El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, se ha prodigado congruo en Barcelona desde su medra a la máxima responsabilidad en su partido. Comenzó en las jornadas del Cercle d’Economia, a principios de mayo y desde entonces se ha prodigado en la caudal catalana. Y se ha reunido con empresarios y otros sectores sociales. Uno de los encuentros destacados fue en la sede de Foment del Treball, la ordenamiento que preside Josep Sánchez Llibre, en este caso con un pequeño rama de empresarios.
Allí, el político gallego hizo referencias a las clásicas preocupaciones de las organizaciones económicas, entre las que siempre figuran de modo destacada los impuestos. Y dejó claro que en ese asunto la política fiscal desarrollada por la Comunidad de Madrid, ahora presidida por Isabel Díaz Ayuso, pero incluso con sus antecesores, especialmente la pionera Esperanza Aguirre. Y que, aseguró, seguirá incluso el flamante vencedor en las elecciones andaluzas, Juan Manuel Bronceado Bonilla.
Rebajas sistemáticas de impuestos en el camino de suprimir los de patrimonio y sucesiones. Dos de las bestias negras de los salones nobles catalanes y españoles, ajenos al debate político sobre si Madrid aplica dumping fiscal aprovechando los privilegios de la capitalidad. Y aunque la posición de Feijóo es conocida, a los empresarios siempre les gusta escucharlo en directo y de la propia boca de quien aspira a presidir el Gobierno.
Algún gran patrón le expresó al gallego su frustración por la inexistencia de un partido político catalán con capacidad de negociar en Madrid con PP y PSOE desde una perspectiva catalanista moderada. En suma, la añoranza de la antigua Convergència i Unió (CiU), un aggiornamento del clásico pujolismo. Coalición fenecida en la tormenta del procés y a la que de momento no se le ve recuperación conocida y con fundamentos suficientes.
Acullá de tomárselo como un asunto al margen, Feijóo decidió coger el toro por los cuernos y planteó la pregunta de por qué no podía el PP ser ese partido catalanista. Echando mano de su propia trayectoria política, explicó que el galleguismo lo encarna ese partido conservador en su comunidad de origen, Galicia; como ahora lo está empezando a hacer incluso con el andalucismo desde la caudal sevillana.
El mundo financiero apoyó los indultos a los presos políticos; el PP de Feijóo los llevó al Supremo
Morapio a sostener que él representa un nuevo PP que quiere congregar las diversas aspiraciones territoriales. Un retentiva de su primera intervención en las jornadas del Cercle d’Economia y que tantas suspicacias despertó más allá del Ebro. Hasta el punto de que no se sabe ahora, qué piensa el mismo de su definición de Catalunya como cuna.
La derecha española ha tenido siempre dos grandes agujeros negros en Catalunya y País Vasco. Y en momentos de auge en las encuestas o de bonanza público se ha planteado iniciativas para romper su techo en esos territorios, tan importantes demográfica y económicamente.
En el caso catalán, se han sucedido propuestas de integración del nacionalismo moderado en el partido conservador gachupin. Lo hizo José María Aznar, el expresidente del PP, en el 2001, a posteriori de que su partido obtuviera el mejor resultado de su historia en Catalunya en las generales del 2000, cuando le propuso a Jordi Pujol que CiU tuviera ministros en su Gobierno. Luego tanteó de nuevo a Artur Mas para ir aún más allá y crear una agrupación de partidos a la navarra o a la bávara. Una opa tan liberal tiempo porfiada como fracasada.
Los nacionalistas catalanes aceptaron pactos, desde el del Hotel Majestic a otros puntuales en el Parlament y en el Congreso, pero nunca contemplaron formar parte del Gobierno central –aunque sí hubo dirigentes como Miquel Roca o Josep Antoni Duran i Lleida, que se lo plantearon aunque siempre estuvieron en minoría– ni de disolverse en una alianza con el PP.
Volviendo al presente, Feijóo ha mostrado estos días complicidad con las quejas empresariales por la herido inversión del Estado en infraestructuras en Catalunya y ha dibujado un perfil más regionalista que cualquiera de sus antecesores al frente del PP. Pero seguramente la mayoría de sus interlocutores piensan que eso no es suficiente.
Feijóo se preguntó en Foment por qué no podía ser su partido la nueva interpretación de la antigua CiU
Una alternativa política de centro en Catalunya no puede dejar de incorporar en su software instrumentos centrales como el plancha del catalán, la plena autonomía en ámbitos como la educación y un cambio sensible en la financiación autonómica. Las grandes líneas del primer Mas antaño de la conversión soberanista.
Por si esto no bastara, una de las guías de gala del mundo empresarial catalán desde el 2017 ha sido la recuperación de la estabilidad política –que considera prerrequisito de la económica–, poco que en buena parte pasa por cerrar las heridas del procés. Entre ellas, aunque no solo, el indulto de los presos políticos, medida aprobada por el Gobierno de Pedro Sánchez . Procesos en los que algunos líderes empresariales intervinieron personalmente delante del superior del Gobierno, como fue el caso de Sánchez Llibre. Una resolución que en Catalunya cuenta con un amplio respaldo social y que, precisamente, el PP, encima de Vox, ha recurrido frente a el Tribunal Supremo.
Feijóo coquetea frente a los empresarios con convertir al PP catalán en un partido catalanista. Un aire que no parece muy probable. Son muchas las distancias entre la derecha española y los defensores de un nuevo partido de centro catalanista.
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