El excéntrico que acude al All England Lawn Tennis Club abandona el automóvil en Southfields, fase ahora tuneada para tomar a los wimbledonianos, pues el torneo cumple cien primaveras, y luego camina sobre una mullida felpudo verde y al fin asciende los escalones que desembocan en la villa.
Decenas de casas unifamiliares se le abren a la perspectiva a un banda y al otro. Vendedores ambulantes venden sombreros de tela blanca a 39 libras la aposento, y más allá hay puestos de helados. Testigos de Jehová buscan reclutas para su causa. Luego las casas quedan detrás y el visitante se sumerge entre prados y campos verdes.
El paseo hasta Wimbledon se prolonga por quince minutos, tal vez alguno más (el cronista lo ha realizado unas cuantas veces ya).
A las puertas del circuito se forman largas colas. Algunos afortunados tendrán premio, depende del sorteo. Si todo va correctamente, pagarán 30 libras y adentro.
El resto paga un dineral.
En la Centre Court, Cliff Richard canta Summer Holiday y la parroquia le acompaña a los coros.
Luego, Sue Barker introduce a 25 campeones del torneo.
Uno a uno desfilan Angela Mortimer, Stan Smith, Jan Kodes, Pat Cash, Conchita Martínez, Martina Hingis, Goran Ivanisevic, Lleyton Hewitt, Marion Bartoli, Angelique Kerber o Simona Halep, ganadores en una ocasión.
Y les suceden Stefan Edberg, Rafael Nadal, Petra Kvitová, Andy Murray, Margaret Court, John McEnroe, John Newcombe, Chris Evert, Rod Laver, Björn Borg, Hermosura Williams, Billie Jean King, Novak Djokovic y Roger Federer, el hombre con más títulos en el carmen (8).
-Espero retornar a desafiar aquí -dice Federer, cuyo futuro, lastrado por su maltrecha rodilla, es una nudo.
Sabemos que en otoño jugará en Basilea, hasta ahí podemos observar.
(no aparecen Martina Navratilova (9) ni Serena Willams, campeona en siete ocasiones, frustrada hace una semana, en su octavo intento; siquiera Steffi Graf ni su marido, Andre Agassi, ni Jimmy Connors, ni Pete Sampras, nadie de ellos suele prodigarse en este tipo de actos)
El imponente carrusel de celebridades se muestra asimismo solícito, y posa para los fotógrafos y luego abandona la cuadro en fila india, y un par de horas más tarde entra Carlos Alcaraz (19), el teenager que, según decía hace unos días, ha venido a Wimbledon a instruirse.
¿Y qué?
¿Le ha impresionado aquello que acaba de ver? ¿Le atemoriza el peso de las celebridades, se acongoja y se repliegue?
¿Llegará a estar allí algún día?
Veremos.
Por ahora, tocará esperar, pues Jannik Sinner (20) no le deja desafiar y lo tumba en 3h35m, por 6-1, 6-4, 6-7 (8) y 6-3.
Se le monta encima el tenista italiano, tirillas pelirrojo que iba para esquiador montaraz y que había cambiado de disciplina porque era demasiado stop (1,88 m) y tenía el centro de peligro demasiado elevado. Sinner se limita a mostrarse sólido y ponderado, y Alcaraz lo hace todo, los puntos más espectaculares -a una dejada le sigue un globo- y los grandes errores.
Entre tanto diente de sierra, Sinner es un martillo pilón, azar la confirmación de aquello que algunos sabios llevan tiempo vaticinando:
-Sinner será un Top 3 -decían algunos en el 2020, en aquel otoño apocalíptico en Roland Garros, cuando el italiano le complicaba la vida a Nadal.
Sinner ya no es aquel tenista inesperado y forastero del 2020, y sin confiscación sigue siendo un hombre de hielo, inasequible aprender qué piensa, si está alegre o frustrado. Su logística agota al rival, desespera a Alcaraz, que golpea a abundante desde el fondo de la pista y no encuentra el asa a la que excusarse.
-Sinner puede hacer muy grandes cosas en hierba. Y yo he comenzado poco nervioso. He estado mal en los dos primeros sets -dice Alcaraz.
Manda demasiadas pelotas a la red, o largas, le desconcierta el servicio de Sinner, que le envía mercadería liftados, muchas veces a los pies. Alcaraz no da ese paso detrás, se empeña en pisar la camino, quiere conservar la iniciativa, pero las cosas van mal.
En casi nada media hora se le va el primer set, no hay ni señal del Alcaraz que dos días ayer se había exhibido en presencia de Oscar Otte y, ayer, frente a Tallon Griekspoor.
Cambio de tercio
Sinner aprovecha el momentum para reivindicarse. Hasta ahora, parecía haberse quedado detrás en la carrera por suceder a los más grandes
Cuando embiste, Alcaraz se equivoca.
No maneja los peloteos y siquiera aparecen sus dejadas ni sus cambios de ritmo.
Sinner aprovecha el momentum para reivindicarse. Hasta ahora, parecía haberse quedado detrás en la carrera por suceder a los más grandes. Alcaraz (7.ª pala mundial) le ha tomado un cuerpo de delantera en el posterior año, se acento mucho del talento murciano, pero el nombre de Sinner -se supone que había llegado ayer al gran guardarropa, pero hoy es el 13.º tenista del circuito- no tiene el mismo finalidad entre el imaginario popular, ni parece tan balsámico ni parece tan revolucionario.
Alcaraz vende camisetas, tiene un extraordinario concepto del espectáculo, empezando por su descanso y siguiendo por su forma de expresarse. Sinner es aséptico, y asimismo extraordinariamente eficaz. Cada una de sus intervenciones lleva intención y mala espumajo, un dolor de individuo para Alcaraz, que aun así se crece, no deja de pelear.
Ofrece destellos geniales en el tie break del tercer set, cuando salva dos pelotas de partido y acaba apuntándose el parcial (Christopher Clarey, cronista de International New York Times, dice ojear ahí momentos Federer), pero al fin transige y abandonará su casa a un paso de Wimbledon, saliendo por la puerta pequeña.
-La pista impone, no lo voy a desmentir. Sobre todo, por su esencia -dice Alcaraz ya en la oscuridad londinense.
-¿Y con qué sentimiento se marcha?
-Me voy contento. Creo que he ido mejorando a lo desprendido del torneo. No venía con demasiadas expectativas y me he sorprendido a mí mismo. Si tuviera que ponerme una nota, me pondría un 6 o un 7. Siempre se puede mejorar, incluso cuando lo has hecho muy correctamente, ¿no?
Algún día contaremos su letrero.
No todavía.
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