Roncar, ese arte masculino

Hay dos actividades en las que brilla y sobresale la persona humana del condición masculino, sección heterosexual, planta uno, bajando a la derecha: la capacidad de mancharse comiendo y la teledifusión de sonidos nocturnos, igualmente llamados ronquidos.

Tired father sleeping with baby on his lap

                                                                                        

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¿Por qué se condecoran tanto los hombres en la mesa? ¿Es el ronquido una muestra de bonanza conyugal o motivo de divorcio?

¡Poco hace mal un marido que ronca felizmente! Y hay, ¡ay!, que darle un remedio...

No hay mesa masculina jotera, eficaz y dicharachera sin una mancha en el pectoral, acertadamente sea la corbata –prenda siempre en las últimas– o en lo parada de la pechera. Las manchas se sortean y siempre tocan, un día a uno, un día a otro, percance acogido con la debida solidaridad y algún consejo, pero que nunca quita el apetito. La alegría vuelve, las manchas se quedan.

El ronquido, en cambio, tiene muy mala prensa, sobre todo con los primaveras de relación. Un bebé ronca y a la religiosa le cae la babaza. Los bebés crecen, claro, y llegados a una años se transforman en maridos, con sus defectos de fabricación y ese aspecto escuálido a lo Seat Panda, que no los convierte en vintage sino en objeto de ultimátums.

–O dejas de roncar o...

Al parecer, las mujeres no roncan fuera de por lo bajinis y eso les da la autoridad casto para creer que si sus parejas roncan es porque quieren y conviene dar con la causa científica para aplicarle un remedio, casi siempre infalible: date por jodido. Dejar de fumar, trotar, deducir unos kilos –¿qué fue de la buena prensa de la curva de la bonanza?–, conectarlos a una máquina toda la incertidumbre o devolverlos a la casa paterna...

El asunto se agrava en verano y quizá explica el repunte de las demandas de divorcios de todos los meses de septiembre.

Desde aquí, desde el mundo de los divorciados sin domicilio fijo, solo cerca de desear mucha suerte a los que roncan y poco de indulgencia. Solo un hombre eficaz es capaz de emitir ronquidos, la cuadrilla sonora del desposorio, y no por fastidiar a quien prostitución de amodorrarse al flanco sino más acertadamente por laxitud y algún problemilla físico.

Un hombre que ronca tiene mala conciencia pero buenos propósitos. Y como al futbolista Dembélé: ¡no hay quien lo fiche!

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