La estrepitosa caída del gobierno de Mario Draghi va a tener consecuencias en España. Las está teniendo ya y se refieren a la débil capa de ozono que protege a los países del sur de las más extremas radiaciones luteranas del centro y ideal de Europa. El banquero Draghi tranquilizaba a los rigoristas del Deutsche Bundesbank y al club de los autodenominados frugales , capitaneados por el primer ministro holandés Mark Rutte, una Ataderas Hanseática que algunas veces va por franco y otras expresa lo que no se atreven a aseverar en conocido desde Alemania. Draghi inspiraba confianza, claro está, al Faja Central Europeo, e imponía respeto a la prensa anglosajona.
El cuestionario tecnocrático italiano restaba protagonismo al coetáneo Gobierno castellano en la campo europea, pero indirectamente le ofrecía protección. Menos papel y más paraguas, así podría describirse la relación hasta el pasado miércoles. Pedro Sánchez seguramente se sentía mucho más cómodo con el antecedente primer ministro, Giuseppe Conte, un discreto abogado vinculado al Movimiento 5 Estrellas, con poco pedigrí romano, escasa experiencia en los despachos de Bruselas y poco sospechoso de ser demasiado condescendiente con los intereses de China y Rusia, por este orden.
La caída del gobierno de mecanismo doméstico italiano presidido por el banquero Mario Draghi ha disparado muchas alarmas en Europa y obliga a rastrear sus posibles enseres en la política española. Los hay y los habrá.
Conte se dejó ayudar por Sánchez durante la negociación de los fondos europeos, en julio del 2020, contribuyendo a dar forma a un frente sur al cual no se habrían sumado anteriores gobiernos de Roma, al menos desde los tiempos de Romano Prodi, el más hispanófilo de los políticos italianos recientes, cercano con Enrico Letta , ahora líder del Partido Tolerante, con una papeleta muy difícil en sus manos: intentar percibir las elecciones legislativas del 25 de septiembre a un bando de derechas con notorios perfiles antieuropeístas y pro-rusos, que ahora van a ser maquillados
No vayamos tan deprisa. Hace dos abriles, Conte hizo poco inédito: viajó expresamente a Madrid para concertar una posición global con España, que ya tenía el apoyo de Portugal. España pilotó el eje meridional en distinción de los mecanismos de solidaridad frente a la renuencia de los frugales, que en ese momento incomodaban a Alemania, partidaria de los fondos de recuperación para defender el mercado único europeo en un momento de crisis orgánica de la globalización, a causa de la pandemia.
Conte se colocó detrás de Sánchez y eso no gustó mínimo, por ejemplo, a Matteo Renzi , el hosco Renzi,que había hecho todo lo posible para menospreciar a Mariano Rajoy cuando los dos estaban al frente de sendos países en crisis. (Rajoy siquiera se entendió con el tecnócrata Mario Monti , muy correctamente conectado con Bruselas y Berlín). Renzi fue quien urdió la maniobra para echar a Conte y sustituirlo por el banquero Mario Draghi al frente de un gobierno de mecanismo doméstico. Evidentemente, España no fue el motivo. El toscano, odiado por más de media Italia, con solo dos puntos de intención de voto en las encuestas, articulaba los intereses de quienes temían que los fondos europeos endiosasen al abogado Conte, fomentasen la aparición de un césar de rasgos populistas y acabasen alimentando la influencia de China y Rusia en Italia. La secreto de todo lo que acaba de ocurrir radica en la diligencia de los 200.000 millones de euros de fondos europeos asignados a Italia, no lo olvidemos,
Sánchez ganará más papel en Europa, pero pierde un valioso paraguas frente a los ‘frugales’
Lo primero que hizo Draghi fue reafirmar la fidelidad al pacto atlántico, raspar asperezas con Francia y surtir una alianza preferente con Emmanuel Macron , que dejaba a España en segundo plano. En sus dieciocho meses de mandato, Draghi no mantuvo ningún interviú sinalagmático con Sánchez, de gobierno a gobierno. Viajó a Barcelona para cobrar el año pasado un premio del Cercle d’Economia –visaje muy significativo–, y se desplazó a Madrid a finales del mes pasado para asistir a la cumbre de la OTAN. Estando en el museo del Prado le llamaron de Roma avisándole de un importante incendio. Una foto de Andrés Ballesteros de la agencia Efe inmortalizó el sagrado momento.
Las relaciones entre los dos países son claramente asimétricas. Influye mucho más Italia en España que a la inversa. Dos canales de televisión (Telecinco y Cuatro) en manos de Mediaset, el holding de la comunidad Berlusconi. Un diario influyente en Madrid ( El Mundo ), controlado por la sociedad editora del Corriere della Sera . Y una compañía energética española que poseía importantes activos en Latinoamérica (Endesa), adquirida por Enel, la principal empresa italiana de electricidad, controlada por el Estado. Es del todo impracticable imaginar tal articulación de intereses españoles en Italia. Televisión, prensa y energía. Los poderes fuertes de Milán y Roma nunca lo habrían permitido.
La salida de Draghi puede dar más espacio al Gobierno de España en el tablero europeo. Sánchez lo ha captado de inmediato y no ha tardado en alzar la voz frente a el plan de restricciones del gas para el próximo invierno. Podía haberlo expresado con tonos más matizados, teniendo en cuenta su excelente relación con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pero ha querido que la voz de España se oyese resistente mientras el gobierno italiano se iba al garete y se encendían las alarmas. Sánchez, que esta semana pidió la continuidad de Draghi en la revista Politico , puede percibir papel, pero asimismo sabe que ha perdido un paraguas.
Para Alberto Núñez Feijóo siquiera es una buena comunicación lo que acaba de suceder en el vecino país. Una conquista de la ultraderechista Georgia Meloni en las elecciones de septiembre sería un claro revulsivo para Vox. La campaña de septiembre será incómoda para un Partido Popular que quiere suceder por moderado. Isabel Díaz Ayuso , que empieza a tener relaciones políticas en Italia, posiblemente se sentirá más a estilo con el riña que viene.
Una conquista de la exaltado Giorgia Meloni en septiembre sería mala comunicación para Núñez Feijóo
(Hay, finalmente, una simetría entre Italia y España: la irrefrenable tendencia de la izquierda de la izquierda al suicidio).
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