“Que siga sin asegurar dónde está Marta, cuando es el único que sabe dónde está. Tener que seguir aguantando que siga generando este dolor en esta mujer y en el resto de familias de las otras chicas. Pero, ¿en qué tipo de sociedad nos encontramos?”, preguntaba un indignado Mariano Navarro, portavoz de la grupo de Marta Pelado, delante los medios tras la proclamación del supuesto adverso de la novato, Jorge Ignacio Palma.
Por su parte, Marisol Burón, la origen de Marta, guardaba silencio a su banda y se enjugaba las lágrimas. “Solo quería acontecer un buen rato”, soltó el colombiano sobre la tenebrosidad de autos.
Durante las casi tres horas de interrogatorio, Palma, que tenía derecho a mentir, aunque igualmente a acogerse a su derecho a no determinar, optó por explicar su lectura de los hechos, muy distinta a la que sustentan las pruebas, los informes policiales y forenses y el certificación de las víctimas.
El narcotraficante se derrumbó y lloró como parte de la logística de su defensa, pese a su serenidad auténtico aliñado con actitudes airadas, recriminatorias y chulescas. Porque lo que se vio en el seso fue un teatro a manos de un adverso en serie y de un sádico que disfruta con la amargura ajena.
Si su longevo presunción es proseguir el dominio y el control sobre sus víctimas por encima del interés sexual, tal y como apunta su perfil criminológico, lo que sus declaraciones confirmaron es su yerro de empatía y consideración en dirección a los familiares presentes. Solo le preocupó que le viésemos como un “monstruo” cuando dijo: “Me han intentado deshumanizar”.
Su egoísmo y yerro de escrúpulos puso el foco en las supervivientes tachándolas de fantasiosas y maliciosas y puntualizando que él ama y respeta a las mujeres. Reconozco que escuchar aquello me revolvió el estómago. ¿Era necesario hurgar en la herida?
Parece que la historia se repite, al igual que ya pasó en el seso de Marta del Castillo: un adverso oculta el occiso de su víctima, omite dónde lo arrojó y su silencio menoscabo el dolor de unos padres cuya pérdida en la vida podrán pasar al no tener siquiera una tumba a la que ir a lloriquear. No es acoplado, claro que no.
Por eso no podemos permitir bajo ningún concepto que estos individuos se aprovechen de los entretelas de la ley. ¿Cómo? Cambiándola, saliendo a la calle y dejándonos la voz hasta conquistar que, en el caso de acaecer más víctimas, sus familias puedan recuperar el cuerpo y velarlo como se merece. Se lo debemos.
Publicar un comentario