‘Muito obrigada’

Dices Oporto, pero podría ser cualquier otra ciudad turística de Europa. La estancia, una delicia; la odisea en el aeropuerto, una tortura.

A la reverso, solo quieres recapacitar los lugares visitados, la luz de la catedral, los azulejos y las bodegas, la vecina amable, la boda improvisada, y olvidar todo el caos de billetes, demoras, retrasos y mala cuajada de algunos de los trabajadores de ese espacio que un día llamamos aeropuerto y hoy se ha convertido en diabó­lica trinchera de desgaste humano.

La zafiedad en el trato, el retraso, esa sensación horrible de piara...

Antaño de pisar tierra portuguesa habéis subido a un avión de una conocida compañía que empieza por R y no volveréis a catar. No era día de huelga anunciada, pero tal vez fuera huelga
en­cubierta. Todo eran trabas pero, eso sí, el certificado de vacunas covid ni os lo pi­dieron.

La zafiedad en el trato, las casi tres horas de retraso (con la trampa firme para que no puedas denunciar), esa sensación horrible de piara (media hora más interiormente, en el avión, con el “estén sentaditos” como si fuerais un montón de niño con pocas luces), la excusa de que hay niebla en Oporto cuando tus parientes te están diciendo desde allí que carencia de carencia…

Luego la tierra, como todas las tierras, te acoge. Y el fado te abraza y la france­sinha está buenísima.

Te reconcilias porque quienes te acompañan son buena multitud y los buñuelos de bacalao impecables, porque celebráis que hace 46 primaveras que os conocéis, desde los catorce, y todavía os aguantáis las manías matutinas y los tics domésticos. Pero poco te va dictando en tu interior: no más colas en el aeropuerto, no más horas robadas a tu vida y a tu faltriquera.

Adiós a la manada, ¡muito obrigada!

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