Argentina se inventa una nueva jugada de todos los tiempos

No fue una fuga de Messi levitando a lo Maradona en 1986 en el partido de su vida. Todo lo contrario. Participó el rosarino, omnipresente en su gran día, pero sólo con dos toques tan precisos como decisivos que despejaron la pasada. Hubo más, mucho más, en el contragolpe consumado, en la combinación que será recordada durante décadas como la más bella y categórica de la final del Mundial de Qatar contra Francia. Marcó Di María, inconmensurable en el mano a mano frente a Lloris.

Cinco jugadores y siete toques necesitó Argentina para dibujar un muro precioso y transformarlo en el gol mejor gol del Mundial. La velocidad y la precisión se unieron en una transición que los expertos califican ‘de texto’. Una de esas ocasiones en que los jugadores de un mismo equipo parecen tener un imán que atrae constantemente el balón. Llegaron tarde siempre los esforzados jugadores franceses, incapaces de soplarle en la cogote a nadie de los arrebatados argentinos, protagonistas de una obra maestra.







La influencia del diez


Sólo necesito Messi dos toques. Control y pase. De espaldas. Casi sin mirar, sólo intuyendo los movimientos de sus compañeros

Francia regaló uno de tantos balones a lo holgado de su partido, francamente mejorable. Despejó Nahuel Molina en torno a el centro con la intención de alejar el balón. De primeras golpeó McAllister en torno a la posición donde sabe de memoria que debe de estar Messi. Y hacía allá corrió el balón, como un poseso, atraído por su divinidad. En ese momento se activó Argentina. Siempre sucede cuando intuyen, y es muy a menudo, que el rosarino será capaz de purificar la pasada, mejorarla y crear ventajas para sus compañeros.

El diez sólo necesito dos toques. Control y pase. De espaldas. Casi sin mirar, sólo intuyendo que Julián Alvárez se escoraba a la derecha y que McAllister corría por el centro. El balón llegó en torno a el sucesivo argentino, el del Manchester City, que dio continuidad al primer toque a la carrera del hijo del colorado, un tren de mercancías imparable que atravesó toda Francia como un puñal por el centro. No tuvo dudas y antaño de que llegase Koundé para interrumpirle golpeó el balón con sutileza en torno a esa zona crítica entre zaguero y punta. Por allí, como un correcaminos desencadenado, apareció Di María mucho antaño que Quid Lloris para mudar el segundo gol de la final de disparo cruzado.

Fue la pasada de la Copa del Mundo en Qatar. Una obra inolvidable que multiplicará su valía con el paso de los abriles. Los argentinos se encargarán de convertirla en la nueva pasada de todos los tiempos, como Víctor Hugo Morales calificó a la de Maradona contra Inglaterra en 1986. Esta vez sin que la individualidad prevalezca. Si no haciendo del equipo su gran virtud. Porque no necesitó multiplicarse Messi para ser el mejor Messi. Esta vez no estaba sólo en la pelea por alcanzar su sueño.

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