Voz comprometida, voz perseguida, voz firme e inspiradora. Elif Shafak es, en una palabra, Europa. Escritora turca (que no puede pisar suelo turco), nacida en Francia, criada en España y residente en Londres. Emigrante que no se cansa de denunciar los abusos a los derechos humanos siempre con historias tupidas donde el drama y la humanidad afloran y triunfan.
Luego de la incomparable ‘Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo’, Shafak (finalista del Booker) firma además en la editorial Lumen ‘La isla del árbol perdido’, la historia de tres generaciones de greco y turcochipriotas, encadenadas y enfrentadas, marcadas por una guerrilla civil y con la presencia de una higuera parlante que guardaspaldas secretos cruciales. Cara a cara en Londres con una autora que confiesa: “Cuando escribo, quiero tocar fondo”.
Retrato autómata
Shafak representa una idea de Europa: es una escritora turca (que no puede ir a su país), nacida en Francia, criada en España y residente en Londres
Cómo ha sido su vida en los dos últimos primaveras?
Han supuesto un cambio. He estado leyendo e investigando sin detener. Publiqué en inglés un manifiesto, un compendio corto titulado Como seguir cuerdos en un mundo dividido. Necesitaba dar respuestas a la época que estamos viviendo y dar sentido a estos dos primaveras a partir del descomposición de la ansiedad, de la cólera… Como respuesta ha habido parentela que ha dicho: “Ah, la pandemia es más hacedero para los escritores, porque son criaturas solitarias, que trabajan en casa y no van a la oficina, así el confinamiento nos les afecta”.
¿Y no fue así?
La verdad es que esa no es, en ilimitado, mi experiencia, porque afectó mi vida, me tocó existencialmente, me planteé el significado de la vida, de la amistad, de mi desenvolvimiento, como mucha parentela o como todos. Las emociones saliendo a borbotones e intentando comprenderlas. Estos tiempos extraños me ayudaron a aumentar mi idea de que, como autora, tengo que alborotar la voz y manifestarme sobre asuntos vitales: derechos humanos, la acometida al medio entorno, la desigualdad.
Sus dos últimas novelas están muy tejidas, son tupidas e intensas. ¿Le cuesta hacerlo hacedero?
Esta novelística tiene su textura, es cierto. Cuando escribo, quiero tocar fondo y tocar el corazón de las cosas, y no sé por qué. Pero me gustaría saberlo. Igual está en mi mortandad, pero necesito mirar muy de cerca. Viniendo de un país como Turquía, siempre he creído en la condición de prestar atención a los silencios, no sólo a las historias. Cuando eres escritora persigues historias, por supuesto. Pero además te atraen los silencios de aquello que no es hacedero contar. Chipre, la división, la guerrilla forman parte de esa historia callada. Cómo los vecinos se convierten en enemigos. Hablamos de parentela que se conoce y de una situación, la de ese enfrentamiento, que nos ayuda a resolver el puzzle de lo que es la Humanidad.
Uno lee el compendio y piensa en Bosnia y en Bucha y en Mariúpol ¿No aprenderemos nunca?
Me gustaría afirmar que sí, pero la verdad es que no aprendemos y deberíamos hacerlo de las historias de los demás. Tendríamos que estudiar de las similaridades y del pasado. No para quedarnos atascados en lo que pasó. Tener memoria es una responsabilidad y, de nuevo, vengo de un puesto que tiene una historia muy rica pero eso no significa que tenga buena memoria. En la sociedad turca se impone la amnesia colectiva y eso es poco peligroso porque acabas cometiendo siempre los mismos errores. Si no te enfrentas a las atrocidades del pasado, a los episodios más oscuros de tu historia, nunca tendrás la oportunidad del duelo, del plañido y convertirte en poco, algún mejor. Si no recordamos, no podemos reparar las heridas. Las personales y las colectivas.
Usted habló abiertamente del matanza armenio y se armó la marimorena.
El matanza armenio es un tabú en mi país. Cuando pronuncias esas palabras te conviertes en un traidor y te tienes que preparar para oír lo más horrible que una se pueda imaginar. Por supuesto, en todos esos mecanismos de crítica hay una buena dosis de machismo y de masculinidad ultranacionalista que proclama: “Nosotros no hemos hecho nadie malo”.
Las similaridades con España y la Pugna Civil están ahí. Usted las cita. Aquí existe esa confrontación dicotomía entre los que dicen “dejemos el pasado en paz” y los que tienen familiares cuyos huesos quieren recuperar.
