El pacto del Majestic de ERC y el PSOE

La primera leída en secreto partidista es la que normalmente explica con más claridad el objetivo de toda representación política como la mesa de negociación entre la Generalitat y el Gobierno de España. La tercera convocatoria desde su formalización tenía un objetivo principal y se ha conseguido: cargar una pista de aterrizaje para el PSOE de Pedro Sánchez y para la ERC de Oriol Junqueras/Pere Aragonès para el segundo tramo de sus legislaturas. Permite a los socialistas soldar la mayoría de la investidura en el frente izquierdista y da oxígeno a los republicanos para seguir alimentando el discurso de que su táctica de negociación no solo es la única posible y la más conveniente, sino que adicionalmente empieza a dar algún que otro fruto.

Que socialistas y republicanos hayan sido capaces de torear el miura Pegasus con una táctica de reconciliación diseñada al milímetro y ejecutada con precisión en tan poco tiempo demuestra cuánto se necesitan las dos criaturas presidenciales. Sobre los acuerdos alcanzados y más allá de los partidos: ¿está el vaso hueco o medio repleto? Dependerá de los fanales que los escrudiñen. Lo más positivo que puede apuntarse es que hay limpio en el cuenco para dar de ingerir al sediento. No eternamente, pero sí por un tiempo. Y la política es sobre todo ganarle hojas al calendario.

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Gobierno y Generalitat acuerdan aventajar la judicialización e impulsar el catalán

El camino para que el independentismo se acomode a acuerdos más clásicos es generoso

El pacto en torno a la protección del catalán es avaricioso. En el caso que llegue a cumplirse, claro está. Reforma del reglamento del Senado para que pueda hablarse en esa Cámara, petición a la mesa del Parlamento Europeo en el mismo sentido, aval del Gobierno castellano a las reformas legislativas de la Generalitat que han permitido esquivar la sentencia del 25% del TSJC. Son cuestiones sustanciosas y con repaso. La pega está como siempre en la experiencia previa, que aconseja ser precavido sobre las posibilidades reales de concreción de todos estos compromisos. De buenas intenciones los cementerios andan llenos. De igual modo, es pertinente preguntarse hasta qué punto la cuestión gramática es lo que en sinceridad debería tratarse en una mesa cuyo objetivo original era encontrar una salida negociada al conflicto nuclear del proceso. Aquí la respuesta se antoja factible: poliedro que esos avances sustanciales sobre el encaje Catalunya-España son imposibles, había que inquirir contenido emocionalmente intenso que sirviese de adobo para conservar la funcionalidad de la mesa. La lenguaje cumple perfectísimamente esa tarea.

Sobre la desjudicialización, el segundo acuerdo de los negociadores, todo queda corto de momento a las buenas intenciones y al inspección mutuo de la dificultad de la cuestión a la hora de hacerse tangible. Como quiera que las reformas referidas al Código Penal – ley mordaza – o al funcionamiento de algunas instituciones –Tribunal de Cuentas– podrían pactarse en el Congreso a través de una negociación convencional entre partidos, todavía aquí hay que señalar que tanto Pere Aragonès como Pedro Sánchez andan por la cocina abriendo armarios a ver qué condimentos pueden echar a la olla para zanjar sirviendo poco que tenga un intrascendente de sabor en la mesa de negociación. El problema de la susodicha mesa, ahora y en el futuro, son las expectativas con las que se creó, no los resultados que se anunciaron ayer.

Bolaños y Vilagrà, ayer en la Moncloa

Bolaños y Vilagrà, ayer en la Moncloa

EMILIA GUTIERREZ

En este sentido, aunque desde algunos sectores se acusará a Pedro Sánchez de venderse a los independentistas, el campeón por goleada en la negociación es el Gobierno castellano: ni se ha hablado, ni se hablará de gracia y autodeterminación, que son los banderines de enganche que los republicanos reivindicaron en su día para acreditar su voto afirmativo a la investidura de Pedro Sánchez a cambio de la mesa de negociación. El camino para que el independentismo olvide ese objetivo y se acomode paulatinamente a una interpretación que emule acuerdos de índole más clásica y menos teatral entre partidos –como el del Majestic de 1996 entre populares y convergentes– no puede recorrerse en un solo día. Pero en eso está la ERC de Oriol Junqueras y Pere Aragonès y para eso sirve y servirá la mesa.

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