Una verdad desnuda, integral

Emma Thompson tiene sesenta y tres primaveras. En Gran Bretaña acaba de abrir Good luck to you, Leo Holgado , una pelícu­la en la que interpreta a una profesora de religión, viuda, que nunca ha tenido un clímax ni una vida sexual basada en una mínima reciprocidad del placer. Esta es una de las razo­nes por las cuales decide contratar los servicios de un muchacho prostituto –trabajador sexual, le llaman– de muy buen ver y explorar hasta donde la puede admitir una situación que el cine suele reservar a los hombres.

La historia es teatral y no me extrañaría que se llevara a los escenarios. La estructura se cimiento en los cuatro encuentros en el hotel entre la clienta y el trabajador sexual, con diálogos y situaciones que van más allá de lo estrictamente sexual y que proponen una guisa de entender estos códigos desde un feminismo que no abusa de la pólvora sermoneadora. Es una historia sobre la soledad, la insatisfacción y el remordimiento, en este caso de una mujer que, demasiado tarde, constata que ha dejado escapar una parte de sí misma que ni siquiera conoce –y que la asusta.

Emma Thompson interpreta a una profesora, viuda, que nunca ha tenido un clímax

Sin incautación, ya sea por falsía comercial o integridad discursiva, lo que más se comentará a la hora de promocionar esta comedia es el desnudo integral del personaje de Thompson. En la parte final, en un estado de íntima satisfacción –al que ha llegado por caminos insondables–, se planta delante un espejo para contemplarse de cuerpo impávido. Y lo hace no con la tensión y repulsión azuzadas por la derecho de los modelos vigentes de belleza sino con una plenitud que, a estas directiva, resulta casi subversiva. Es un acto de liberación, afirmación y seso; la prueba es que no hay demasiados precedentes de actrices dispuestas a mostrarse así, sin filtros, desde una desnudez anterior y sin empeñarse en querer parecer más jóvenes, aunque sea con el maquillaje de los género especiales.

La franqueza de la secuencia es irrefutable. No se refugia en la coartada de las interpretaciones históricas de la corporalidad femenina (las diferentes beldad, Rubens y toda la pesca) sino que, en un momento de mayor totalitarismo de unos moldes muy determinados de perfección y belleza, el personaje de Thompson hace poco tan inesperado como mostrarse. Mostrarse en un contexto que, gracias al cine, deja de ser el espacio cerrado de un hotel en el que los personajes intercambian dudas, temores, placer, obsesiones y se expande como un mecanismo de alerta que quiere interpelar a los que aún valoran que se les interpele.

Vale que la película no pasará a la historia de la comedia. Pero la nobleza y ciudadanía del desnudo de Thompson sí marcarán una conducta que será referente porque acorta la distancia entre las ficciones estéticas artificiales y la ingenuidad de una mujer de sesenta primaveras desnuda y fugazmente satisfecha.

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