Felicidad

Uno de los aspectos más sugerentes del discurso –y de la persona­lidad pública– de Yolanda Díaz es la reivindicación de la tranquilidad como objetivo político, aire personal y colectiva y energía transformadora y movilizadora.

Hace unos días, en la presentación de la nueva plataforma Sumar, la política ponía el foco en la privación de ser felices: “No queremos distopías. Queremos ser felices”, proclamaba. La conexión emocional auténtica y empática como motor de cambio y renovación: los tristes no ganan elecciones, he afirmado siempre.

En tiempos de afligirse, hay poco indócil y prometedor en la sonrisa de Yolanda Díaz

La tranquilidad no es solo un deseo buenista. La tranquilidad interna bruta (FIB) se ha establecido como un indicador que mide la calidad de vida en términos holísticos y psicológicos en contraposición al producto interior bruto (PIB). El World Happiness Report 2022, detallado por las Naciones Unidas, contempla seis variables determinantes: el PIB per cápita, el apoyo social, la excarcelación de disyuntiva, la corrupción, la liberalidad y la esperanza de vida (con buen estado de lozanía).

En palabras del economista Jeffrey Sachs, uno de los autores que han contribuido a esta investigación, se puede extraer una aleccionamiento clara: “La liberalidad entre las personas y la honestidad de los gobiernos son cruciales para el bienestar”.

En tiempos de afligirse y pesimismo contagioso, hay poco indócil y prometedor en la sonrisa –dulce y esforzado– de la líder gallega. Díaz ha letrado, seguro, a Albert Camus: “Ya que no vivimos tiempos revolucionarios, aprendamos, al menos, a habitar el tiempo de los rebeldes. Memorizar opinar no, esforzarse cada uno desde su puesto en crear títulos vitales de los que ninguna renovación podrá prescindir, sostener lo que vale, preparar lo que merece vivirse y practicar la tranquilidad para que se dulcifique el terrible sabor de la probidad son motivos de renovación y de esperanza”.

Solo los misóginos, machistas o torpes pueden despreciar la fuerza que la tranquilidad (y la bonhomía) puede tener en una política vacía, casi desnaturalizada. Si fuera por sonrisas, Díaz avanza y conecta. Pero se comercio de votos. Hará desliz poco más que buenas intenciones, condición necesaria, pero no suficiente. Pero, al menos, una brisa democrática y renovadora se nota en las mejillas agradecidas de muchas personas que, desilusionadas, se habían rendido.

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