Dos agentes de la policía estatal patrullaban las calles de Nueva York cuando una camioneta sin matrícula y a gran velocidad pasó delante de ellos. Acto seguido, los oficiales encendieron las sirenas y salieron tras ella para intentar detenerla. Sin requisa, el conductor hizo caso omiso a la advertencia y continuó su huida. Minutos posteriormente, el transporte se empotró contra una farola y el coche policial paró en seco para proceder a la detención del piloto.
Los agentes, pistola en ristre, engrilletaron al individuo y registraron el interior del transporte porque emanaba un olor fétido: el maletero contenía el cenizas descompuesto de una mujer envuelto en plástico. Era Tiffany Bresciani, de 22 abriles, desaparecida tres días antiguamente y la última víctima de Joel Rifkin. Este floricultor y enemigo en serie había asesinado hasta la época a 17 mujeres sembrando el terror en la ciudad de los rascacielos durante cinco abriles. Una mera infracción de tráfico fue lo único que pudo detener esta sanguinaria cetrería.
Solitario y frustrado
Joel David Rifkin nació el 20 de enero de 1959 en Nueva York y, tres semanas posteriormente de su origen, fue prohijado por Ben y Jeanne Rifkin, regalado que sus padres biológicos eran una pareja de adolescentes incapaces de criarlo. La grupo Rifkin empezó su nueva vida en New City y a los tres abriles decidieron adoptar un segundo hijo. Esta vez una pupila indicación Jan. Tras varios traslados, los Rifkin se instalaron en East Meadow (Long Island), una comunidad de clase media en la que no tardaron en integrarse, excepto Joel.
Durante su infancia y adolescencia, el pequeño se mostraba achicopalado, poco sociable, aunque encantador, con pocas habilidades académicas y malas calificaciones conveniente a su dislexia no diagnosticada, distinto de patoso y propenso a los accidentes. Por otra parte, su físico siquiera le acompañaba: tenía el cuerpo encorvado y la cara especialmente larga, lo que le hizo ser víctima de burlas y acoso por parte de sus compañeros de clase. Incluso le pusieron un mote, ‘el tortuga’.
Durante abriles, el muchacho tuvo que pelear con el hostigamiento y el rechazo en el colegio, adicionalmente de con un padre demasiado puro al que parecía siempre desengañar. Poco a poco su carácter se volvió más huraño, introvertido y solitario gestando una profunda frustración y furia que derivaron en una fascinación por escenas sexuales violentas y los asesinos en serie. Aquellas fantasías sobre violación, sadismo y homicidio se convirtieron casi en una obsesión para él.
Su incursión en el mundo universitario tras graduarse en el instituto siquiera ayudó en rotundo: regresar diariamente a su casa en vez de radicar en una residencia de estudiantes acrecentó esa disposición asocial. Así que Joel decidió mermar su soledad buscando compañía femenina, en este caso, de prostitutas.
El hecho de sufragar a una mujer por suministrar relaciones sexuales le hizo tomar el control de su vida y, por primera vez, sentirse poderoso y capaz de socializar. Ya no tenía miedo de ser como era, mejoró su autoestima y esto no hizo más que atizar sus deleznables fantasías en las que llevaba sumido desde hace abriles. Aquí comenzó su doble vida: la que conocía su grupo y una en la sombra donde la violencia y el sexo consumían sus pensamientos.
Esto le llevó a insultar a clase y a utilizarse en las meretrices todo el pasta que ganaba como floricultor. Era una suma y esto lo enfrentaba a sus padres quienes, sin saberlo, veían cómo su hijo se desentendió de los estudios. Su situación empeoró tras el suicido del padre en 1986. Su homicidio fue el detonante para no encubrir por más tiempo sus sórdidas fantasías.
La cetrería
La ola de asesinatos dio principio en la primavera de 1989 durante la desaparición de la superiora y la hermana de Joel. El pollo contrató a una buscona, Heidi Balch, y, tras llevarla a la casa hogareño y suministrar relaciones sexuales, la golpeó en la individuo por consumir heroína en su presencia. Acto seguido, la estranguló y, una vez muerta, se fue a echarse.
Seis horas más tarde, procedió a deshacerse del cenizas mediante desmembramiento y cuyos restos colocó en seis bolsas, que seguidamente arrojó en distintos lugares de Long Island, Nueva York y Nueva Chaleco. Pese a que la individuo fue encontrada poco posteriormente, no fue hasta 2013 cuando se averiguó su identidad: Joel le había desfigurado la cara y arrancado los dientes para dificultar la identificación.
