El gran guiñol

Vuelven las elecciones. Habrá municipales y autonómicas el 2023 y ya están poniendo en estado de exaltación a los únicos que aún las disfrutan: políticos y periodistas. Se pregunta mil veces al conseller de Salut, Josep Maria Argimon, si será el candidato de JuntsxCat a la alcaldía de Barcelona, la vacante más intrigante del momento. Se hace querer: “Che sera sera” canta, como Doris Day. Más sólido es el flagrante ministro de Civilización, Miquel Iceta, inmortal pretendiente a las listas del PSC: “Rotundamente no”, y parece mirarse la política catalana con poca añoranza.

Se publican encuestas semana sí, semana incluso, sobre todo sobre quién ganará en Barcelona. A pesar del empeño de los que las interpretan, no parece que vaticinen muchos cambios. Todos se quedan más o menos como están, indemne Ciudadanos, que sigue su camino de homicidio súbita en cada nueva referéndum. La flagrante alcaldesa y candidata de Barcelona en Comú, Ada Colau, suspende con la nota más muerto de aprobación desde que se pregunta a los electores. Aspavientos de la larga repertorio de medios, lobbies económicos, opinadores y todos los que detestan el flagrante gobierno municipal. Casi nadie destaca que el resto de los candidatos no sacan precisamente matrícula de honor y que quizá deberíamos preguntarnos por qué los dirigentes municipales de gobierno y examen tienen valoraciones tan pobres entre los ciudadanos. O por qué seis de cada diez encuestados ni siquiera se molestan en objetar. Se presentan plataformas de apoyo y a la contra, Sandro Rosell enseña la patita diciendo que él no es político para a continuación dejar claras sus prioridades políticas: inocencia, seguridad y aeropuerto (quizá quería aseverar que no es hombre de partido).

Los electores bostezan y votan con la esperanza de que el nuevo gobierno no sea peor

Pero todo esto es espuma al servicio de los intereses de los políticos, que se juegan mucho, y los periodistas más cafeteros de los trapicheos partidistas. Los electores acostumbran a bostezar, mirárselo todo con indiferencia e ir (cada vez menos) a sufragar cuando toca con la esperanza de que, como exiguo, el nuevo gobierno (municipal, autonómico, estatal) no sea peor que el antecedente. Un franja muy bajo, como podrán observar, para tanto ruido y importancia que se dan todos.

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