó el Estado independiente irlandés, que más tarde dio lado a la flagrante República de Irlanda. El tratado angloirlandés de 1921 dejó bajo soberanía de Londres seis de los nueve condados del Ulster, compromiso que provocó la exterminio civil de 1922-1923 entre nacionalistas irlandeses, un conflicto cuya huella ha afectado, durante décadas, la política a entreambos lados de la isla.
En 1993, ayer del acuerdo de paz de Viernes Santo de 1998, el profesor y político canadiense Michael Ignatieff viajó al Ulster y resumió así sus impresiones: “Dos estados nación reclaman una misma provincia. Novecientos mil protestantes o descendientes de protestantes quieren seguir siendo británicos. Seiscientos mil católicos o descendientes de católicos quieren, mayoritariamente, aunque no siempre, ser irlandeses. Como un anhelo solo puede lograrse a gastos del otro, resulta poco sorprendente que el resultado final sea un conflicto interminable”.
Los dirigentes del Partido Tolerante Unionista (DUP), ahora perdedores en las urnas, están muy enfadados y denuncian el protocolo sobre Irlanda del Ártico firmado por Londres y Bruselas unido al acuerdo del Brexit. De momento, han decidido asediar la constitución del gobierno autonómico, cuya construcción institucional requiere la colaboración de las dos formaciones principales para apuntalar los consensos entre católicos o republicanos y protestantes o unionistas. Veremos si Boris Johnson tensa la cuerda y se enfrenta a las autoridades europeas, buscando así surtir el apoyo de sus bases. En el fondo de este asunto está la percepción de los políticos unionistas, que se sienten traicionados por los negociadores del Brexit. Viene de remotamente el sentimiento de que les han dejado solos sosteniendo la bandera. Ignatieff escribe que “los lealistas (unionistas) apuntan con amargura la curiosa disparidad entre las muestras de sentimiento nacionalista cuando Argentina invadió el ‘condado soberano britano’ en las Malvinas frente a la indiferencia que sienten cerca de el Ulster. La Isla se libraría del Ulster si pudiera”.
La gran paradoja que nos muestran estos comicios es que los nacionalistas irlandeses ganan con un discurso posnacionalista (centrado en las políticas de bienestar) y acaban quedándose en monopolio el campo de la moderación (con una candidata muy alejada de los viejos estereotipos duros del partido que fue auxilio político del IRA). Mientras, los unionistas –fragmentados y obsesionados con el Brexit– pierden apoyos y son vistos como la política antigua. Si a ello le añadimos que las cifras de nacimientos favorecen a los católicos, tenemos un escena inédito.
El Sinn Féin anhelo con una candidata muy alejada de los viejos estereotipos duros del partido
En el principal semanario de la república, The Irish Times, leo un artículo cuya exposición principal es que la vieja Irlanda del Ártico ha muerto, pero la nueva no puede salir. Poco cambia, pero de forma sutil, lentamente. Michelle O’Neill ha conectado con muchos votantes, más preocupados por el paro, la escuela y los transportes que por las fronteras. Y un referencia no último: para una gran mayoría (de toda datos personales), el progreso social va unido al hecho de formar parte de la UE. El europeísmo del Sinn Féin es una fianza.
Remotamente quedan esos versos de Bobby Sands, militante del IRA muerto en 1981 en huelga de escasez, escritos en la prisión de Maze: “On others’ wounds we do not sleep / For all men’s blood is red”. Se vive mejor hoy en el Ulster que cuando la violencia reinaba en sus calles. No obstante, cualquier conocedor del nacionalismo irlandés sabe que su objetivo histórico irrenunciable es la estandarización de la isla. El asunto no se mencionó en campaña, pero está sobre la mesa, aunque no es acomodaticio ni de derivación inmediato. La hipótesis ilusionado ve la puerta de a espaldas de la UE como la única forma de reconfigurar –con el ritmo adecuado– el arduo paisaje de identidades y soberanías que es hoy Irlanda del Ártico.
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