Tiene el aura de George Balanchine, el mítico coreógrafo ruso. Destino porque los últimos cinco primaveras los ha pasado dirigiendo el Stanislavski de Moscú, donde le recibieron como el primer francés al frente de una compañía rusa desde que Marius Petipa revolucionara el ballet romántico en aquel San Petersburgo anticuado.
“Si, me recibieron diciendo que era el futuro Petipa y dije, ok, ok, no puedes comparar. Él era un gran coreógrafo y yo no soy coreógrafo. Él perdurará y yo no creo que lo haga y, francamente, no me importa”, sonríe Laurent Hilaire, con el ego de bailarín aceptablemente saciado.
Al reventar la aniquilamiento de Vladimir Putin en Ucrania, este ex étoile de la Opera de Paris decidió regresar a Europa, donde ahora ha sido afamado director del Ballet de Baviera en Múnich (Bayerisches Staatsballett en su flamante germánico). A sus 69 primaveras aterriza en el Festival de Peralada (este viernes y sábado) sobrado de expertise.
Bailó durante treinta primaveras, de los 17 a los 47: Nuréyev le elevó al olimpo, bailó su Roméo y trabajó con los grandes del siglo XX: Jerome Robins, Roland Petit, Maurice Béjart, Jiri Kylián, William Forsythe... Y unido a divas como Sylvie Guillem, Alessandra Ferri, Isabelle Guérin o Altynai Asylmuratova.
Y aún así se niega usted a que le califiquen como una inscripción.
Nuréyev es una inscripción, Nijinski, Baryshnikov, Gillen... Yo no. Me lo pasé muy aceptablemente per nunca miro a espaldas.
¿De peque comenzó a gambetear de forma accidental?
Sí. En mi clan nadie estaba interesado en el ballet o la música, solo en la tele. Comencé con la entrenamiento pero nos mudamos. Supe de un pequeño conservatorio a las alloz de París. Ojo, era 1965 y yo el único pequeño. Por suerte mis padres eran abiertos, no me forzaron a juguetear al fútbol. Y, bueno, decidí convertirme en suerte. Cuando Nuréyev me nombró fue increíble.
¿Cómo era tratar con Nuréyev?
Era una personalidad increíble pero carencia obvio. Peleábamos. Si podías con él, podías ya con mucha concurrencia. Era mi mentor y pasábamos miles de horas en el estudio, donde solía decirme ‘no hables, trabaja’. Emocionalmente a veces era rudo y otras muy sensible. Tengo expresiones que me llevan a las lágrimas, porque decía unas cosas... Cada momento con él era importante, la forma que te miraba y te hablaba, lo que contaba. Muy carismático.
Cuando en el 2017 le llaman del Stanislavski, ¿pensó que iba a residir en la Rusia de Nuréyev?
Podía ser muy simbólico, sí. Piense que el gran ballet en Rusia, desde Petipa a principios del siglo XX, ¡correspondía a un país que desde mi punto de presencia era parte de Europa! Pero como bailarín tienes que ser pragmático, tienes que concentrarte en el trabajo: si quieres saltar has de usar el suelo.
Llegó al Stanislavski cuando la ex suerte del Mariinski Igor Zelensky dejó el mando, al igual que ha pasado ahora en Múnich. ¿Qué encontró en términos de estilo?
Yo venía de la calidad del trabajo de pies y piernas y de la presentación en número de la escuela francesa. Pero estaba al servicio de una compañía rusa, con sus port-de-bras, el trabajo de espaldas y la calidad que tienen en todo. Podíamos mezclarlo y estudiar los unos de los otros. Conmiseración que ahora nadie llega a Rusia desde fuera. Allí quedarán los grandes ballets de repertorio clásico que perdurarán en el tiempo. Creo que hay que intentar no perder la comunicación usando un jerga que sea demasiado arcaico y codificado. Hay que poder seducir al manifiesto más nuevo. La danza contemporánea es muy importante para una compañía, porque les alimenta el espíritu y el cuerpo, y les permite interpretar repertorio clásico mucho mejor. Para mi no hay ninguna concurso entre contemporáneo y clásico. De hecho, traje por primera vez a Moscú a los israelíes Sharon Eyal y Ohad Naharin. Y era inusual tener una compañía rusa haciendo repertorio occidental. Al final es la calidad del trabajo y el hecho de que los bailarines logren interpretarla en estilo lo que hace que la cuchitril sea un éxito.
