Adiós, fue sobre todo horrible mientras duró

Por fin el Michel Houellebecq (Saint-Pierre, 1958) narrador, aquel al que llevamos tres décadas leyendo para que nos diseccione estupendo e hilarantemente la miseria casto, la profilaxis afectiva y el conjunto vano que atravesamos desde el tardocapitalismo, condensa en una sola palabra el destino que le merece la humanidad: ser aniquilada.

De alguna guisa toda su ficción preliminar, desde su visión del tolerancia financiero como una trituradora emocional en la fundacional Ampliación del campo de batalla , a su postulación de los antidepresivos como única forma de sobrellevar nuestra patética búsqueda del acto sexual y el triste consuelo del sexo en Serotonina , puede entenderse como una exposición de motivos que desembocan en este informe (que, por otro costado, a nadie de sus lectores sorprenderá). Aniquilación pues como sentencia, como pleito final.

Unas elecciones presidenciales, un infarto cerebral y una crisis matrimonial son algunos de los temas que entretejen la última novelística del autor

¿Qué alma se pesa que vendría a simbolizar la de todos en cuanto hijos del mismo tiempo? La de Paul Raison, asesor del ministro de Crematística y Finanzas francés, arquetípica criatura houellebecquiana: infeliz, excéptico, asqueado, en el precipicio del divorcio, distanciado de sus hermanos, despectivo con la clan política y frustrado sexualmente pero un trabajador de altas competencias que mira al mundo con una crudeza salvaje, sin filtros consoladores, pura náusea existencial.

La novelística sería resumible en la carrera de obstáculos a los que se va enfrentando mientras se acerca a los cincuenta –una amenaza a la seguridad internacional, unas elecciones presidenciales, el infarto cerebral del padre que convulsiona las dinámicas fraternales, la crisis matrimonial y una enfermedad muy agonizante–, y el modo en que estas perturbaciones profundas confirman su abyecta opinión sobre el tipo humano o abren rendijas que permiten la entrada de poco de luz.

Si hay poco con lo que uno siempre puede contar en la letras de Michel Houellebecq es con un explosivo humor provocador y un cuestionamiento cáustico de muchos aspectos de ese mundo novedoso que Raison querría ver aniquilado, letras entonces como tipo corrector, cuchillo entre los dientes y ponzoña en la lenguaje, del clima de corrección política, eufemismos generalizados y (utilitario) censura institucionalizada en el que vivimos. Un catálogo somero de las “víctimas” de la inspección sarcástica del escritor en Aniquilación incluiría: el yoga, la meditación trascendental, la comida vegana, los periodistas descuidados, el diseño de los edificios oficiales, la ampulosidad de ciertos menús gastronómicos, las organizaciones esotéricas, la musicoterapia, la desarrollo subrogada, el catolicismo, los bancos de semen, las residencias de ancianos y los thrillers norteamericanos contemporáneos.
Si a todos estos despropósitos presentes el autor le añade un futuro donde el orden y la seguridad mundial serán amenazados, una forma de entender Aniquilación es como trompeta del Tragedia o documento a preservar en uno de esos silos en Nuevo México con los que intentar ilustrar a las civilizaciones extraterrestres sobre los motivos de nuestra agonía.

Existencialista punk, sinvergüenza de enormes conocimientos teóricos, Houellebecq, al que nunca le han importado en exceso las tramas, o cuanto menos las ha manido como un peaje para retratar el encaje entre el desatino de la vida, la crecimiento del pensamiento y de las costumbres y la imbecilidad contemporánea, es brillante cuando nos interpela como sociedad–aquí, por ejemplo, con la creación de escenarios perturbadores que nos llevan a reflexionar sobre las alianzas entre violencia y tecnología, o burlándose de creencias acientíficas o de las incontables formas de adular la vanidad desde la ridiculez–, pero menos observador de la fluidez y la compactación narrativas.

Aniquilación está repleta de escenas memorables, apuntes ingeniosos y disertaciones interesantísimas, como si uno asistiera a un brainstorming entre Pascal, Cioran, Woody Allen y Ricky Gervais, pero incluso cae en la desmesura, la prolijidad y la reiteración (¿a qué vienen tantos sueños?). Vayan advertidos: con la decrepitud física en su centro, la novelística duele, pero, informe proyectil, su autor demuestra que conoce la ternura e incluso parece dispuesto a creer en el acto sexual.

portada
Aniquilación/AnorrearEmblema. Traducción al castellano: Jaime Zulaika/ al catalán: Oriol Vaqué. 608 /592 Páginas. 24,90 Euros

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