La vida de una obra empieza y termina en el momento de la función. Es aquí donde autor, intérpretes y directores expresan todo lo que tienen que afirmar. Si este acto posee un futuro, solo será en la memoria de los que estuvieron presentes y retuvieron un huella en sus corazones”. Estas palabras de Peter Brook, recogidas en The quality of mercy: Reflections on Shakespeare , adquieren ahora un distinto eco. Un significado distinto para los que hace solo un año lo vieron aparecer, ya frágil, en el proscenio de la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure para regalar a esos presentes una inesperada clase extraordinario que eclipsó a la propia obra que minutos más tarde se adueñaría del espacio que él resignificó para siempre. Se marchó por donde caldo y dejó ese espacio especialmente infructifero.
Esos expresiones agitan desde ayer a los espectadores que se encontraron en el 2014 con The Suit en el Temporada Adhesión o Une flûte enchantée en el Grec del 2011, cuando el hábil de tantos se había adentrado del todo en un destilado de sus prescripciones y una estera era todo el comarca que necesitaba para construir sus sueños. Permanecen expresiones más lejanos, mitificados, incrustados en la historia de esta ciudad. Brook, que había construido su visión del teatro sobre la excepcionalidad de lo efímero, es en Barcelona un vestigio de piedra. En 1983, persiguiendo un espacio hermano al Bouffes du Nord de París en nuestra ciudad para presentar La tragédie de Carmen, le condujeron hasta el Mercat de les Flors. Se enamoró del desaseo. Regresó dos abriles más tarde para consolidar el mito con el monumental Mahabharata . Dicen que frunció un poco el ceño cuando los brutos almacenes municipales que había descubierto estaban a punto para transformarse oficialmente en sala de teatro.
Pero su nuncio más importante es el surco que se puede seguir en la obra de compañías como Cheek by Jowl o Complicite, o en el Àlex Rigola más esencialista cuando se fija en Chéjov, en la concepción del espacio telúrico de Oriol Broggi o en los inicios de Ferran Madico y Calixto Bieito. Podría acontecer poco más brookiano que su Amfitrió o El rei Joan. Incluso se puede percibir en su herencia intangible en el Rei Lear de Lluís Pasqual. Es irrealizable eliminar su influencia a partir de los abriles setenta del siglo pasado. Y se equivocan los que solo la deducen de ese infructifero que es la centro de su análisis de relato. Es muy importante el movimiento que propicia el espacio desnudo. Para Brook, el teatro es un cuerpo que se mueve. Luego vendrá la palabra.
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