En guerra: la combativa historia de la maquinilla de afeitar

Relojes Casio, tirantes, antiparras a lo Woody Allen... La subcultura hipster ha recuperado un sinfín de costumbres de generaciones anteriores. Sobre todo, las barbas. Por algún motivo, el vello facial parece casar correctamente con un modus vivendi que indagación huir de lo predominante –es asegurar, de lo frívolo– y estar de forma alternativa. De ahí el veganismo, las bicicletas y la ropa usada que muchos prefieren. De hecho, ¿qué mejor forma de declararle la extirpación al consumismo que arrumbando las maquinillas de afeitar?

Porque, en objeto, la historia de ese ingenio es paradigmática del capitalismo. Una extirpación en la que competían un puñado de empresas y en la que, una vez cubierta la carencia principal, hubo que sublimar la sugestión publicitaria. Doble cuchilla, triple cuchilla, tiras de aloe orilla, super esto y mega lo otro...

En 1999, un software de humor norteamericano lo parodió correctamente. MADtv anunciaba su “nueva” maquinilla, que “corta esa molesta capa de piel y muy delicadamente suaviza la mandíbula” hasta “destruir la parte del cerebro encargada del crecimiento de la barba”.

No obstante, la extirpación comercial no fue lo primero. Ayer que eso, el norteamericano King Camp Gillette, creador de una conocida marca, tuvo que ganar que 3,5 millones de soldados norteamericanos fueran a las trincheras de la Primera Aniquilamiento Mundial armados, asimismo, con maquinillas de afeitar.

E incluso ayer, en 1762, el cuchillero francés Jean-Jacques Perret ya inventó la primera cortaplumas que se podía usar en casa sin miedo a rebanarse el pescuezo. Y es que antiguamente afeitarse era una tarea que debía ser realizada cuidadosamente, preferentemente por un profesional.

Una ilustración de un barbero

Las afiladas navajas de rapador debían ser empleadas solamente por profesionales

Getty Images

Inspirado por la repasadera, un cepillo de carpintero que sirve para disminuir la madera, y a modo de manguita protectora, al francés se le ocurrió unir una cuchitril de madera a la cuchilla. Sin secuestro, eso no es una maquinilla moderna. En su diseño contemporáneo no apareció hasta 1847, y fue obra de William S. Henson, un ingeniero britano de lo más versátil que no se adelantó a los hermanos Wright porque el avión que diseñó pesaba demasiado para estallar.

Respecto al rapado, puesto que nunca se había patentado poco similar, en el documento tuvo que describir aquella pequeña cuchilla acoplada a un mango, añadiendo que “recuerda de alguna forma a una azada”.

No tardaron otros en copiarlo. Los primeros, los hermanos neoyorquinos Frederick y Otto Kampfe, que añadieron un cabezal removible e hicieron que las cuchillas cedieran un poco al presionarlas contra la piel. De este modo, decían en su publicidad, evitaban dañar la dermis. Así hasta impresionar a Gillette, que, aunque no inventó la maquinilla, consiguió convertirla en un producto de masas.

Su gran logro fue el concepto de las maquinillas desechables, poco que se le ocurrió cuando trabajaba para una empresa de envasado de bebidas. Del mismo modo que se tiraban los tapones corona –más conocidos como chapas– de las botellas, ¿por qué no hacer poco similar con las cuchillas? De este modo el consumidor se ahorraría el engorro de tener que afilarlas.

Solo había un problema: que a finales del siglo XIX eran demasiado caras como para ir tirándolas a la basura. Aunque no impresionó a muchos, pues equivalía a la porción del salario semanal de cualquier gabacho, el primer éxito de Gillette fue venderlas a 5 dólares.

Gracias a algunas mejoras en la fabricación y al uso de arma blanca estampado, más tarde logró hacer un maniquí que era efectivamente desechable. Oportunamente, por otra parte, la idea de afeitarse con prontitud y en cualquier superficie gustó a un cliente deseable: el Gobierno estadounidense. Con el estallido de la Primera Aniquilamiento Mundial, Gillette firmó un acuerdo para suministrar al ejército 3,5 millones de maquinillas y 32 millones de cuchillas.

Una gilette

Una maquinilla de afeitar Gillette de los abriles vigésimo del pasado siglo

Picasa/Wikipedia

Conocido lo práctico de afeitarse sin carencia de un afilador o de un contratista (una cuchitril de cuero que todavía usan los barberos para suavizar la hoja), muchos soldados conservaron el utensilio al retornar del frente. De este modo Gillette pudo padecer la delantera hasta los abriles sesenta, cuando la británica Wilkinson introdujo las cuchillas de arma blanca inoxidable.

A diferencia de las de arma blanca al carbono, que había que cambiar cada poco tiempo, estas no se oxidaban. Más tarde las simplificaron añadiendo una cuchitril de plástico, y en 1974 la firma francesa Bic –conocida por los bolígrafos– diseñó un maniquí íntegramente de plástico en el que toda la cuchitril era desechable.

Conscientes de que era una buena idea, muy pronto Gillette –que tras la crimen de su fundador en 1932 se había convertido en una gran empresa– les imitó sacando al mercado en 1976 la Good News! A posteriori de añadir al maniquí una tira de aloe orilla para aliviar la irritación de la piel, lo rebautizaría en los abriles ochenta como Good News! Plus.

Plus, mega, top y un generoso etcétera de añadidos. Acompañadas de sesudos informes científicos, las marcas se lanzaron a realizar campañas publicitarias, en exclusivo en televisión. Una de ellas informaba a los consumidores sobre la histéresis, que es la tendencia de un material a conservar alguna de sus propiedades aun cuando se ha perdido el estímulo que la ha generado. Dicho sin tanto enredo, que la energía de la primera hoja hacía salir el pelo del folículo permitiendo que el corte de la segunda fuera más eficaz.

Todavía de esto se hizo parodia, como en el software de la televisión australiana Late Show, donde anunciaron un maniquí con “16 cuchillas, 76 tiras lubricantes y fruto de una colaboración con científicos de la NASA”.

Retranca al ganancia, lo cierto es que la competencia capitalista azuzó las innovaciones que cambiaron el rapado. Y por si alguno está tentado de ponerse superferolítico, ¿azar no tiene el movimiento hipster su propio reflexiva consumista? Lo más chocante de este relato es el patrón King Camp Gillette, que intentó entregar su compañía al Gobierno. Porque, sorpresa, era un socialista utópico.

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