La posibilidad de poder batallar y contrastar ideas es poco que nos hace más libres y sabios. Solo las sociedades y organizaciones totalitarias ponen coto al diálogo y eso las hace muy vulnerables. El papa Francisco ha convocado un sínodo de obispos para octubre del próximo año con la intención ciertamente de destapar un debate a fondo sobre el presente y futuro de la Iglesia católica en el mundo tan acuosidad y complicado que debemos radicar hoy. Por eso no debería ser extraño que, en la grado de recogida de propuestas para ser discutidas antaño de montar a Roma, los fieles planteen cuestiones tan lógicas como el celibato opcional o la distribución hierático femenina.
El papa Francisco, en una imagen de archivo
La divulgación de estas iniciativas nacidas en el seno de la arzobispado de Barcelona ha suscitado una reacción en contra de sectores más tradicionales que consideran que estas opciones son un ataque imperdonable a las esencias del catolicismo, como aceptablemente apuntaba nuestra compañera y buena conocedora del tema María-Paz López. Estos grupos conservadores temen que, si estos cambios se imponen en la institución, muchos fieles acaben optando por irse alrededor de otras ramas del cristianismo más puras y ajustadas al maniquí. El problema para la Iglesia católica es, ciertamente, el contrario. Si no sabe adaptarse a un mundo donde el papel de la mujer ya no es secundario, ni hospedar lo ordinario que sería que un hombre presbítero se pudiera casar, va a acentuar la progresiva crisis vocacional de su causa y su progresivo distanciamiento de amplias capas de la población.
Será muy difícil, casi difícil, que estas iniciativas puedan montar no solo a aprobarse, sino que puedan ser discutidas. El papa Francisco se ha mostrado siempre franco a inspeccionar un papel más activo de la mujer en la Iglesia y incluso ha apoyado el celibato en algunos casos concretos. Así, en el 2019, en un mencionado sínodo en la Amazonia, el Pontífice se mostró partidario de ordenar sacerdotes a hombres casados para las zonas más aisladas del país.
La Iglesia no debería tener miedo a estos debates que propicia el Papa. Sería una prueba de la fortaleza de la que ha hecho traje durante tantos siglos.
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