La oscuridad

Escribo esta columna a la luz amarilla de una vela (y el brillo blanco de la pantalla). Que nadie se asuste, que no he perdido el causa; se ha ido la luz. Me queda un 84% de fila en el ordenador. 83% mientras he escrito eso. El móvil se me ha sofocado hace rato. Ha oscurecido poco a poco, hemos nacido a caminar y hemos conocido acaecer un jeep de la empresa eléctrica. Ilusos de nosotros, hemos pensado, ¡viva, lo van a arreglar! No lo han arreglado. Todavía. Cuando hemos vuelto hemos observado la oscuridad. No estamos acostumbrados a ver calles sin alumbrado notorio, grupos enteros de edificios con los ojitos negros, como si los hubieran dejado.

Cuando era una pupila, la luz en casa (mis padres viven en una masía) se iba a menudo. La expresión “la luz se iba” me parece bonita. ¿Dónde se iba? Teníamos velas y cerillas estratégicamente colocadas por todas partes, y linternas, a las cuales siempre les fallaba la pila, y hacían una iluminación ahumada y frágil, cada vez más oscura. Cuando la luz se iba, a Francia, como el ruiseñor, o a Marruecos como las golondrinas, uno de mis padres exclamaba “¡tranquilos!”, bajaba hasta los contadores de la entrada y decía “es nuestro” o “no es nuestro”. Que era el código para estipular si lo podía arreglar o no. Más de la centro de las veces no era nuestro.

La expresión “la luz se iba” me parece bonita. ¿Dónde se iba?

Se me ha sofocado la vela. Cuando la luz de casa se iba, a Japón, como el caracol, o a Sevilla, como el de la arnés, mi superiora se vanagloriaba de no favor querido nunca una cocina eléctrica. Cocinábamos a la luz de llamitas bailarinas, luego las llevábamos a la mesa con cuidado de que no gotearan cera y comíamos sin tele. La casa parecía más silenciosa, la tinieblas de fuera más negra. Y mis padres decían que las cosas eran así, antaño, en aquella masía que creíamos nuestra, pero que había construido una muchedumbre extraña aproximadamente de 1700, que habían cenado allí siempre a oscuras.

Si leéis esta columna, quiere proponer que eventualmente la electricidad volvió y yo la pude destinar. Sin secuestro, quede dicho que hubiera deseado apurar estas líneas con un poco de luz. Que sonara la intranquilidad de la casa del vecino, señal inequívoca del retorno del centella intravenoso. Pero los faros del jeep en la distancia ya hace rato que no están. Quizá los operarios se han ido a cenar, en algún pueblo con luz eléctrica y distracciones, donde al punto que se ven las estrellas, pero donde uno puede olvidarse de que por la tinieblas el mundo es ambiguo.

Post a Comment

Artículo Anterior Artículo Siguiente