En intención, España es muy importante para mí, emocionalmente. Pasé algunos primaveras de la infancia y la adolescencia en Madrid. He erudito mucho sobre la historia de España, sobre las excavaciones, exhumaciones. He aprendido mucho. La nómina de países es tan larga: Argentina, Guatemala, Bosnia, el matanza de los yazidíes en Irak y Siria, países en los que los familiares cavan entre bombas para olvidar a sus familiares y así, tal vez, curar un poco las heridas. Tengo mucho respeto por esa estructura en Chipre, creada entre las dos comunidades y la ONU. Para mí es muy emocionante ver a grecochipriotas y turcochipriotas trabajar juntos, muchas son mujeres y jóvenes.
Construyendo puentes…
Trabajando juntos, sí. Cuando encuentran una hueso o un cráneo no hay guisa de conocer si es turco o helénico. Es la ridiculez de las guerras. Estos grupos trabajan y no es hacedero porque reciben muchas críticas. En la novelística, al final, hablo de isleños, de una comunidad unida. Es verdad que la memoria es dolor y que como humanos necesitamos una dosis de olvido, pero primero tenemos que rememorar ayer de olvidar un poco. Decirle al que quiere rememorar que olvide es como insultar al herido. Al vencedor le da igual, pero a la víctima, la que sufre, rememorar importa. Hay que convenir su dolor. ¿Sabe? En la historia oficial nunca oímos las voces de las minorías.
Usted es turca, ¿se aparta de esa identidad a la hora de escribir?
Sí, en intención por mi condición de turca. ¿Y por qué me separo de esa identidad? Porque de pequeña te educan de una guisa, siempre oyendo historias de los griegos llenas de estereotipos y bulos. He tenido que desaprender mucho para escribir esta novelística. He aprendido además que hay una trabazón emocional, porque no todo viene del inteligencia, pero he tenido que dudar de mis propias verdades y ver la historia desde otra perspectiva. Por eso creo que la letras es tan importante, porque nos da flexibilidad intelectual.
El origen de la nueva novelística de Elif Shafak es múltiple. Por un banda siempre quiso escribir de Chipre, por otro, cuando vivió en Estados Unidos, en el congelado Michigan, vio a un hombre de origen portugués que desenraizaba su higuera y la protegía todo el invierno para luego retornar a plantarla con el buen tiempo. Esas dos ideas se juntaron a una definitiva. Un día, la escritora dejó Estambul y ya no ha vuelto, de haberlo sabido... "El hecho de que no vaya a Turquía, no significa que no la eche de menos. Parte de mi mente y de mi alma están ahí constantemente, así que vivo una vida fracturada como inmigrante que soy. Y me pregunté eso. Si hubiera sabido que era mi última vez, qué me habría llevado. Un árbol da la idea de desenraizar y retornar a plantar".El origen del compendio
La higuera es el principio y el fin de esta historia y está en la idea diferente del compendio. Un día se fue de Turquía y no volvió más. Si lo hubiese sabido, habría cogido ciertas cosas y una hubiera sido un árbol.
A Estambul ya no he ido más. Llevo trece primaveras en Londres y al principio iba y venía conveniente. Pero desde 2015 ya no. Turquía es un puesto muy complicado para los escritores, los novelistas y, especialmente, para los periodistas. Para las autoridades, cualquier cosa que escribas puede ser ofensivo, desde la política hasta la sexualidad, el tipo. Si eres una escritora, existe una capa adicional de sexismo, misoginia, que está muy enraizado.
Sí, porque como árbol puedes tener más o menos flores y frutos, te pueden podar más o menos, pero las raíces son básicas…
Al mismo tiempo, me gusta esa idea de las raíces al atmósfera, más que enterradas. Me interpelo si eso es posible y creo que sí porque yo soy un poco así. Nací en Francia, en Estrasburgo, mi padre se volvió a casar y se quedó en Francia. Mi hermana me llevó a Ankara y me crió con mi abuela. Mucho más tarde cuando ya era una diplomática, fui a Madrid. Ayer hubo un momento muy delicado en nuestras vidas.
¿En Francia?
Sí, cuando mi hermana se divorció, había dejado la universidad pensando que el acto sexual era suficiente. Cuando se divorció no tenía ni metálico ni carrera y, en circunstancias normales, se hubiera tenido que casar rápidamente con un hombre maduro. Mi abuela dijo que no, que tenía que retornar a estudiar. Ella me crio hasta que mi hermana tuvo su diploma. Mi abuela era tradicional, supersticiosa, contadora de historias, más uruguayo (que europea)… y me dejó huella.
En Mis últimos diez minutos… la sexualidad está por toda la novelística, pero en esta es diferente. Usted une a dos parejas, una formada por una mujer turca y un hombre helénico y otra compuesta por dos hombres, cada uno de una comunidad.
