Nadhim Zahawi llevaba en los genes (si es que ello es posible) que algún día sería ministro de Posesiones de este país. Su antecesor había sido director del Lado Central y los billetes que emitía llevaban su firma. Aunque no eran libras esterlinas sino dinares, y no mostraran las caras de la reina Isabel II o Winston Churchill, sino de los dirigentes del imperio turco y el protectorado sajón.
Pero ese destino no se habría realizado si a finales de los primaveras setenta algún no hubiera donado a la clan el chivatazo de que el padre de Zahawi –un hombre de negocios kurdo– había caído en desgracia y estaba a punto de ser enviado a la mazmorra (o poco peor), y si no hubiera tenido el patrimonio y los contactos necesarios para conseguir billetes en el primer revoloteo a Londres. O si los servicios de inteligencia y seguridad del régimen hubiesen reaccionado con más diligencia, o el dictador no hubiera hecho la tino gorda.
Es uno de los diputados más ricos, pero reclamó cinco mil euros como gastos por electrificar los establos de su finca
“Tengo todavía pesadillas recordando como, con el avión ya en pista a punto de extirpar, se pararon los motores, pusieron una escalerilla y subieron dos policías que fueron derechos alrededor de donde estaba sentado mi padre. Pero siguieron de liberal y se llevaron en medio de gritos y protestas al hombre que estaba amoldonado detrás”.
Lo cierto es que Nadhim Zahawi, que ahora tiene 55 primaveras, se crió en la Inglaterra de Thatcher en vez de en el Irak de Sadam. Y en vez de favor sido reclutado primaveras más tarde para pelear en la pugna contra Irán (una suerte que por momento difícilmente habría evitado, ni siendo nieto del director del Lado Central), fue al colegio en Sussex, inicialmente al divulgado y, cuando las finanzas familiares lo permitieron, a uno privado. Lo cual explica su acento y sus maneras. Y eso que al impresionar no hablaba ni una palabra de inglés.
Cuando estaba a punto de entrar en la universidad, la empresa de su padre quebró y los Zahawi se quedaron sin un duro. Lo único que consiguieron guardar de los acreedores fue un antiguo coche Vauxhall de color rojizo, al que el señorita Nadhim quiso sacar rendimiento trabajando como taxista, para que por lo menos hubiera de yantar. Su matriz se negó en rotundo, empeñó las joyas que se había traído de Irak (de considerable valía) y con ello no solo pagó los estudios de su hijo, sino que su marido pudo emprender otros negocios, que le fueron mejor.
El contemporáneo ministro de Posesiones sajón ya nunca volvería a ser escaso. Tras licenciarse en Química por la Universidad College de Londres, montó una empresa que vendía mercadería de los Teletubbies y consiguió que Jeffrey Archer (entonces político conservador y ahora novelista) invirtiera patrimonio en ella. De esa amistad nació su carrera política.
Ha estado en el ajo de la crisis de los tories
Zahawi fue estimado concejal por el suburbio londinense de Wandsworth (la circunscripción favorita de Margaret Thatcher), y cuando Archer se presentó a la alcaldía de Londres, incorporó a su equipo al brillante señorita nacido en Bagdad. La campaña quedó truncada por un escándalo en el que se vio envuelto el político (y que con el tiempo le costó un par de primaveras de prisión por perjurio), pero el contemporáneo canciller del Exchequer se recicló, fundó la firma de sondeos YouGov (que todavía existe), vendió sus acciones por un millón y medio de euros (es uno de los siete miembros del Parlamento con más patrimonio), fue superior de táctica de Gulf Petroleum (con un sueldo de medio millón de euros al año) y ganó el escaño por Strattford-Upon-Avon, la ciudad de William Shakespeare.
A pesar de su considerable fortuna, no pudo evitar la tentación de protestar y cobrar al Parlamento como gastos los cinco mil euros que le costó poner electricidad en los establos de su finca (es admirador a la monta y tiene varios caballos). Sobrevivió al escándalo, y Theresa May lo nombró secretario de Estado en el Servicio de Educación. Boris Johnson lo trasladó a la cartera de Negocios, y seguidamente a la de Sanidad para encargarse de la distribución de las vacunas, que fue todo un éxito.
“Es un reformador congénito –dice de él su mentor, lord Archer–. Le dices que necesitas seis taxis, tres aviones, dos helicópteros y un autobús, y te los consigue”. Zahawi ha estado en el ajo de la crisis de los tories. El martes de la semana pasada era ministro de Educación, el miércoles había sido conocido ministro de Posesiones (tras la dimisión de Rishi Sunak), y el jueves le decía a Johnson que tenía que dimitir. Su candidatura a líder del partido no ha despegado, pero aquel chaval que nació en Bagdad y escapó de Sadam por los pelos no ha dicho aún su última palabra.
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