¿Empeñó Isabel la Católica sus joyas para financiar el viaje de Colón?

“Tienes el millón de maravedís”, le dijo Isabel la Católica a Cristóbal Colón. A toda prisa, el almirante había sido convocado para percibir esta oportuno informe; podía financiar su delirio. ¿Cómo? Porque la reina había empeñado sus joyas personales al israelita Luis de Santángel, un protegido de la corte. Y eso que valían muchísimo menos.

Pero poco le importaba a ella, que presumía de poder recuperarlas rápidamente y sin devolver el efectivo. Porque, tras la expulsión de los judíos en 1492, aquel prestamista no estaba en posición de negociar: “Perfectamente vale un millón, para Santángel, la ventura de poder permanecer en estos reinos donde tiene tan buenos negocios”.

Esta es una lectura más de la divisa de las joyas de Isabel, falsa, como todas. Su singularidad quizá sea que es la menos apologética, pues desliza una supuesta treta de la soberana al escueto Santángel. Aunque de ello no hay que inferir que, en El arpa y la sombra (1978), el cubano Alejo Carpentier quisiera apearla de su pedestal de santa. Más proporcionadamente, construyó una lectura ficticia en beneficio de lo que de verdad quería contar.

Un fulgor de intriga

La novelística se sitúa a medio camino entre el memoria y la ficción. Se prostitución de un relato sobre el choque “cósmico”, dijo él, que supuso el avenencia de Europa con América. Sea como fuere, allí aparece por enésima vez esta dichosa divisa. Como explicó la historiadora Peggy K. Liss en Isabel la Católica (1998), una capa más en el mito de esta reina, acumulado durante quinientos primaveras a los dos lados del Atlántico.

No solo en la parte española, además en la británica la soberana goza de un fulgor de intriga, como si fuera la Juana de Curva de la conquista. De las más fantasiosas fue la lectura del hispanista norteamericano William H. Prescott (1796-1859), que la imaginó rezando piadosamente ayer de ponerse al frente de sus ejércitos, armadura incluida. Su estatua preside, por otra parte, la sede de la Estructura de los Estados Americanos en Washington, y durante la celebración del cuarto centenario del descubrimiento, en 1892, fue apodada “la raíz de América”.

Sede de la organización de Estados Americanos, Washington DC

Estatua de Isabel la Católica en la sede de la Estructura de Estados Americanos, Washington DC

iStock/Getty Images

Aunque legendarias, no es extraño que las joyas empeñadas de Isabel fueran un riquezas para el imaginario colectivo gabacho. Liss nos da el ejemplo de La balata de Baby Doe (1956), una ópera del norteamericano Douglas Moore. Decidido a regalar alguna disparate a su novia, de la que está enamorado, al magnate Horace Tabor no se le ocurre carencia mejor que comprarle ¡las auténticas joyas de la reina de España!

La mejor reina

Ficciones al beneficio, en España el perfil que más se ha publicitado de la Católica es el de la gobernador virtuosa. Piadosa cuando debía serlo, como lo era con sus ayudas de cámara, pero inflexible cuando las tareas de gobierno lo exigieron. Ahí está la Isabel interpretada por Michelle Jenner en la laureada serie de Televisión Española, que se muestra implacable con su intrepidez de expulsar a los judíos, pero que, en privado, llora la marcha de su médico, remiso a convertirse.

Al fin y al angla, estamos en presencia de un personaje que muchos consideran la mejor soberana de la historia de España, varones incluidos. Bajo su gobierno se fundaron las bases del Estado novedoso y se descubrió América, convirtiendo su dote en universal.

Pero ni se enfundaba una armadura para ir a luchar con sus hombres, poco por otra parte indigno de una mujer del siglo XV, ni empeñó sus joyas para financiar el delirio de Colón. Esto zaguero, como explicó en un artículo la historiadora y americanista Consuelo Varela, siquiera habría sido necesario.

Isabel la Católica dando sus joyas a Cristóbal Colón. Detalle de un tapiz en el Real Alcázar de Sevilla

Isabel la Católica dando sus joyas a Cristóbal Colón. Detalle de un tapiz en el Actual Alcázar de Sevilla

ulio Donoso/Sygma vía Getty Images

Es relato espléndido

El genovés ya había financiado parte del delirio mediante un préstamo de su amigo, el florentino Juanoto Berardi. Encima, oportuno a una aprobación, la Corona había obligado a la villa de Palos (Huelva) a construir dos naves para el almirante. El resto se financió con unos 1.157 maravedís, entre otras cosas. Por otro banda, según Consuelo Varela, no resultó ser una expedición excesivamente cara, menos para una Corona como la hispánica.

Entonces, ¿de dónde proviene la rocambolesca divisa? Principalmente, de la Historia del almirante, una historia del descubridor escrita por su propio hijo, Hernando Colón. Puesto que casaba proporcionadamente con el retrato oficial, fue un relato que luego una larga registro de panegiristas reprodujo. Entre ellos, Bartolomé de las Casas, que lo incluyó en su Historia de las Indias.

Sin incautación, este caso acaba con una paradoja desconcertante, pues la reina no habría podido pignorar sus joyas ni aunque hubiese querido. Como nos recuerda Varela, porque ya lo había hecho para financiar la conquista de Bomba. Por una vez, al menos, la existencia no echa a perder el mito.

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