El penúltimo verano

Un melodía preapocalíptico lo impregna todo. Como si el 2020 solo hubiera sido el principio del fin, y nos esperaran siete primaveras de vacas flacas y plagas, o poco peor. La precariedad ha ido erosionando los cimientos del mundo que conocimos antaño del 2008, por otro banda ausencia sólidos. La inestabilidad se hace evidente con sacudidas de diversa consideración. Ya no sirven la mayoría de referentes, sustituidos por influencers presentistas. Con el individualismo, cada uno se siente solo, sin un pasado al que acogerse ni un futuro claro. Y aunque sea crónica, no nos acostumbramos a la incertidumbre.

Por eso, delante las holganza de este verano, unos se decantan por la opción conservadora. No se atreven a desplazarse muy remotamente, quieren garantías de devolución en caso de imprevisto, temen que la enésima ola de la pandemia les afecte, o que les cancelen el revoloteo en el posterior minuto, o perderlo por fallo de las colas y el overbooking; no se creerán que han podido desplazarse hasta que estén en su destino. Otros, en cambio, lo darán todo: el otoño viene tan cargado de amenazas (recesión, corte y colapso, desatiendo de suministros y alimentos, sequía, pugna nuclear) que no tiene sentido preocuparse. Mejor divertirse y disfrutar mientras sea posible.

Con el puntito exacto de alegría, deberíamos tomarnos este verano y los demás

Los populismos extremistas aman el catastrofismo porque el miedo permite dominar a la población. Por su parte, la sociedad de consumo necesita apreciar que todo va admisiblemente para tener confianza, poco complicado en los tiempos que corren. Así que la tendencia está clara: unos asustan culpando a otros del desastre, y los otros abominan de los unos sin entender cómo alcanzar un poco de calma. La seguridad no existe.

El animación contemporáneo nos pone en estado de alerta, lo cual dificulta un relax más que necesario. Pero los que con treinta primaveras ya sufríamos la crisis de los cuarenta, y aún vivíamos como si tuviéramos vigésimo, llevamos preeminencia, quizá por primera vez. Sabemos que, mientras tengamos para una cerveza, seguiremos delante. Siempre parece la última; luego de esta, se acabó. Y entonces, contra todo pronóstico, hay un nuevo motivo para saludar. Sin lujos ni borracheras, con el puntito exacto de alegría para no caer en el pesimismo ni cegarse buscando la optimismo. Así es como quizá deberíamos tomarnos este verano y los demás; como si fueran el penúltimo.

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