Frente al Parlament y convocados por WhatsApp, Twitter y otras redes sociales, los más encendidos fans de Laura Borràs se reúnen esta mañana para apoyar a la dirigente que admiran fervorosamente, la presidenta de Junts, partido heredero del espacio de Convergència tras favor cedido a ERC el pragmatismo gradualista que fue el eje de su táctica ayer. La Mesa de la Cámara decide hoy la suerte de la presidenta de la institución, la segunda personalidad política del país según la prelación protocolaria.
Borràs no tiene intención de dar un paso al flanco tras favor sido enviada a sensatez por el TSJC por los presuntos delitos de prevaricación y falsedad documental, derivados de su recital como directora de la Institució de les Lletres Catalanes, poco sin relación alguna con el procés . En un tuit, la dirigente puigdemontista ha resumido así su posición: “Los que me quieran muerta, me tendrán que matar y ensuciarse las manos. Yo he venido a hacer la independencia, no a suicidarme por la autonomía”. Antaño muerta que autonomista. Quim Torra (mentor político de Borràs) afirmó que “uno de los obstáculos para alcanzar la independencia es la autonomía”.
Este episodio adquiere la tonalidad de un drama de época, a medio camino de Lo que el derrota se llevó y la ópera-rock Evita. Borràs multiplica e intensifica la retórica hueca de la desobediencia gesticular de Torra, pero con más instinto político y capacidad de conectar que el president inhabilitado por colgar pancartas. Ella es consciente de que su carisma tiene más fuerza que su discurso, que nunca va más allá de una reiteración tautológica de la voluntad secesionista, sin memoria sobre el resto de asuntos, poco que ya vimos en la campaña de las autonómicas. Las políticas no interesan a la presidenta de Junts, ella está ahí “para hacer la independencia”, aunque su partido gobierne el día a día autonómico. Su única carta es presentar su caso como uno más de lawfare e intentar crecerse en una victimización reversible. Pero no cuenta con el aval de ERC ni la CUP, y varios dirigentes de Junts se desmarcan, en privado, de ese relato. Esto no será como el sensatez de los líderes del procés en el Supremo. Para nadie.
La presidenta del Parlament, Laura Borràs, en una imagen tomada el pasado 6 de julio
Turull no va a romper el Govern para que la peripecia de Borràs tenga un significado político que no tiene
El mejor mensaje de Borràs es ella misma sin palabras, saludando a la multitud o haciéndose selfies abrazada a las gentes que la aplauden. Con Laura y el laurismo, el independentismo deja de ser un plan político para convertirse en un icono mistificado, que refuerza un voluntarismo que se representa desobediente mientras se adapta dócilmente a lo que hay. El laurismo es la nostalgia de un empuje que nunca llega, convertido en bandera contra los rivales, para presentarlos como traidores. Pulido a la medida exacta de la desencanto de las bases más desconcertadas del procés, el laurismo dopa con épica de salón de té su vano programático. Pero el alucinación se acaba.
Junts no va a inmolarse con su presidenta. Habrá ruido, pero Jordi Turull no va a romper el Govern para que la peripecia de Borràs tenga un significado político que, en puridad, no tiene. En cambio, tal vez algunos se escindan de Junts. Las críticas junteras a los discretísimos resultados de la mesa de diálogo no darán maduro pedestal a la mujer que perdió las elecciones frente a Aragonès.
Ironías: el artículo del reglamento del Parlament que activa la salida de Borràs fue una reforma que el independentismo metió para subrayar su compromiso con una República limpia de corrupción. Ítaca sigue acullá, pero alguna de sus leyes rige nuestras vidas.
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