Conviene la humildad al sabio, no a su obra”, reminiscencia ocurrir oreja en una conferencia. Me gustó mucho esta idea, porque me ponen enormemente nervioso aquellas personas que utilizan frases como “en mi humilde opinión”, como socorrida muletilla. Vivimos en un mundo en el que el conocimiento es más necesario que nunca, y como hay tanta información, de alguna modo hay que poner orden. Por eso me gusta ser editor, porque esta profesión comparte el memorizar que se ha creado en el mundo, para filtrarlo y ofrecerlo de un modo organizado y regular. El memorizar de internet es la inundación postsunami: estamos rodeados de agua, pero no es potable. Editar es ofrecer agua potable, filtrada. Conviene estar al tanto de quienes no crean memorizar, pero lo aparentan, porque son maestros del autobombo sin consistencia. En muchos casos, excelentemente aupados por las redes.
Regresemos a la humildad. Preguntado un médico francés sobre cómo y cuándo estaba seguro de poder expedir un certificado de defunción, contestaba: “Dócil: entro en la habitación, y si no queda ningún señal de vanidad, la persona, indudablemente, ha muerto”. La falsa humildad puede ser una excelente logística para patinar el bulto sin riesgos. Estar en la plaza y asistir a lapidaciones —con piedras o digitales—, calladitos, contemplando desde la barrera o la pantalla, rodeado de los tuyos . Los cómplices del odio más eficaces, luego de sus militantes, son los silenciosos. Los Mitläufer (los cómplices callados) que tan correctamente describe Géraldine Schwarz en Los amnésicos . Los que acompañan en silencio como testimonios de una tribu.
Los cómplices del odio más eficaces, luego de sus militantes, son los silenciosos
La humildad se ejerce desde el silencio solitario. La tribu nunca será humilde, porque aumenta decibelios. Es el subidón, rodeado de los tuyos, nadie está callado, por eso es impresionante acertar en el Financial Times Weekend a Jonathan Haidt describir cómo se instala, en el curso 2013- 2014, la civilización de la derogación en los campus universitarios de Estados Unidos. Todos a callar en el país que fue, en su tiempo, de los pieles rojas, porque ahora hay pavor al ejecución en manos de los pieles sensibles. Hemos llegado a la forma más perfecta de censura. Pensar, no como lo hacía Josep Pla, en el secundario valentísimo, sino en el que menos incomode. Bienvenidos a la entrada de la mínimo.
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