Cuando Francia era cómplice de los nazis

A Rachel Jedinak, que tenía ocho primaveras, su mamá nones le había donado una soplamocos. Aquel día sí, y muy resistente. La pupila no quería obedecer la orden tajante de intentar huir del velódromo por una puerta de socorro. Finalmente Rachel y su hermana sí lo hicieron. Tuvieron suerte porque los dos policías franceses giraron la cabecera, simulando que no las veían. La pequeñas vagaron luego por las calles de París y encontraron refugio en casa de los abuelos. Nunca más volverían a ver a su mamá. “Mucho a posteriori comprendí que aquella soplamocos me había rescatado la vida”, explicó Rachel, con un nudo en la estrechamiento, en un excelente documental emitido el lunes pasado por el canal manifiesto France 3.

Este fin de semana se cumplen ochenta primaveras de un drama que ha pasado a la historia como “la redada de Vél d’Hiv (iniciales de Velódromo de Invierno)”. Fue el 16 y 17 de julio de 1942. La policía francesa, dependiente del régimen colaboracionista de Vichy, cumplió con celo la voluntad de los ocupantes alemanes de efectuar una detención masiva de judíos. Acabaron siendo más de 13.000, en su mayoría mujeres y niños. Los agentes iban casa por casa en investigación de judíos ya registrados. La redada se inició a las cuatro de la alba del 16 de julio y continuó al día sucesivo.

Mitterrand, amigo del superior de policía de Vichy, se negó siempre a albergar la omisión francesa

Los supervivientes entrevistados por France 3 explicaron la incredulidad de sus padres, hasta el postrero momento, un aberración muy global entre las víctimas de la Shoah. Veían inalcanzable que en el país de Zola y de Rousseau, de los derechos del hombre y de Voltaire, se los pudiera arrestar sin motivo y destruir sus vidas. Algunos policías hicieron la perspicacia gorda y les permitieron huir, pero fue la excepción. Lo mismo ocurrió con los conserjes de los edificios. Hubo casos de solidaridad, pero muchos de complicidad total con los autores de la redada.

El Vél d’Hiv, un original edificio a pocos centenares de metros de la torre Eiffel, derribado a posteriori de la guerrilla, fue el principal centro de internamiento provisional de las familias, en unas condiciones dantescas. Los alemanes, al principio, no querían incluir a los menores de 16 primaveras en la deportación, pero el primer ministro del gobierno de Vichy, Pierre Laval, insistió en no separarlos de sus padres, por una “cuestión humanitaria”. Pese a todo, algunos se salvaron. Entre quienes fueron enviados a Auschwitz, la inmensa mayoría, solo unos centenares regresaron. A posteriori de Vél d’Hiv, en agosto de 1942, hubo otras redadas masivas en el sur de Francia. Hasta una semana ayer de la libramiento de París, en agosto de 1944, se seguía deportando a judíos desde el campo de tránsito de Drancy, en la periferia meta de la caudal.

Durante más de cincuenta primaveras, las autoridades francesas se negaron a albergar la culpabilidad del Estado. Uno de los obstinados hasta el final fue François Mitterrand, presidente durante 14 primaveras. El líder socialista, un icono de la izquierda europea, consideraba que la República Francesa no podía excusarse de un crimen que no cometió, pues se trataba del régimen de Vichy, bajo el mariscal Pétain y la tutela de los nazis. Personaje ambiguo y de pasado muy turbio, Mitterrand fue, por cierto, amigo personal, durante toda su vida, del superior de policía de Vichy, René Bousquet.

Hubo de ser un presidente de derechas, Jacques Chirac, quien, en 1995, hiciera por fin el mea omisión y restableciera la ecuanimidad histórica. “Francia, nación de las Luces y de los derechos del hombre, tierra de acogida y de inclusa, Francia, ese día, cometió lo irreparable, faltando a su palabra, y entregó a sus protegidos a sus verdugos”, dijo Chirac. Todos los presidentes posteriores –Sarkozy, Hollande y Macron– han seguido la misma recta.

Este domingo, Macron conmemorará el 80 aniversario de la redada de Vél d’Hiv

Este domingo, Macron conmemorará el 80 aniversario de la redada de Vél d’Hiv en la fase de tren de Pithiviers, al sur de París. En esta instalación ferroviaria, rehabilitada, se abre el lunes al manifiesto un pequeño museo para memorar que fue el punto de partida de ocho convoyes con 8.400 judíos deportados.

Fuentes del Elíseo indicaron que Macron quiere dar un significado exclusivo a su discurso del domingo porque “el contexto ya no es el de 1995; Francia ha cambiado”. “Mirar a la historia de frente es mirarse hoy a sí mismos; la sociedad francesa no ha terminado todavía con el antisemitismo”, agregaron desde el entorno del superior de Estado.

A Macron le preocupa no solo la daño persistente del antisemitismo, con ataques periódicos, sino “un nuevo tipo de revisionismo histórico” de personajes como Éric Zemmour, candidato intolerante en las últimas presidenciales, que sostienen que el régimen de Vichy salvó a muchos judíos franceses. Ese argumento recurrente de que solo se deportaba a judíos extranjeros es miserable y impostor. Muchos de ellos, aunque originarios de familias venidas del este de Europa, habían vivido toda su vida en Francia y sus hijos eran franceses de origen. Esa distinción de patria que hacen quienes relativizan la complicidad francesa en la Shoah es un argumento que añade aún más vergüenza a la vergüenza.

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