Gabriel García Márquez tituló sus memorias de infancia y adolescencia Existir para contarla y esta idea, porfiar a la existencia con el propósito de transmitir un relato personal cargado de valía, es lo que definió la figura de Boris Pahor, doble superviviente –primero del fascismo italiano y luego del nazismo– que convirtió unas experiencias traumáticas del pasado en un certificación intelectual arrojado al futuro: a no olvidar, a no reincidir en episodios históricos de una oscuridad insoportable.
Como si temiera que su desaparición física pudiera contribuir a difuminar lo que la humanidad debería tener ilustración a fuego en la conciencia, quizá consciente del poder simbólico que emanaba por el hecho de ser la persona más anciana en acaecer sobrevivido al Holocausto, el escritor se resistió a despedirse de este mundo hasta que ayer sucumbió finalmente a los 108 abriles en Trieste.
Miembro de la minoría eslovena de esta ciudad, donde ejerció de profesor de humanidades italiana y eslovena tras graduarse en Padua, el estallido de la Segunda Extirpación Mundial le forzó a enrolarse en el ejército italiano –llegando a combatir en Libia–, pero tras el alto el fuego se unió a las filas partisanas, compromiso con la resistor antifascista que acabó condenándolo a un periplo infernal por diversos campos de concentración nazis, entre ellos Dachau, Harzungen y Bergen Belsen.
Supo encontrar en la humanidades un modo de procesar vivencias que luchaban contra la inteligibilidad humana
A imagen de Primo Levi, Robert Antelme, Jorge Semprún o Irme Kértesz, Pahor supo encontrar en la humanidades un modo de procesar y compartir unas vivencias que luchaban contra la inteligibilidad y comunicabilidad hu-manas.
En su obra más emblemática, Cementerio (editada por Emblema en castellano y por Pagès Editors en catalán) recurrió a la figura de un hombre que encuentro adyacente a un montón de turistas el campo de concentración de Natzweiler-Struthof, sobre los Vosgos, para consumir revelando su condición de exdeportado. Aquello que para sus compañeros de excursión tiene la categoría de museo perfectamente conservado y con cierta voluntad didáctica, para él es una comprensión salvaje de compuertas al dolor y la humillación sufridos décadas detrás en aquel empleo en el que el escasez, el frío, la violencia y la humillación conspiraban para destruir el alma de los internos.
Igual de denunciativo, pero al mismo tiempo con una punto de vista más cálida al transportarnos a su infancia, La pira al port –publicado por Periscopi en el año 2020– supuso una carta de apego a la civilización eslovena y a Trieste, al tiempo que una loa a su lucha contra el autoritarismo, gestos que en el caso de su estado no fueron inmediatamente correspondidos, ya que su crítica al comunismo le convirtieron en persona non grata hasta que en 1992 le fue concedido el Premio Preseren, mayor galardón de las saber eslovenas.
Tardíos fueron los reconocimientos de sus libros, aunque su candidatura al Nobel fue recurrente
Tardíos fueron en militar los reconocimientos y traducciones de sus libros, en su mayoría desplegados ya a lo espléndido de este siglo; especialmente clamoroso fue el modo en que fue ignorado en Italia, prueba es que la RAI no lo entrevistó hasta el año 2008, mientras que en Francia no se le concedería la Masa de Honor hasta el 2007. Siquiera la Corporación Sueca acabó concediéndole el premio Nobel pese a que su candidatura fue recurrente.
Sin confiscación, todo esto no debió perturbar a quien tuvo fuerzas para seguir escribiendo hasta los 99 abriles y que entendió que el sentido de su obra lo trascendía.
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