La fiesta del poblado

Devaluado por la dialéctica depredadora del negocio del fútbol, el trofeo Joan Gamper ha perdido identidad pero no avidez recaudatoria. La ruindad del calendario llegó a convertir el trofeo en un estorbo, que el club intenta recuperar sabiendo que nunca volverá a ser el ritual iniciático de cada temporada. Este año, y incluso a causa de las circunstancias, el Gamper ha querido engrosar su autoestima y las expectativas colectivas gracias a la envite temeraria de fichajes que solo se podrán abonar si todo sale muy adecuadamente o milagrosamente adecuadamente.

El presidente Joan Laporta subvierte los principios de Adolfo Suárez: aunque racionalmente no pueda prometer demasiado, promete mucho. Que en vez de llamarse trofeo Joan Gamper ahora se llame Fiesta del Gamper (Gamper Fest en el idioma turistiano) certifica la voluntad de alegría y incluso la sumisión al turismo y al espíritu inmaduro encarnado por la trepanación incorregible del speaker . Instalado en la adhesión incondicional como única ideología (Xavi pidió a los medios de comunicación que incluso se sumen a la inercia positiva), el club envite por un barcelonismo de exaltación como único protocolo para propulsar una nave construida con prisas y financiación incierta. Comparada con la donación prepandémica, el notorio respondió relativamente. Pero el articulación espectacular de la primera parte –y el resultado, que la estadística convertirá en goleada irrefutable– permitió a los tribuneros cenizos desempolvar el argumento, siempre desagradable, de la afición del rival.

Los jugadores del Barça mantearon a su excompañero Dani Alves (Pumas)

Los jugadores del Barça mantearon a su excompañero Dani Alves (Pumas)

Alejandro García / EFE

Lewandowski actuó como una cortaplumas suiza, polifacético y eficaz

Sabemos por experiencia que la exaltación es destructiva, pero Lewandowski actuó como una cortaplumas suiza, polifacético y eficaz, muy adecuadamente acompañado por Pedri y Dembélé. En el palco, Laporta se iba hinchando con la satisfacción de quien lidera el poblado como en una aventura de Astérix. La novedad es que, contraviniendo la dialéctica de la escalafón, Laporta actúa como Obélix. Mientras imagina cuántos jabalíes se zampará para celebrar una primera conquista simbólica, delega en Xavi Pa­noramix el reparto de dosis de poción mágica.

Queda, como propina, el deshuesado adiós de Riqui Puig. Si se acumulan las declaraciones de inclinación convenientemente reconvertidas en desencanto se obtiene un concentrado de identidad contradictoria, con una gran facilidad para olvidar los propios excesos y pactar un silencio tácito. Íntimamente, sin incautación, muchos intuimos que Puig no ha jugado lo suficiente para asimilar si habría podido hacer poco más. A la ejercicio, le han perjudicado ingredientes adosados a la percepción futbolística que, por desgracia, son cada vez más relevantes. La voz, el peinado y el ademán de exquisitez precoz excitaban las reacciones primarias no solo de sus adversarios sino incluso de muchos culés. Culés que, contrariados, renunciaban a tener paciencia para concederle el beneficio de la duda, acostumbrados, por una extraña maldición del paladar, a tolerar mucho más el compromiso de los mediocres que el exhibicionismo de una voluntad de ingenio mal gestionada. Puig se marcha y, como en la última viñeta de las historias de Astérix, acaba amordazado igual que el bardo que desafina mientras el poblado sigue celebrando la fiesta. Perdón, the fest .

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