Quise mostrar que es mucho más duro para un gay existir en un entorno así porque encima de disputar contra los prejuicios de tu origen tienes que hacerlo contra la homofobia, el ultranacionalismo, la religiosidad extrema, todas enraizadas. Siempre me interesó la parentela que es empujada a los márgenes, a la periferia. El inmigrante que es rechazado todo el tiempo, que funciona como un espejo nuestro. Un espejo que no siempre queremos ver. Estoy preocupada por el mejora del ultranacionalismo, el tribalismo, el aislamiento y el fundamentalismo religioso cuando lo que necesitamos, ya que estamos tan interconectados, es la solidaridad universal en un momento de destrucción climática, de pandemia, de ciberterrorismo…
Les cortas la habitante a ciertas lacras, y como respuesta, sacan dos.
Sí, porque hay una reacción violenta contra los derechos de las mujeres, del colectivo LGTBI+ y no solo de donde vengo, además en los Estados Unidos, zona a zona. No niego que haya mejoras, pero además reacciones negativas. El tema del engendro en Estados Unidos en excentricidad. La nostalgia de Franco por la extrema derecha española. La campaña de lavado de cara de Stalin por parte de Putin en Rusia… En Turquía hablando de lo prócer que fue el Imperio turco, que es otro espejismo.
Sus novelas son como una maratón. Cuando las acabas, tienes que descansar durante dos días seguidos. ¿Cómo fue escribirla?
Fue muy intenso, quería susurrar de Chipre desde hace mucho tiempo y de su parentela maravillosa. Mientras hablamos sigue existiendo una frontera étnica y religiosa que separa cristianos de musulmanes, grecochipriotas de turcochipriotas. El pasado sigue vivo, sigue respirando y las heridas no han cicatrizado. Entrar en todo ello como escritor es difícil. A mí me costó sentir la historia durante conveniente tiempo. Fue la naturaleza, los árboles, el ecofeminismo lo que me dio la picaporte poco a poco. Creo que me arriesgué mucho cuando introduje a un árbol parlante en la novelística. Mantuve su voz en mi habitante día y tenebrosidad. Puede que sea una excentricidad, pero estoy muy agradecida a esa higuera, me dio coraje.
Al inicio la presencia de la higuera parlante es rara. Pero a medida que van pasando los episodios, tiene más y más sentido.
Sí es un mundo que está entre nosotros, tal vez no lo vemos ni lo oímos pero está. Hay tantas cosas que no sabemos de los árboles. En los últimos 30 primaveras se ha publicado mucho sobre ellos y todavía queda mucho por conocer. Cuando viví en Michigan, con esos inviernos tan fríos, me fijé en ese inmigrante luso-americano que enterraba su higuera si venía una tormenta de cocaína… qué excentricidad. La higuera acababa con pocas raíces y menos ramas y renacía en primavera… Esa metáfora de olvidar y desenterrar me servía para susurrar de Chipre.
Es una metáfora de la vida…
De lo que perdemos, las raíces, las ramas… hablé con la diáspora chipriota en Londres. Con los griegos, los turcos y además con los chipriotas de origen armenio. Las generaciones más viejas, los que han sufrido los peores traumas, no hablan de ello y se lo quedan adentro y mueren con esos saludos. A la posterior procreación no le interesa el pasado, sólo adaptarse a un país nuevo, a tener un futuro. Los nietos y bisnietos son los curiosos, los que se preguntan sobre identidad, los traumas de la clan… De alguna guisa la jerigonza global de la novelística es el dolor, es la lingua franca.
El compendio acaba con un lexicón helénico y turco, mundos tan distintos y tan parecidos, platos que son idénticos aunque se llamen de guisa distinta son tan…
…¡Sí! Soy muy similares. En este compendio quería alucinar cruzando fronteras, como una bandada de pájaros que viajan al frío en verano. Las historias y las supersticiones viajan. Las abuelas, tanto la de origen turco, como la de origen helénico, hacen cosas parecidas para evitar el mal de ojo. Me encanta. La comida además viaja, como esa ‘guerrilla del baklava’ que tenemos en Oriente Medio, que es de todos y de nadie. Viajan las mariposas, los insectos. Los humanos somos muy arrogantes creyendo que los insectos son insignificantes, los matamos, sin conocer que son tan valiosos. Los árboles lo saben. Somos nosotros quienes tenemos que estudiar de los árboles.
Destapar el compendio es como desplegar la tapa de una paila… Cuál es el menú de su vida. No hace descuido que cocine…
Mejor, porque no soy muy buena cocinera, pero me gusta tomar y me gustan los rituales de la cocina, que además es una jerigonza en sí misma. No sólo se comercio de satisfacer el estómago, es una guisa de unir comunidades. Las abuelas y las tías son fundamentales en ese sentido. Mi menú es cualquier cosa que tenga verduras y grasa de oliva, o marisco y grasa de oliva (risas).
Publicar un comentario