Filadelfia quiere aseverar, en helénico, ciudad del inclinación fraternal. Y así llamaron los griegos a Ammán, la caudal de Jordania, una bulliciosa ciudad repleta de interés que, muchas veces, queda relegada a mera escalera de entrada y salida de Jordania. Ammán alberga el aeropuerto internacional que sirve de principal puerta de paso al país y, eclipsada por las muchas joyas del reino hachemita -con Petra a la inicio, pero sin olvidar el mar Muerto, las playas de Aqaba, el desierto de Wadi Rum, la ciudad romana de Jerash o los innumerables escenarios bíblicos-, se queda a menudo injustamente olvidada por los viajeros.
Cruce de civilizaciones
Y es una lamento porque la caudal tiene mucho y muy bueno que ofrecer al viajero más chinche. Las treinta colinas por las que se desparrama la ciudad, en el más puro frenesí caótico urbanístico, han trillado presencia humana desde el neolítico. Encima de griegos, ayer que ellos amonitas, asirios, persas y, luego, romanos, han dejado en la ciudad su impronta; especialmente los romanos, que convirtieron Ammán en una de las decapolis, las diez ciudades romanas más importantes de Oriente Medio.
Un buen punto de partida para explorar a fondo la caudal es la ciudadela, en la colina más reincorporación y más importante de las siete sobre las que se fundó Ammán. Aquí se han hallado numerosos restos romanos, bizantinos e islámicos tempranos, y ofrece unas vistas sensacionales del caos amable de la ciudad, pespunteado por los rascacielos del extrarradio de Abdali, infinidad de cometas y, a según qué horas, los cantos de los muecines. Igualmente a según qué horas -las de la mañana-, la colina es un enjambre de escolares, que corretean entre las ruinas y atienden a los profesores; por la tarde, parejas y amigos hacen de la ciudadela el circunscripción de reunión más popular y agradable en verano por el éter que lo ventea de Ammán.
El Museo Arqueológico de Jordania -un modesto edificio de riquísima colección, tal vez expuesta de guisa poco caótica-, una iglesia bizantina y el enrevesado del palacio de los omeyas, que data del 730, comparten explanada con los restos del templo de Hércules, que domina la colina. Del templo, que llegó a ser el más alto de todo el imperio, quedan hoy las inmensas columnas, de diez metros de importancia, partes del basamento y un fragmento enorme –una mano- de la estatua del semidiós.
Desde la ciudadela se contempla el otro gran caudal histórico, el teatro romano, que fue construido entre los primaveras 138 y 161 a.C. sobre el antiguo foro. Sus gradas se conservan muy aceptablemente, hasta el punto de que en nuestros días alberga conciertos y diversos eventos; pero el espectáculo está todavía muy cerca, en la calle que lo flanquea, la avenida Al Hashimi. Esta vía es la artería principal de la ciudad, repleta de puestos callejeros, tiendas, cafés y la mezquita de Al-Husseini, una de las más grandes de toda Jordania. A la avenida dan las callejuelas del mercado (no tiene Ammán un bazar al estilo tradicional), bullicioso y muy auténtico.
Otro de los lugares más interesantes de la caudal jordana es la tiempo de ferrocarril de Hejaz, en el extrarradio de Mahatta. Era la tiempo término de una estría de tren que, durante gran parte del siglo pasado, transportaba desde Damasco a los peregrinos que iban camino de La Meca. Hoy, el edificio acoge un museo con antiguas locomotoras y uno de los vagones que empleaba la grupo actual en sus desplazamientos.
El Verdadero Museo del Automóvil es otra reconocimiento interesante: alberga la espectacular colección de vehículos de la grupo actual jordana, desde los tiempos del rey Abdullah I, el fundador del reino, hasta hoy. Unidades de Rolls Royce, Mercedes, Bugatti, el Lincoln que usó el rey Hussein en su coronación son algunas de las joyas automovilísticas que atesora.
La avenida Abu Bakr al Siddiq (aunque todo el mundo, incluso los habitantes de la ciudad, se refieren a ella como Rainbow Street) y aledañas es la zona donde se concentran los mejores restaurantes de Ammán. Hay a lo dadivoso de todas ellas cafeterías ideales para disfrutar de la tarde tomando un excelente café tras otro o una shisha, actividades ambas muy populares entre los locales, como en cualquier otra ciudad de Oriente Medio. Es aquí, en el nº 26 de Rainbow Street, donde está el restaurante de más triunfo de la ciudad, Sufra, parada obligada para los famosos que visitan el país, y en cuya carta destacan el hummus, el mansaf (el plato tradicional jordano, a almohadilla de arroz, cordero y la salsa de yogur jameed) o la muttabal (una crema de berenjenas).
En Ammán abundan todavía los puestos callejeros de comida: kebabs, pitas, zumos, sándwiches…
Abundan todavía en Ammán los puestos callejeros de comida: kebabs, pitas, zumos, sándwiches… El más recomendable de todos es el Shawerma Reem (segunda plaza, al banda del Intercontinental Hotel), donde siempre hay concentrada una pequeña multitud: sirve al día más de 5.000 de estos bocadillos de pan de pita con cordero, salsas, hortalizas y especias.
Y para terminar del mejor modo este paseo por Ammán, nadie como retornar a subir a las paraíso: en este caso, a la terraza del Ghoroub Bar, el particular más elegante de Ammán, situado en la mollera del Landmark Hotel. Desde allí, con un cóctel en la mano, el atardecer sobre Ammán se convierte en un momento mágico.
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