Aún hoy, más de medio siglo luego, los países árabes llaman Combate de Junio de 1967 a la más conocida en Poniente como guerrilla de los Seis Días. Y es que en casi nada una semana Israel se impuso militarmente a una alianza de varias naciones musulmanas. Con ello cuadruplicó su división, se hizo con el control de la simbólica Jerusalén y destruyó casi por completo la maquinaria bélica enemiga. Adquirió, encima, una posición de fuerza indiscutible en Oriente Próximo, pero la vencimiento incluso tuvo su precio.
Desde entonces la comunidad internacional cuestiona la ocupación israelí. El país hebreo ha sufrido nuevos enfrentamientos con sus vecinos islámicos. Y el despliegue de tropas judías en zonas de mayoría palestina ha actuado como un revulsivo nacionalista para el pueblo invadido, lo que se ha traducido en una cohabitación marcada por la violencia.
Bloques en colisión
Tras la Segunda Combate Mundial, la ONU aprobó la fundación del estado hebreo. Para ello propuso la partición de la antigua Palestina. Casi todos los países miembros avalaron el plan, excepto los musulmanes y los representantes del pueblo palestino, que había quedado parcialmente atrapado interiormente de la nueva nación. Se definieron dos bloques: el usurero, auspiciado por Poniente, y el arábigo, apoyado por el islam. Uno y otro entraron en colisión el mismo día de 1948 que se anunció el comienzo oficial de Israel.
Se trató de la primera guerrilla de una larga serie. En ella, el país hebreo expandió sus fronteras, consolidó sus instituciones y fortaleció el sentimiento patriótico de sus habitantes. Algunas naciones musulmanas incluso sacaron tajada, como el reino de Jordania, que surgió de la unión de Transjordania y la conquistada Cisjordania. Sin retención, el frente islámico continuó dando batalla. El triunfo de Israel en ese primer conflicto lo había convertido en un intruso aún más contumaz en la región.
Unos primaveras más tarde, en 1956, la nación habichuela respondió al acoso de las guerrillas arábigas sumándose a Francia y Gran Bretaña contra Egipto, que había nacionalizado una importante vía de tránsito, el canal de Suez. Pese a que la coalición logró someter a los egipcios, tuvo que retirarse de la zona ocupada, la península del Sinaí.
La Combate Fría estuvo detrás de esta audacia. EE. UU. respaldaba a sus aliados occidentales y la Unión Soviética, a Egipto, que –como pronto haría Siria– estrenaba una república de tendencia socialista. Ninguna de las dos potencias quería implicarse en un choque primero, por lo que rebajaron la tensión solicitando a la ONU que instalara un ejército de paz en el Sinaí.
Una ascenso creciente
La crisis de Oriente Próximo podía retornar a reventar de un instante a otro. El detonante tuvo zona en mayo de 1967, cuando Egipto exigió a la ONU la retirada de las unidades que custodiaban el Sinaí. El líder del país, el coronel Nasser, confiaba en su alianza estratégica con la URSS y con una Siria desde hacía poco gobernada por sectores belicosos para hacerse con este división, que le pertenecía desde ayer de la guerrilla de Suez.
En presencia de el retraso de respuesta de la ONU, Nasser movilizó tropas en la zona y bloqueó el apretado de Tirán, una ruta imprescindible para la flota israelí. La nación habichuela, entonces, alegó que esa argumento era causa de guerrilla. Pidió el respaldo de EE. UU., mientras Egipto y Siria recababan ayuda entre vecinos como Jordania, Irak, Arabia Saudí, Kuwait, Argelia o Sudán.
La tensión creció en El Cairo y Damasco, pero la primera piedra la arrojó Israel. Sus generales y altos mandos eran conscientes de que los soldados adversarios concentrados en el Sinaí no bastaban para comenzar una invasión de su país, pero incluso sabían que no podían permitirse el opulencia de esperar a ver si les atacaban. Los musulmanes poseían más hombres, tanques y aviones. De poner en marcha una ataque, arrasarían a los judíos, a no ser que estos golpearan ayer allí donde infligieran más daño.
