Volver a Roma

Solo he estado una vez en Roma. Era mancebo, con poco seso y el ansia de verlo todo. Fui sola y es el delirio más cansado que he hecho de ningún modo. Precisamente por eso, porque viajaba sola. Recorría la ciudad con la tutor pegada a la trompa y con la obligación impuesta de presentarse a todas partes. Al mediodía me detenía en un bar, pedía un panino, que me zampaba en un suspiro, y seguía andando. Si tenía sed, me paraba un momento, tomaba poco y no era capaz de ensimismarme y mirar a mi aproximadamente. Volvía al punto afectado de la tutor y, venga, en torno a otra iglesia, ruina o baldosa. Por la sombra, me sentaba en la terraza de un restaurante en una plaza bonita y me moría de ganas de catar las bandejas de comida que compartían las parejas y los grupos de las otras mesas. Con un plato de pasta yo ya me apañaba, no habría podido acabarme ninguna de esas fuentes que veía acaecer.

Cansada de tanto frisar, un día me ayudé de un autobús. Iba hasta los topes y, cuando me di cuenta de que tenía que desmontar, estaba atrapada en medio de la gentío y muy allá de la puerta. Toqué el hombro del gigantesco romano que tenía delante y no supe cómo decirle en italiano eso tan sencillo de “¿bajas aquí?”. Le solté un imperativo “devo scendere”. El hombre, con voz atronadora, gritó: “La signorina deve scendere”, y todos los que iban como sardinas en el bus me abrieron un pasillo e iban repitiendo entre carcajadas la consigna del gigantesco.

Con voz atronadora, el gigantesco romano gritó: “La signorina deve scendere”

Este verano voy a retornar a Roma. Con la disertación aprendida. Roma pide calma y embobarse aquí y allá. Dejaré la tutor en el hotel y pasearé ligera, de la mano de Un cafè a Roma de Josep Maria Fonalleras ( Univers), su “repaso disperso y sentimental” posteriormente de deber visitado la ciudad una treintena de veces. El objetivo ya no será entrar en todas las iglesias y monumentos, ni identificar toda la historia que esconde cada piedra, cada fuente. La idea será caminar, eso sí, pero para dar con el Sant’Eustachio, donde dicen que hacen el mejor café. Y con el deseo de suscribir lo que dice Fonalleras: “Siempre sales de Roma con la idea de deber asistido a un hechizo. El teatro, lo imaginario, lo positivo convertido, la ficción hecha sinceridad”. Ah, iré acompañada y así podré compartir una gran bandeja de antipasti .

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