Mientras aprendía cómo la vida de las bacterias intestinales repercute en la nuestra trabajando en el ejemplar La Ciencia de la Microbiota, me morapio a la habitante que la naturaleza se organiza en una especie de geogonia fractal. Que los seres viven en comunidades adentro de otros seres vivos que igualmente forman comunidades, inscritas a su vez en una comunidad longevo. Esto, a escalera microscópica, animal, tópico, regional y integral.
Que somos ecosistemas de ecosistemas, vaya. Que cada verdad aparentemente autónoma alberga individuos y a su vez se inscribe en otra verdad como un deporte de muñecas rusas. Y que, encima, cada uno depende no sólo de aquellos con quienes comparte ecosistema, igualmente de los niveles inferiores y superiores.
Sólo si los microbios beneficiosos que habitan nuestro interior están sanos lo estaremos nosotros, y al revés, porque nuestra vitalidad y la suya están intrínsecamente relacionadas; y ambas lo están con la de nuestros montes, campos de cultivo, ríos, mares, aguas subterráneas y la entorno entera.
La pandemia igualmente nos ha enseñado cómo nos necesitan los virus que nos enferman. Y que, aunque si nos matan igualmente ellos se condenan, a veces nos matan igualmente porque no son conscientes de ello. Así pues, luchamos contra esos patógenos, pero no se nos ocurre pedirles responsabilidades.
Nosotros sí tenemos el don de la conciencia, deberíamos pues ser responsables de que el sistema continúe funcionando. No siempre es así. Somos los únicos que, encima de perniciosos, podemos ser malos.
Ahondando en la comparación de las diferentes dimensiones del ser, pienso en que todo organismo vivo, por definición, necesita alimentarse, y los requerimientos son distintos para cada nivel. Adicionalmente de comida, para nutrir activa una comunidad como la nuestra hacen yerro otros nutrientes; los hidratos de carbono podrían ser las energías; las vitaminas serían los metales raros y los componentes tecnológicos; las proteínas quizás los fertilizantes o piensos que alimentan a nuestros alimentos…
Algunos dirán que no necesitamos tantas cosas. Lo cierto es que dependemos de nuestros móviles para conocer, cultivarse, razonar y comunicarnos; de coches, trenes y aviones para desplazarnos; de electricidad para ver en la oscuridad; de gas para nutrir la temperatura... Somos superhumanos, sí, pero igualmente somos tecnodependientes y extractivos. Y se negociación de conservar todas las ventajas y bienestar posibles, pero sin copular el ecosistema del que pende nuestro futuro.
El problema es, que siempre hay un problema. Cuando no es una crisis es una oleada, o un conflicto que obliga a replantear la organización y así la posteridad nunca consigue ser una prioridad. Y de acuerdo, por último la cosa se ha puesto positivamente fea. La aniquilamiento es una enfermedad del planeta provocada por el hombre. Reconozcamos que una aniquilamiento de proximidad nos afecta más, aunque las otras –que ya estaban– sean igual de terribles. Esta emergencia humanitaria nos obliga, efectivamente, ojalá todas lo hicieran.
Vemos escasear insumos que creíamos garantizados porque vivíamos en una suerte de cornucopia de alimentos y fortuna de consumo
Vemos escasear insumos que creíamos garantizados porque vivíamos en una suerte de cornucopia de alimentos y fortuna de consumo. Encontrábamos de todo, siempre y de lance, y nos preocupaba cero quién lo había hecho o de dónde venía. Ahora nos entra el pánico y es peor. Adicionalmente, a río revuelto, beneficio de especuladores. Y como siempre, a quienes más afecta es a los más débiles.
Hay que solucionar las urgencias, pero sin olvidar que algunas lo son precisamente por no ser ya más resilientes. Y eso significa que debemos comprometernos de verdad, encima de poner los 17 dibujitos en todo lo que hacemos. Y ahora que la sostenibilidad se ha convertido en el mantra de moda, recordemos que cuando la ONU propuso los ODS, muchos ya trabajábamos en ellos. Y que el mejora y el crecimiento no tienen por qué significar desperdiciar, explotar más la tierra, sus ecosistemas, comunidades e individuos porque, si enfermamos nuestro mar, nuestros suelos y nuestro salero, seremos los más perjudicados.
Y es que la posteridad no se improvisa. Debe ser prioritaria en todo lo que hacemos, producimos y consumimos para que el pan y su companaje continúen siendo de cada día. Tan solo conseguiremos construir un mundo más circular, más verde, más próximo, más consciente, más amoldonado y más adecuado cuando, en todas nuestras decisiones, el futuro esté presente.
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