En vísperas de la Segunda Cruzada Mundial, el poderío de la Acuarela Doméstico francesa (conocida como La Royale) resultaba formidable. Con sus 740.000 toneladas, era la cuarta del mundo, solo por detrás de la británica, la estadounidense y la japonesa, y, luego, la segunda de Europa. Aunque carecía de radar y sus medidas antiaéreas se manifestaban poco escasas, la decano parte de sus buques eran modernos, destacando los acorazados de clase Richelieu y los cruceros de batalla de la clase Dunkerque.
Al chasquear la contienda, las marinas de pugna británica y francesa procuraron concertar sus respectivos papeles para optimizar esfuerzos. Así, el bajito y apocado almirante François Darlan, dirigente de la Armada vestido, propuso a su homólogo anglosajón, sir Dudley Pound, un reparto de funciones para que la Acuarela francesa se hiciera cargo de las operaciones en el Mediterráneo, otorgando a los británicos el control del Atlántico, a lo que el inglés se negó.
Para este curtido de la batalla de Jutlandia, el ambiente principal de la pugna en el mar sería el Atlántico, en particular, las vías de navegación entre América y Gran Bretaña, por las que llegaban los imprescindibles suministros. No iba errado el primer lord del Mar. Pero para los franceses, la conexión entre la metrópoli y las colonias del boreal de África igualmente resultaba fundamental.
Allí, sus enemigos no eran los alemanes, sino los italianos, por lo que trasladaron importantes fuerzas al Mare Nostrum, en presencia de la queja de los británicos por su escasa colaboración frente al peligro submarino ario. Con tiras y aflojas, Darlan acabaría saliéndose con la suya. Sin retención, la ligereza del avance ario en suelo francés, entre mayo y junio de 1940, dio al traste con estos planteamientos.
Aunque París y Londres habían llegado al acuerdo de no entablar negociaciones por separado, en el extremo comité de pugna conjunto, celebrado en París el 25 de mayo, el primer ministro galo, Paul Reynaud, planteó la posibilidad de agenciárselas un stop el fuego. Con el paso de los días, y al menguar las posibilidades militares, la negociación se convirtió en la única salida.
Consciente de lo determinado con Londres, Reynaud pidió permiso a Churchill para tantear un alto el fuego con los alemanes, a lo que este accedió, a cambio de que, en caso de acuerdo, los buques de pugna franceses se dirigieran a puertos británicos. La sustitución de Reynaud por el honrado mariscal Philippe Pétain allanó el camino en torno a el alto el fuego. No obstante, Darlan, ahora ministro de Acuarela, aseguró a Dudley Pound que “si en las condiciones del alto el fuego está la entrega de la flota, este será rechazado”.
¿Un alto el fuego sin letrilla pequeña?
El 23 de junio de 1940 se firmó el alto el fuego con los alemanes en Compiègne, y dos días luego, en Roma, con los italianos. En su artículo 8 (12 en el de Italia), se acordaba que, indemne los buques necesarios para defender el Imperio, la flota sería reunida y desarmada en puertos señalados, pero de ninguna forma entregada a los vencedores: “El gobierno ario declara solemnemente al gobierno francés que no tiene intención de utilizar durante la pugna, para sus propios fines, a la flota de pugna francesa estacionada en los puertos bajo inspección alemana, indemne las unidades necesarias para la vigilancia de costas y el dragado de minas”.
En existencia, al ver perdida la pugna, la mayoría de los buques principales se habían trasladado a puertos del boreal de África, aunque dos importantes grupos lo habían hecho en Alejandría y el Reino Unido, y otros menores en Martinica y Dakar. En puridad, dichos buques debían dirigirse a sus puntos habituales de ligadura, pero Berlín nunca presionó en demasía. Con las calderas apagadas y la tripulación pequeña, no resultaban un peligro inmediato.
Pero, a pesar de las promesas francesas y de que Darlan había hexaedro la orden de boicotear los barcos en presencia de cualquier maniobra alemana, Churchill no estaba tranquilo. No solo no creía en el contenido del alto el fuego, sino que Darlan no le era simpático ni le transmitía confianza. Sabía que, con aquellos buques en poder ario, la posición de la Royal Navy se vería amenazada. En presencia de todo, necesitaba una energía espectacular que confirmara su voluntad de lucha.
Operación Catapult
Así, el 27 de junio de 1940 puso en marcha la Operación Catapult, para la que creó la Fuerza H, que se reunió en Gibraltar al mando del vicealmirante James Somerville. Esta fuerza contaba con el impresionante crucero de batalla Hood, los acorazados Valiant y Resolution, el portaaviones Ark Royal, tres cruceros, merienda destructores y dos submarinos.
Su objetivo era la flota atlántica francesa que se había refugiado en la rada de Mers el-Kebir (Mazalquivir), un magnífico puerto al noroeste del vagabundo de Orán. Allí, al mando del almirante Marcel-Moreno Gensoul, estaban los modernos cruceros de batalla Dunkerque y Strasbourg, los acorazados Bretagne y Provence, más antiguos, así como seis destructores, cuatro submarinos, un portahidroaviones y otros buques menores.
El 2 de julio, la Fuerza H abandonaba Gibraltar con una lacónica orden: si el día posterior los buques franceses no aceptaban ir a puertos británicos, debían ser hundidos. Casi al mismo tiempo, varias operaciones de comando simultáneas se hicieron con los buques franceses surtos en puertos británicos, y sus tripulaciones fueron internadas.
