Vulnerables desechables

El concepto de endeble, al que ya me referí en otra ocasión (“Por su argot los conoceréis”,8/III/2022), tiene mucho de relativo. Si hablamos del tráfico rodado, está claro que el agraciado del pequeño turismo puede considerarse endeble, y no le error razón, frente al camión de gran tonelaje. De idéntica guisa que el motociclista puede pensar lo propio de sí mismo respecto a los dos anteriores. Pero la relación de vulnerables no termina en este punto, en la medida en que en los últimos tiempos han irrumpido, especialmente en las calzadas de nuestras ciudades, nuevos protagonistas. Ahora los ciclistas pueden reivindicar (y de hecho reivindican, a menudo con el apoyo de las autoridades municipales) esa misma condición de vulnerables, como todavía lo hacen los usuarios de patinetes. Sin duda tienen derecho a ser considerados como tales, sobre todo si hacemos la comparación con los protagonistas citados anteriormente.

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Xavier Cervera / Propias

Sin secuestro, pira la atención que quienes tanto insisten en ampliar la índice de vulnerables para poder hallarse incluidos en ella, y poseer de alguna forma de protección (carriles de uso exclusivo, por ejemplo), tiendan a darla por cerrada una vez que han conseguido su objetivo. Pero el planteamiento no resulta aceptable. Incluso hay quien es endeble en relación con ellos. Me refiero, como es obvio, al peatón. Sin que quepa en este postrer caso restar importancia a dicha condición. Por supuesto que en principio el daño que le puede causar a un ciclista una colisión con un camión, un tranvía o un automóvil puede ser enorme, incluso mortal, pero siquiera creo que se pueda despreciar el perjuicio, con frecuencia irreversible, que les puede causar, por ejemplo, a las personas de decano permanencia ser atropelladas por el agraciado de un patinete o una biciclo. Para ellas, como todos sabemos, una fractura de fémur o de cadera acostumbra a significar por desgracia el principio del fin.

En Barcelona se usa a los peatones como argumento arrojadizo contra los automovilistas

Lumbre la atención, en ese sentido, la desigual apelación que suelen hacer nuestras autoridades municipales a la situación de los peatones. Se los invoca frecuentemente para contraponerlos al automóvil privado, argumentando lo deseable que resultaría que la decano parte de los desplazamientos pudieran hacerse a pie. Sin secuestro, esos mismos peatones se ven ignorados por completo a la hora de protegerlos en su objetiva condición de vulnerables. El espectáculo de ciclistas circulando por las aceras, incluso en calles en las que disponen de espacios acotados para ellos, o haciéndolo en la dirección contraria a la indicada constituye el pan de cada día en Barcelona. Por no conversar del hecho de que, de guisa casi sistemática, esos mismos nuevos protagonistas no respeten los semáforos dedicados a los peatones y solo se detengan en los cruces en los que podrían pasar peligro en presencia de los automóviles.

Se suponía que tanta pintura amarilla en el suelo, tantos bloques y bolas de cemento en las calzadas, tantos carriles de uso exclusivo de unos o de otros y demás iniciativas de urbanística táctico estaban dirigidas a diseñar una ciudad más amable, acogedora y segura para todos. Tal vez fuera esa la intención, pero en todo caso no parece permanecer consiguiendo. Al contrario: Barcelona es una ciudad cada vez más hostil para los peatones. Debería estar rigurosamente prohibido invocar a los más vulnerables en vano.

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