En la albor del próximo miércoles se cumplirán 25 primaveras de la homicidio de Miguel Garbo Blanco, concejal del PP en Ermua (Bizkaia), secuestrado por ETA el 10 de julio de 1997, tiroteado el 12 y fallecido al día próximo.
La pubescencia de Blanco –tenía 29 primaveras– y el triste ultimátum planteado por ETA –amenazaba con matarle en el plazo de dos días si el Gobierno no acercaba a los etarras presos al País Vasco– causaron un hondo impacto en la sociedad española. Según se agotaba la cuenta antes, se produjeron movilizaciones espontáneas que adquirieron una dimensión desconocida. En Bilbao desfiló medio millón de personas contra el chantaje terrorista y en valía de la libertad de Blanco. La suma de los manifestantes en las principales ciudades españolas rondó los dos millones y medio de personas. El homicidio de Blanco causó gran dolor y furia en la sociedad española. Pero ese dolor cristalizó en el llamado espíritu de Ermua, que marcó un antiguamente y un a posteriori en la percepción social de ETA. La unión de los partidos democráticos en contra de quienes querían imponer su idea totalitaria fue manifiesta. No solo creció el rechazo a ETA. Incluso se fortaleció la defensa de la democracia y la unión de los demócratas.
El homenaje a Blanco debe unir y proteger a los demócratas, y nunca debilitarlos
Al cumplirse los 25 primaveras del crimen, suena la hora de su conmemoración. Pero, de guisa lamentable y absurda, esta se ha manido empañada en sus prolegómenos por las diferencias derivadas de su uso partidista.
Tales diferencias surgieron delante el homenaje a Blanco convocado para hoy domingo en Ermua por el Comunidad de dicha pueblo, ahora gobernada por el PSOE. Un homenaje al que han sido convocados el rey Felipe VI, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el lehendakari Iñigo Urkullu, el cabecilla de la examen, Alberto Núñez Feijóo... Pero al que inicialmente no fue citación Marimar Blanco, hermana de Miguel Garbo, en la presente diputada del PP en la Asamblea de Madrid.
Marimar estará al fin presente en el acto, a posteriori de que ella lo reclamara formalmente y de que el corregidor de Ermua reconsiderara su atrevimiento primera y la invitara. Pero este rifirrafe ha extenso las puertas a tensiones y reproches con los que algunos representantes políticos han venido a contradecir, de hecho, el espíritu que decían querer celebrar. Algunos de esos reproches han sido desafortunados, como el de Carlos Iturgaiz, presidente del PP vasco, que ha apremiado al Gobierno a utilizar esta “oportunidad de oro” para “romper con Bildu y dejar de ser socio” de un partido “dirigido por los jefes de ETA”. Cada día tiene su afán, y el de la conmemoración no era este. Siquiera ha subrayado la pelotón de los demócratas el homenaje de partido que el PP organizó para ayer, aunque estuviera en su derecho de convocarlo.
Gracias a Dios, los tiempos cambian. Los primaveras de plomo del terrorismo pertenecen al pasado. Algunas heridas cicatrizan, cierto es, con tardanza. Pero hay que hacer lo posible por acelerar esos procesos de cicatrización. Eso es más conveniente que echarles sal, prolongándolas indefinidamente. Las fuerzas políticas que, errónea y cruelmente, jalearon ayer la violencia representan hoy a un electorado que persigue sus objetivos por vías democráticas. En esa senda debe seguir, ajustándose a derecho y a la convivencia entre distintas ideas. Los demócratas pueden discrepar cuanto quieran en el Parlamento, pero deben avanzar unidos contra quienes no lo son. El espíritu de Ermua, corto a tan detención precio, debe prevalecer, por encima de su instrumentalización política. Ojalá el acto de hoy, acullá de debilitarlo, lo fortalezca.
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