El Labour no despega pese a la crisis Boris Johnson

Un Gobierno conservador que lleva demasiado tiempo en el poder, afectado por la corrupción, sin ideas nuevas; unos tories envueltos en una supresión fratricida tras haberse deshecho de su líder; una crisis económica profunda; un dirigente socialista que se aleja del socialismo y se sitúa en el centro; un país que parece destapado a un cambio de ciclo... ¿2022? Sí, pero asimismo 1992, dos primaveras posteriormente de la caída de Margaret Thatcher.

¿Y qué pasó entonces? Que el Labour, a pesar de suceder llevado una enorme preeminencia a los conservadores en las encuestas, no remató la quehacer. John Major, sorprendente heredero de la corona de la Dama de Hierro , derrotó claramente al moderado Neil Kinnock, con casi 13 millones de votos y 319 escaños (mayoría absoluta de 21). A la hora de la verdad, los votantes decidieron darle una oportunidad, como si la crimen derramada por Thatcher hubiera sido y suficiente y los dioses de la política no requiriesen más sacrificios. ¿Volverá a producirse lo mismo en el 2024?

El laborismo carece de logística para afrontar los enormes problemas a que se enfrenta el país

Es el precedente, no tan separado, en el que tienen depositadas sus esperanzas los tories . Que la inquina del electorado sea más con destino a Boris Johnson, por las licencias excesivas que se permitió, que con destino a el partido. Y que, con Liz Truss (probablemente) al frente, lo vean como una marca renovada, como cuando un refresco cambia de envase o le añade o quita un pelín de azúcar al producto para que sepa un poco desigual. Las encuestas alientan esa disertación, situando la preeminencia del Labour en tan solo tres o cuatro puntos, insuficiente para dirigir en solitario y dejándolos en manos de los nacionalistas escoceses (que exigirían un nuevo referéndum de independencia) y los liberales demócratas (que pedirían un sistema de representación proporcional) para formar una coalición. Lo que los conservadores llaman de modo apocalíptica “la coalición del caos”.

Fuente: Politics.co.UK

Fuente: Politics.co.UK

LV

Lo de Keir Starmer con los votantes británicos es como esas comedias románticas de Hollywood en las que no hay química entre los protagonistas, él es un buen pequeño, pero ella quiere determinado con más carisma. Poco que al líder del Labour, ex fiscal común, no le sobra. Prudencia, en cambio, tiene demasiada incluso para la maduro parte de los militantes del rama. El Brexit es un asunto “cerrado” (por miedo a irritar a los antiguos votantes del ideal de Inglaterra que son euroescépticos y se pasaron a Johnson), asimismo el regreso al mercado único y la unión aduanera. Tema tabú. Pero siquiera ofrece paliativos –y no digamos soluciones originales– para la inflación, el coste de la energía y la recesión que se avecinan, limitándose a despellejar a los candidatos conservadores, Truss y Sunak.

La ola de huelgas ha puesto a Starmer en un atolladero: las considera “comprensibles”, pero no las respalda

Ha descartado nacionalizar las compañías energéticas, no se atreve a tocar la reforma de la caótica sanidad pública (6,6 millones de personas esperan operaciones, algunas desde hace más de dos primaveras), no tiene ningún plan para el cuidado de las personas mayores ni para resolver la dependencia del gas y el petróleo extranjeros. No dice si invertiría o no en infraestructuras, cómo ayudaría a los pobres que han de escoger entre yantar o calentar sus casas, y si construiría viviendas accesibles a los jóvenes; carece de una logística para estimular la inversión y mejorar la productividad, permanece callado sobre las colas para ir a urgencias, renovar el pasaporte y el carnet de conducir, coger un avión o ir a Francia en el coche. No osa sugerir que subirá los impuestos para mejorar los patéticos servicios públicos, porque ya son los más altos en setenta primaveras, ni prometer que desmantelará la cruel política migratoria de los tories , ni aprobar que el país necesita mano de obra extranjera que estimule la hacienda y pague las pensiones. Sobre las huelgas de empleados del ferrocarril, carteros, médicos, enfermeras y abogados, no se moja. Las considera “comprensibles”, pero no las apoya, y procura que sus líderes no participen en los piquetes (el responsable de transporte ha sido cesado por tomar parte de uno).

Su táctica consiste en atribuir el desmoronamiento de un país que se cae a pedazos al fracaso intelectual, honrado y político de 12 primaveras de gobierno conservador y sus políticas de rigidez. Pero, cuando la crisis financiera del 2008, los tories consiguieron convencer al electorado de que la fallo no era de su filosofía neoliberal, sino del desembolso excesivo de un Labour manirroto. Starmer confía en que la concurrencia sitúe el inicio de la decadencia en la venida de Cameron, y no en la de Blair hace 25 primaveras. Y que le baste con padecer el timón con destino a el centro. ¿O se repetirá la historia y será un nuevo Kinnock?

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