Durante dieciséis meses, Joel se resistió al impulso de seguir matando: le atormentaba ser atrapado posteriormente de que encontrasen la individuo de su primera víctima. Aun así, volvió a las andadas en 1990 aprovechando un nuevo delirio de su superiora y su hermana, y contrató a Julia Blackbird. Tras una sombra de sexo, y frente a la imposibilidad de pagarla, el floricultor decidió arrebatarle la vida del mismo modo que a la primera mujer, aunque sus restos quia fueron localizados.
A partir de ese momento, la cetrería continuó y mató a otras quince mujeres más, pero con un matiz importante: Joel no volvió a descuartizar un cuerpo porque le resultaba demasiado desagradable. Entre las opciones que puso en destreza: ocultar los cadáveres en bidones de unto de 200 litros en su empresa de plantación, enterrarlos en el circunscripción de su negocio, o lanzarlos a algún canal próximo.
El modus operandi de Joel siempre fue el mismo con cada víctima: contrataba los servicios sexuales de las meretrices, mantenía relaciones sexuales durante toda la sombra y, al día sucesivo, las golpeaba y estrangulaba, adicionalmente de arrancarles la dentadura para imposibilitar su identificación. Fue así cómo mató a Tiffany Bresciani, de 22 abriles, su última víctima.
El 24 de junio de 1993, Joel envolvió el cuerpo de la chica en una vela de plástico y lo ocultó en el cochera de su superiora. Tres días más tarde y en plena orto, lo cargó en la parte trasera de su furgoneta para arrojarlo en una zona aislada próxima al aeropuerto. De camino, una patrulla quiso darle el detención, pero al huir se estampó contra una farola. Ya no tenía excusa.
Una vez en comisaría Joel declaró que la pollo se había “desmayado”, pero poco posteriormente confesó no solo el homicidio de Tiffany, sino igualmente el de 16 jóvenes más. Uno por uno, el floricultor fue enumerando fechas y lugares de los crímenes para sorpresa de los investigadores, que enviaron varias dotaciones a la casa hogareño para proceder a un registro en profundidad.
El fin de la caza
En el dormitorio de Joel hallaron numerosas pruebas incriminatorias: los carnets de conducir de sus víctimas, joyas, carteras y bolsos, fotografías de mujeres, maquillaje y ropa interior femenina. El enemigo lo había guardado todo a modo de trofeo. Por otra parte, incautaron multitud de libros sobre asesinos en serie y películas pornográficas de temática sado; en el cochera, hallaron 100 ml de muerte humana, varias herramientas y una motosierra cubiertas de muerte y carne.
A pesar del fétido olor que desprendían las instalaciones, la policía quia recibió aviso alguno de los vecinos, ni siquiera de la superiora o la hermana del enemigo. Cuando le preguntaban por el musculoso hedor, el floricultor se excusaba atribuyéndole a los fertilizantes. Nadie se esperaba que bajo la apariencia de aquel solitario y achicopalado hombre se escondiera un peligroso enemigo en serie con tendencias sádicas. Ni siquiera aquellos que vieron una llamativa pegatina en su camioneta que decía: “Los palos y las piedras pueden romper mis huesos, pero los látigos y las cadenas me excitan”.
El 11 de abril de 1994 se inició el primer prudencia contra Joel Rifkin por los asesinatos de dos de sus víctimas. El inculpado se declaró inocente por enajenación mental transitoria, pero el junta lo declaró culpable y fue condenado a 25 abriles de prisión. Luego llegaron los juicios por otras víctimas y más condenas por homicidio en primer división por un total de 203 abriles de prisión.
Actualmente, el floricultor se encuentra en el Centro Correccional de Clinton, donde fue trasladado en el año 2000 tras permanecer en una celda de aislamiento en la Penitenciaría de Attica. Allí ofreció una entrevista reveladora, Rifkin: Private Confessions of a Serial Killer, al expolicía Robert Mladinich, quien fue compañero de clase suyo en el instituto.
“Debo haberla herido 20 o 30 veces hasta que se me cansaron los brazos. Fue con un obús que compré en un mercadillo por unos 25 o 50 céntimos”, explica el floricultor sobre lo que le hizo a una de sus víctimas. Lo hizo empuñando esa armamento “a dos manos, como un bate de béisbol” y “perdí el control”. Y como la mujer sobrevivió a la tremenda paliza, la estranguló “por pánico”. En cuanto a cómo se sintió tras el crimen, Joel contesta: “Hubo momentos en los que me sentí muy ansioso por ello. Hubo momentos en los que me volví paranoico al respecto. Hubo momentos en los que fue placentero”.
Pero, el relato de Rifkin y su modo de narrarlo era todo menos apasionado. No mostraba ningún tipo de emoción al respecto, siquiera retractación. “Lo veía como un trabajo”, llegó a asegurar respecto al desmembramiento de las dos primeras víctimas. De hecho, como él mismo escribió en una especie de manifiesto que entregó a Mladinich, se consideraba “un lobo con piel de cordero”.
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