El mantra de Netflix siempre ha sido el de "queremos dar a nuestros miembros la opción de cómo ver las series". Esto comportaba abrir todos los episodios de una temporada en un solo día y que a posteriori el espectador decidiera si veía todos los episodios en ese mismo día, si le duraban el fin de semana, una semana entera o si optaban por verla semanalmente como a la vieja tradición. Pero, como hemos explicado en más de una ocasión, este maniquí ya no está tan claro: La casa de papel y Ozark emitieron sus temporadas finales en dos tandas y, en el caso de Stranger things, asimismo se ha partido de la cuarta temporada en dos. Y, lo más importante, ha sido un éxito para los chicos de Hawkins.
Los motivos para abrir la serie de los hermanos Duffer en dos tanda parecen cristalinos, incluso si los directivos de Netflix no lo exponen exactamente así. Los contenidos de la plataforma se queman a una velocidad extraordinaria. Así que, si tienes un aberración entre manos con un compromiso encomiable del espectador, para qué querrías alterar en torno a de 270 millones de dólares en una temporada para ventilártela en el primer fin de semana.
Y, al emitir los siete primeros episodios el 27 de mayo y los dos últimos este 1 de julio, la plataforma intentaba suavizar la desnivel de usuarios en este trimestre: aquellos usuarios que tuvieran previsto retornar para encontrarse con Eleven (Millie Bobby Brown) no tendrían suficiente con una mensualidad sino que deberían estar abonados como imperceptible un par de meses.
¿Cuánto hubiera durado la cháchara en torno a de la serie si se hubiera estrenado de contratiempo? ¿Hubiera sido un impacto con dos semanas de conversación?
Pero, como decíamos, lo más destacado es que la audacia de Stranger things ha mantenido Hawkins en boca de los medios de comunicación y del sabido durante más semanas. ¿Cuánto hubiera durado la cháchara en torno a de la serie si se hubiera estrenado de contratiempo? ¿Hubiera sido un impacto con dos semanas de conversación? Y, en cambio, de esta forma hemos vivido cinco semanas con Running up that hill de fondo, los rostros de los actores en la pantalla y con un sabido atento a la presentación de los dos episodios finales, que provocan un segundo impacto (y más días con Netflix en la conversación popular).
Esto es posible, que conste, por la calidad de la propuesta y asimismo por la inteligencia de Netflix y los hermanos Duffer de partir de forma coherente la cuarta temporada: el séptimo episodio dejaba la trama al rojo vivo pero cerrando a la perfección el segundo acto de la temporada, dando explicaciones sobre el origen del maleducado, colocando las piezas en posición ataque. El sabido estaba sediento de más aventuras de Eleven, Max (Sadie Sink) o Steve (Joe Keery) sin que pudiera sentirse estafado. La temporada, en sinopsis, había estado acertadamente partida, aprovechando esta partición para aumentar la salida. El maniquí del maratón puede incrementar el vicio, sí, pero asimismo resta capacidad de anticipar, de esperar, de acumular interés cuando la obra está acertadamente producida.
La partición de La casa de papel, Ozark y Stranger things ha llevado al debate acerca de la expulsión de series en Netflix. ¿Significa de una forma indirecta que desde la plataforma son conscientes que su maniquí de expulsión tiene fisuras? Sí. ¿Y deberían plantearse la expulsión semanal para intentar liderar la conversación televisiva y cocer éxitos como HBO hace con títulos como Euphoria, Succession o, remontándonos a su existencia dorada, Colección de tronos? No necesariamente.
Porque, seamos sinceros, Stranger things quizá no se hubiera presbítero del todo de la expulsión semanal, por lo menos al principio de la temporada. El primer episodio, por ejemplo, no tiene el sentido de la aventura característico de los Duffer, por lo menos en unas cuantas de sus tramas (necesarias, por ejemplo, para entender la frustración y desidia de encaje social de Eleven). El personaje de Eddie Munson da una chucha extraordinaria en su presentación. Y, de hecho, la trama no acaba de originarse hasta el tercer episodio (lo que es habitual en la franquicia, por otra parte, aunque pasa desapercibido precisamente por el maratón).
'Stranger things' quizá no se hubiera presbítero del todo de la expulsión semanal, por lo menos al principio de la temporada, ya que no arranca hasta el tercer episodio
Tienen sentido, por lo tanto, las declaraciones de Peter Friedlander, director de ficción en Estados Unidos y Canadá, cuando dijo que para los fans sería un cambio "decepcionante" acaecer Stranger things al maniquí semanal. El aberración se sustenta parcialmente en la cantidad de horas que se pueden alterar en ella, por el maniquí de blockbuster filo-cinematográfico de 10 horas. Horas independientes, si acertadamente asegurarían a Netflix una maduro amortización del producto, podría restarle efectividad a la historia.
Pero este corte tan efectivo tras el séptimo episodio pone sobre la mesa la privación de cuidar las producciones y el espectador para sacarles rendimiento tanto en lo comercial como en lo creativo, por otra parte de mejorar la experiencia del espectador. Según la razonamiento de Netflix, esta división debería deber empeorado el visionado del favorecido al no darle todo el poder y obligarle a esperar para los episodios finales. Pero mejorar la experiencia del espectador a veces asimismo significa darle aquello que no sabe que quiere o necesita.
Y, en el caso de Stranger things, esta expulsión aislada de los dos episodios, que representan el tercer acto y son casi cuatro horas de metraje, incluso ha incrementado la sensación de encontrarnos frente a un blockbuster. Sólo Peter Jackson se había atrevido con El señor de los anillos a tener un culminación de obra y dramático tan dilatado como el postrero episodio. A ver si esta filosofía de no mosquear los contenidos por parte de Netflix se instaura con otras producciones pero con el mismo tacto que con Stranger things, fijándose en el sitio en el que emplean el corte para maximizar el interés y las expectativas del favorecido sin distinguir que se está jugando con él.
Este corte tan efectivo pone sobre la mesa la privación de cuidar las producciones y el espectador para sacarles rendimiento tanto en lo comercial como en lo creativo, por otra parte de mejorar la experiencia del espectador
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