La cuenta detrás del ultimátum
Sobre las 7 de la mañana del 3 de julio, la flota del vicealmirante Somerville se hallaba a la importancia de Mers el-Kebir. No había sido detectada por los franceses, sin capacidad de observación de dilatado luces. El destructor Foxhound, que transportaba al capitán de navío Cedric S. Holland, antiguo complemento naval en París que conocía a numerosos oficiales franceses, se había destacado con el ultimátum anglosajón.
En un principio, Gensoul se negó a recibirlo, alegando su herido jerarquía. Es casi seguro que se trataba de una estratagema para percibir tiempo y contactar con sus superiores. Sea como sea, al final el documento le llegó por persona interpuesta, con cuatro alternativas.
La primera, unirse a la escuadra británica para continuar la lucha. La segunda, dirigirse a puertos ingleses con tripulaciones reducidas. La tercera, compartir a los ingleses a puertos antillanos o norteamericanos, donde serían desarmados. Y la cuarta, hundir sus buques antiguamente de seis horas. La no admisión implicaría un ataque inmediato.
La primera opción del anglófilo Gensoul era la de unirse a Somerville, pero se debía a su gobierno y no quería contravenir motu proprio las cláusulas del alto el fuego, por lo que intentó contactar con Darlan, al tiempo que ordenaba encender calderas y enganchar las baterías costeras.
No pudo platicar con el ministro, pero sí con el dirigente de Estado Decano de la Acuarela Doméstico, el almirante Maurice Le Luc. Las comunicaciones eran malas, el tiempo se agotaba y el nerviosismo iba en aumento. Al parecer, Gensoul tan pronto como le pudo explicar que le pedían que hundiera sus barcos, y Le Luc no solo le conminó a rehusar el ultimátum, sino que le anunció que las flotas de Tolón (Francia) y Argel saldrían en su ayuda. Información que igualmente le llegó a Somerville.
El ataque
En su fuero interno, el almirante anglosajón sabía que Gensoul no podía aceptar el requerimiento inglés, pero le dolía atacar a quien la víspera había sido su compañero de armas. Como medida preventiva, ordenó barrenar la boca del puerto, y alargó el plazo de negociación mientras anunciaba a Londres que no había peligro alguno de energía alemana.
Sobre las 13:30, Gensoul aceptó cobrar al representante anglosajón, a quien mostró un documento firmado por Darlan en el sentido de que se le ordenaba hundir su flota en presencia de cualquier intento germano de apresarla.
Ávido de telediario, a las 16:26, Churchill envió el posterior mensaje a Somerville: “Se le confía a usted una de las más ingratas y difíciles tareas que en la vida se haya gastado enfrentado a encargarse un almirante anglosajón, pero tenemos entera confianza en usted y esperamos que la lleve a término sin dilación”.
De revés a su buque, a las 17:25, el representante anglosajón comunicó la negativa francesa, y Somerville anunció a Gensoul que se vería obligado a cascar fuego. Así fue. A las 17:56, a una distancia de 12.000 metros, los cañones de la Royal Navy abrieron fuego, dirigido por los aviones del Ark Royal, mientras sus buques se escondían tras una densa cortina de humo.
El acorazado Bretagne fue el primero en ser horquillado y hundido, pereciendo 967 tripulantes. Posteriormente le tocó el turno al destructor Mogador, que salió mal parado, al acorazado Provence y al crucero de batalla Dunkerque.
Aunque faltos de municiones y sin poder ver admisiblemente al enemigo, tanto las baterías costeras como los buques franceses intentaron replicar. Su aviación igualmente participó, con escaso éxito. Mientras, en una audaz maniobra, el Strasbourg y varios destructores lograron salir del puerto rumbo a Tolón. Somerville intentó detenerlos, pero la velocidad del crucero francés le permitió alcanzar mar franco. Incluso escaparon cuatro submarinos.
1.297 bajas en un cuarto de hora
Desesperado, Gensoul apeló al inglés para detener la carnicería, pero ya era demasiado tarde. El combate había durado solo dieciséis minutos, y el cálculo resultaba trágico. Con el acorazado Bretagne hundido, el destructor Mogador hecho trizas y el acorazado Provence y el crucero de batalla Dunkerque averiados, 1.297 marinos franceses habían perdido la vida, y unos 350 estaban heridos.
Al día posterior, el gobierno de Vichy rompía relaciones diplomáticas con Londres, mientras en toda Francia se agitaban voces pidiendo la manifiesto de pugna. Darlan diría: “He sido traicionado por mis hermanos de armas: no han creído en la palabra que les he hexaedro”. El día 5, un raid tenue francés atacó Gibraltar, y en la posterior caminata, tres oleadas de aviones torpederos británicos intentaron rematar al Dunkerque.
Curiosamente, el almirante sir Andrew Cunningham llegó a un acuerdo con su homólogo francés, René-Émile Godfroy, para contrapesar al acorazado y a los cuatro cruceros galos refugiados en Alejandría y así evitar un nuevo enfrentamiento. Aún hoy, el combate de Mers el-Kebir sigue levantando ampollas, y los británicos suelen sentirse poco orgullosos del mismo.
Publicar un comentario