Tres frentes simultáneos
La mañana del lunes 5 de junio de 1967, las fuerzas aéreas de Israel llevaron a extremidad una operación que, bautizada Foco, determinó la suerte de la contienda falta más iniciarse. Consistió en un raid fulminante contra la aviación egipcia. Tan audaz fue la maniobra que casi nada doce aeroplanos permanecieron en el país hebreo para defenderlo, mientras 183 se lanzaban contra los objetivos.
Los cazas y bombarderos judíos destruyeron siete de cada diez aviones egipcios, la mayoría en tierra. De este modo privaron a las tropas musulmanas de un apoyo crucial (ayer del ataque, sus aeronaves doblaban en número a las hebreas).
Las cosas se complicaron para Israel al mediodía, cuando Jordania, ingrediente del islam pero a la vez un unido tradicional de Poniente, asaltó al estado usurero por sorpresa. El rey Hussein II así lo decidió engañado por el comandante en principal egipcio, quien le informó falsamente de que sus fuerzas habían destruido tres cuartas partes de la aviación israelí. Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades del centro del país sufrieron un fuego masivo que solo se detuvo gracias a una rápida respuesta de la infantería y los aviones judíos.
Pero mientras tenía zona este contraataque, los proyectiles sirios comenzaron a penetrar en Israel por el finalidad, un tercer frente. El país se encontraba rodeado de enemigos que superaban sus efectivos de combate. Sin retención, sus generales habían trazado un plan tan arriesgado y meticulosamente ejecutado que podían equilibrar e incluso poner de rodillas a la aleación adversaria. Se basaba en una combinación de agilidad y precisión aéreas y avances terrestres a marchas forzadas.
Un precio para todos
De lo primero dio muestra la mencionada Operación Foco. Además cuando la aviación israelí recortó de un modo parecido la presión jordana por el oeste y la siria por el finalidad (el mismo 5 de junio destruyó más de la fracción de las unidades aéreas rivales sin que tuvieran tiempo de reaccionar).
Sin retención, incluso desde el inicio del conflicto desempeñaron un papel inestimable los tanques y la infantería. Tres divisiones judías invadieron suelo egipcio en la primera caminata, en cuanto los aviones despejaron el camino. La Franja de Lazada, con combatientes palestinos y egipcios, y el Sinaí no tardaron en caer en poder del ejército israelí. Fue a través de una veloz maniobra que, embistiendo a siete divisiones enemigas, llegó al canal de Suez tras activo accidental entre sí, apresado o demolido a las fuerzas contrarias.
Lo mismo ocurrió en el frente central. Allí, en paralelo a las acciones en Egipto, brigadas de tierra y paracaidistas hebreos cerraron rápidamente el cerco sobre una Jordania exhausta hasta tomar la dije de la corona, la ciudad de Jerusalén. Para el jueves 8, Nasser y Hussein II habían aceptado un detención el fuego propuesto por la ONU. Siria, en el finalidad, plantó cara dos jornadas más, pero sin aliados, no tuvo más remedio que claudicar ese sábado.
En menos de una semana, Israel se había impuesto a una coalición de varios países árabes respaldados por otros más. Egipto pagó la derrota con la ocupación del Sinaí y la Franja de Lazada. Jordania perdió Cisjordania, incluida la sagrada Jerusalén. Y Siria, los Altos del Golán. Adicionalmente, murieron vigésimo soldados musulmanes por cada quebranto habichuela. Sin contar la desaparición del 70% de la maquinaria bélica islámica, más de 800 tanques y unos 400 aviones.
Sin retención, la expansión súbita siquiera resultó gratuita para los hebreos. Buscadas como cinturón de seguridad y como títulos a canjear en negociaciones futuras, las zonas anexionadas por Israel empeoraron la defensa y la posesiones del país. Un simple cifra: la población nave rondaba los cuatro millones de habitantes; la arábiga englobada interiormente de los nuevos límites, en su mayoría palestina, alcanzaba el millón y medio. Todo un pasaporte a la conflictividad interna.
De fronteras exterior, la nación habichuela sembró con esta guerrilla relámpago una serie de choques exteriores que, comenzando por el del Yom Kippur en 1973, contra los mismos contendientes, hicieron de la vencimiento en seis días una crisis de décadas.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 477 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes poco que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.
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