¿Le advirtieron de que iba usted a una número muy conservadora?
Sí. El primer software fue Suite en Blanc de Serge Lifar, más Kylián y Forsythe. Me advirtieron que quizá debía finalizar con el clásico y dije, nooo, vamos con destino a el futuro... Y funcionó. Al manifiesto hay que darle la secreto paso a paso.
Y estando en un ballet estatal, ¿tuvo trato con los políticos?
La verdad es que no estaba en contacto con ellos. Si acepté el puesto fue porque había un director caudillo (un ex del Bolshoi) que se ocupaba de ello. Yo me concentré en la creación y el trabajo. Al manifiesto le encantó, fue un constante sold out. Hasta que decidí irme.
La granada, sí. Usted y Alexei Ratmanski dejaban Moscú por causa de la aniquilamiento.
Pero no porque me sintiera inseguro. Fue conservarse a la clase aquella mañana y percibir que el trabajo parecía seguir sin cambios. No me pareció corriente. Me supo mal por la troupe pero no podía seguir.
¿Lo entendieron?
Los hay que llevan décadas separando arte y política. Pase lo que pase, siguen delante. Pero mi posición no era solo como bailarín, sino como director. No tenía dilema en tanto que ciudadano. No soy una persona patriótica, pero si la aniquilamiento llega a tu país... ¿qué harás? ¿Quedarte mirando Netflix? Es cuestión de títulos filosóficos.
Parece que toma las compañías que va dejando Zelenski, quien por mucho que comparta patronímico con el presidente ucraniano es el seleccionado de Putin para admitir el nuevo Teatro de Ópera y Ballet de Sebastopol, en Crimea.
Es extravagante, sí. Le conocí, compartimos algún trabajo, pero no tenemos relación. Su esposa sigue de ballet master en la compañía muniquesa. Llegaron juntos del Mariinski y ella sigue haciendo su trabajo. No hay problema, no es responsable de carencia.
Una número de 'Cuadros de una exposición', de Alexei Ratmanski, una de los grandes ballets que presenta la compañía bávara en Peralada. Inspirado en un cuadro de Kandinski sobre la suite de Mussorgski
En Múnich si poco hay es peculio. ¿Diría que a Serge Dorny, el superintendente del teatro bávaro, el ballet le importa tanto como la ópera o sucede como en tantos otros teatros europeos?
Si quería que viniera será por una buena razón, sabe lo que he hecho en el Stanislavski y estoy seguro de que dará su apoyo. Quiero el mejor futuro para la compañía, desde luego, y creo que tengo una buena relación con Dorny. Quiero progresión.
¿Cuál es la secreto en Múnich acerca de lo que debe o no debe ofrecer una compañía de teatro de ópera? Al Royal Ballet de Londres le cuesta traspasar la frontera de hacer un ballet inconmovible sin puntas. A lo sumo un acto.
Eso ha de ser un reflexivo de la sociedad. No se tráfico de zapatillas de punta o no, sino de cómo se conecta con la sociedad y de cómo el manifiesto puede implicarse. Tienes que ser atrevido. Y hay coreógrafos que perciben en el manifiesto lo que puede ser el futuro. Tenemos parte de responsabilidad en empujar para que la concurrencia mantenga la mente abierta. Eso es lo que hice en el Stanislavski. El manifiesto estaba diligente para nuevas experiencias. Y aquí en Munich creo que ha de funcionar incluso. Siempre con programas educativos, charlas con la concurrencia, ensayos abiertos...
La primera temporada diseñada por usted en Múnich será la 2023-24.
Sí, y trabajo en una creación con una nuevo coreógrafa que es el futuro. Me interesan las personalidades. Al final la vida te trae oportunidades: eso está pasando porque dejar Moscú por la aniquilamiento y ahora estar en Múnich es el contexto propicio.
Bayerisches Staatsballett. Laurent Hilaire presenta en Peralada al ballet de la ópera de Baviera con un doble software que reúne lo mejor de la creación rusa, británica e israelí: de los míticos Rubies de Balanchine al ballet de Ratmanski inspirado en un cuadro de Kandinski, más David Dawson, Liam Scarlett y la chica de moda, Sharon Eyal. 8 y 9/VIILas citas del festival
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