En un lado de Navarra, cada año por estas fechas, suceden cosas inverosímiles y este Tribunal correccional del Progreso, la Honrado y el Bienestar Animal ha estimado conveniente protestar la prohibición de las fiestas de Pamplona, además conocidas como Sanfermines, conforme a los siguientes puntos:
–Movilidad deficiente. Los llamados mozos corren delante de los toros a las ocho de la mañana, interrumpiendo el alivio municipal de los que no oyen ni con trompeta. En lo seguido, deberán pasar en biciclo y sin lograr a los toros, que son muy suyos y añoran a las vacas.
Grupos de nativos que empinan el codo y consumen ajoarriero se pasan el día brincando
–Conductas jaraneras. Las autodenominadas peñas –grupos de nativos que empinan el codo y son adictos al sándwich de ajoarriero o las magras con tomate– se pasan las horas dando brincos y cantando fuera de la iglesia, como la efímera peña republicana La Veleta, cuyo himno berreaba: “Entre copas y morapio, disfrutar es nuestro afán, venga caldo, venga juerga, que así las penas se van”.
–Turismo insostenible. Por pecado de Hemingway, miles de australianos y estadounidenses acuden cada año a Iruña, en lado de subir al Aneto en taxi, pasarse el Museo del Anca de Teruel o contemplar la casa oriundo de José Luis Cantero, el Far y. ¿Cómo les puede paladear a los anglosajones esta fiesta bárbara, que cultiva la amistad con los desconocidos y donde no exigen entrada de cuota? Ni la Nueva España ni El Pensamiento Navarro se merecen este turismo.
–Las botas de caldo clarete. ¡Qué manía tienen algunos de escanciarse en bota de piel, pudiendo discutir, como todo el mundo, sobre los vi- nos gran reserva y el mundo de los taninos.
–La diversión 24/7. Siete días duran las fiestas, con sus días y sus noches, toros y cabestros, los bailes verbeneros y las barracas de feria, los fuegos de artificio y una alegría sana –digan lo que digan– que tanto ofende a sectores de nuestra sociedad, donde disfrutar es pecado y divertirse un asombro.
Según estas y otras consideraciones, San Fermín debería prohibirse o, en su defecto, ser objeto de una campaña negativa, no sea que algunos olviden que estamos aquí para habitar aleccionados.
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