¿Cuándo empezamos a utilizar el inodoro y nos volvimos civilizados?

“Atender la señal de la naturaleza” o “ir al excusado”. Hay mil sinónimos para la expresión. Lo cierto es que entre los literatos españoles siempre ha sido circunscripción abonado para el humor. Inolvidables fueron las frases escatológicas de Quevedo. En perfecta comunión entre españoles, más tarde Camilo José Cela homenajeó esta tradición pavoneándose de las capacidades de sus orificios corporales en televisión.

Pero, a pesar de ser una requisito tan esencial en nuestra vida, al hacerlo no solemos pensar en el dilatado camino itinerario por la historia hasta ascender a la taza de wáter. Un ingenio que tardó muchísimo en ascender, miles de abriles, y quizá el más civilizado de todos los que existen.  

El antecedente más conocido son las letrinas de época romana, pero estas no consiguieron resolver el problema de los malos olores

El antecedente más conocido son las letrinas de época romana, unas instalaciones en las que las personas hacían sus deposición juntas. Para ello se disponía de unos bancos debidamente conectados al sistema de alcantarillado. Aunque eficaz, los romanos no consiguieron resolver el problema de los malos olores.

Ese es el ejemplo más sofisticado que hallaremos en la historia de la Europa antigua, si adecuadamente es cierto que hay algunos hallazgos que aún sorprenden a los arqueólogos. Como el retrete opuesto en las ruinas del Palacio Efectivo de Cnosos, en Creta, que incluía una cisterna para el proceso de desaguado.

En El gran volumen de la historia las cosas (La Esfera de los Libros, 2009), Pancracio Celdrán Gomáriz recoge algunos de esos ejemplos, que, aunque curiosos, no pueden ser considerados precedentes del wáter flamante. Este solamente llegaría gracias a un invento del siglo XVIII.

Antiguamente, el inventor del primer retrete similar a los modernos fue el poeta inglés John Harington (1560-1612). Buscando un sistema para adecentar la actividad de ir al baño, al dramaturgo se le ocurrió diseñar una taza a la que acopló una cisterna. Mediante una válvula, el sucesor podía orinar el agua, dejando el ingenio diligente para su futuro uso. 

Durante el Medievo y la Años Moderna la multitud siguió haciendo sus deposición allá donde podía

Un diseño diferente, pero que al parecer no agradó a su protectora, la reina Isabel I. Más aún, la publicación de un volumen llamado A New Discourse upon a Stale Subject: The Metamorphosis of Ajax (1596), donde hacía narración al invento, y que era una crítica velada a la monarquía, le valió un castigo verdadero.

Más allá de este fracaso, lo cierto es que durante el Medievo y la Años Moderna la multitud siguió haciendo sus deposición allá donde podía. En el campo uno podía defecar bajo la paz que da la sombra de un árbol y regocijarse al mismo tiempo de la longevo privacidad. En la ciudad, en cambio, debía hacerse en unos recipientes llamados orinales, que luego eran vaciados en plena calle. De ahí proviene la expresión “¡Agua va!” con la que un vecino advertía al transeúnte de lo que se le venía encima.

En aquellos tiempos, las calles europeas eran lugares sucios. Como explica Celdrán, en cada ciudad regían ordenanzas distintas sobre las defecaciones en lugares públicos, prohibiendo hacerlas en sitios de paso tales como escaleras, o cerca de las ventanas.

Ese era el estado de cosas en 1775, cuando el escocés Alexander Cummings (1733-1814) rediseñó y mejoró el retrete de Harington, inventando el inodoro. Su maravilloso idea fue la de añadir al invento un sifón que, mediante una curvatura en la cañería, provocaba un tapón de agua en la saco de la taza que evitaba la entrada de malos olores, de ahí el nombre “inodoro”. De este modo se resolvía el perenne problema del hedor en los cuartos de baño. 

A su vez, mediante una cisterna elevada, la taza se vaciaba y se limpiaba simultáneamente, creando un nuevo tapón de agua con cada uso. Un diseño muy simple que hoy cualquier fontanero conoce, pero que fue secreto para la progreso en las condiciones de higiene de las ciudades europeas. Más allá de los retretes, el sifón asimismo sirvió para evitar que la putrefacción de las alcantarillas turbara la paz de las casas.

Con la industrialización y el aumento demográfico, los desechos humanos iban a convertirse en un problema mayúsculo

Introducido poco a poco, el invento llegó en un momento en que las ciudades lo pedían a gritos. Ya en el siglo XIX, con la industrialización y el aumento demográfico, los desechos humanos iban a convertirse en un problema mayúsculo. Prueba de ello fue lo sucedido el verano de 1858 en Londres. Conocido como el Gran Hedor, fue un episodio de contaminación máxima, provocado por la acumulación de residuos humanos sin tratar, que extendió un olor irrespirable por todo el centro de la ciudad. 

Para los inicios del siglo XX, aunque todavía faltara en las casas de las clases populares, la taza de wáter ya se había extendido por Europa. Aunque no todo lo rápido que pudiéramos pensar. En España todavía hay multitud longevo que recuerda la vida sin ese ingenio. De hecho, los datos del Instituto Doméstico de Estadística revelan que, en 1975, un 17% de los hogares españoles todavía no tenía inodoro.

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