En la imagen, la pupila vietnamita siempre tendrá nueve primaveras y correrá desnuda por una carretera con los brazos extendidos, gritando de dolor y tratando de dejar detrás el espanto de una pequeña lugar convertida en llamas. Su piel parece estar derritiéndose por los existencias del napalm. Tomada en las suburbios de Trang Bang el 8 de junio de 1972 momentos a posteriori de un hostigación survietnamita, aquella fotografía que acaba de cumplir cincuenta primaveras capturó como ninguna otra el trauma y la violencia indiscriminada de un conflicto que se cobró, según algunas estimaciones, más de tres millones de vidas. Más valiosa que mil lágrimas, generó una creciente corriente de opinión contra la conflagración de Vietnam y seguramente aceleró su final, aunque aún se haría esperar tres primaveras. Pero su autor, el fotógrafo Nick Ut, entonces de 21 primaveras, hizo poco más que eso.
Salvó la vida de la pequeña Kim Phuc (guardó la cámara y la llevó a toda prisa a un pequeño hospital exigiendo que fuese atendida frente a el desconfianza reticente de los médicos) y al mostrarnos su dolor hizo que su vida quedara además irremediablemente ligada a las nuestras.
“Crecí detestando esa foto. Pensaba: ‘Soy una pupila. Estoy desnuda. ¿Por qué tomó esa foto? ¿Por qué no me protegieron?”
Cuando trece meses a posteriori Kim Phuc abandonó el centro tras múltiples injertos y cirugía, la fotografía ya había hexaedro la reverso al mundo y Nick Ut había yeguada el premio Pulitzer. “Llegué a odiarlo. Crecí detestando esa foto. Pensaba: ‘Soy una pupila. Estoy desnuda. ¿Por qué tomó esa foto? ¿Por qué mis padres no me protegieron? ¿Por qué publicó esa foto? ¿Por qué soy la única que está desnuda, mientras que mis hermanos y mis primos sí traen ropa puesta?”. En un nuevo artículo en The New York Times , Kim Phuc, 59 primaveras, escribe que se sentía fea y avergonzada y que en los primaveras posteriores al ataque tuvo tendencias suicidas mientras lidiaba por exceder el trauma mental y un dolor físico insoportable. “La pupila que corría por la calle se convirtió en un símbolo de los horrores de la conflagración. La pupila existente miraba desde las sombras, temerosa de ser expuesta como una persona defectuosa”. La pesadilla se prolongó durante primaveras. Soñaba con ser médico y consiguió ingresar en la universidad, pero cuando los nuevos líderes comunistas se dieron cuenta del valencia propagandístico de la foto, la obligaron a regresar a su provincia oriundo para atender a periodistas extranjeros. Monitoreaban y controlaban sus respuestas mientras alimentaban su odio y su cólera. La convirtieron en otro tipo de víctima. Finalmente le permitieron ir a estudiar a Cuba, donde conoció a un novato vietnamita con el que se casó en 1992. De regreso de su cristalera de miel en Moscú, entreambos desertaron durante una escalera para repostar en Canadá. Le llevó mucho tiempo aceptarse como persona. Ya no se siente víctima, sino superviviente, y agradece que la imagen exista. “Debemos desavenir la violencia con determinación, y el primer paso es observarla”.
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