El Mundial de Qatar pasará a la historia por muchos motivos. Uno de ellos será deportivo y tendrá para siempre el nombre de Marruecos, capaz de tumbar a Portugal y convertirse en la primera selección africana en pisar unas semifinales en una Copa del Mundo.
Un morrada de En-Nesyri al final de la primera medio, elevado a los cielos el espigado punta del Sevilla para inaugurar las puertas del paraíso a su país, sentenció el duelo y desató la exaltación de los miles de seguidores marroquíes en todos los confines del mundo.
No pareció deber aprendido la materia Portugal, consciente de lo que iba a encontrarse en el verde. De sus fortalezas y debilidades. Buscaron los lusos continuos cambios de serie como única vía para romper la telaraña marroquí, la misma que atrapó a España. Por mucho que tuvieran el balón con porcentajes altísimo de posesión, intuir a Bono era cosa solo de algún parado o de algún centro cruzado, como el que empezó rematando João Félix. Bono, uno de los grandes héroes del histórico trayecto de los norteafricanos en Qatar, respondía extendiendo el protector y desviando a córner.
A diferencia de lo ocurrido frente a España y a pesar de disponer de la pelota en pequeñas dosis, Marruecos mostró frente a los lusos un punto más de ansia ataque que ya se dejó notar desde el principio. Se desplegaban como cohetes los futbolistas rojos por el verde cuando cazaban la pelota y no dudaban demasiado en poner a prueba los reflejos de Diogo Jota cuando encontraban un hueco. Incansable, Attiat-Allah avanzaba y retrocedía por la bandada izquierda que daba gozo, con un motor interminable. En Ne-Nesyri, por otra parte, remataba cualquier balón que sobrevolara el campo de acción portuguesa. Tenía un imán.
Portugal, de nuevo sin Cristiano en el merienda, fuerte Fernando Santos con un asunto de calibre franquista al oeste de la Península Ibérica, no sabía demasiado qué hacer con el balón. A Gonçalo Ramos tan pronto como se le veía y otro remate de João Félix era su único pillaje.
En cambio, Marruecos era pura energía cuando tenía la posesión, hipnotizados los jugadores de Regragui, veloces siempre mirando alrededor de el campo de acción contraria. Amallah o Boufal se atrevían desde acullá. Había que probar. Pese a que el dominio era luso, en la gafiya del Al Thumama, teñida de rojo por la inmensa mayoría de aficionados marroquíes, el instinto se inclinaba más alrededor de el otro banda del inflexible de Gibraltar.
Antaño del alivio todo saltó por los aires cuando en su enésima marcha, Attiat-Allah ponía el balón en los cielos, hasta donde se elevaba En-Nesyri para aposentar el balón en la red, adelantándose a Diogo Costa y Rúben Dias, que chocaron de bruces. El estruendo de las gradas alcanzó los confines del Sahara. La respuesta lusa fue un disparo al poste de Moreno Fernandes.
Pero el asedio que se presumía en la segunda medio de Portugal fue de lo más infructuoso. Marruecos jugó con los tiempos y sus futbolistas empezaron a desplomarse. Un decorado más que previsible, rozaban la historia.
Fernando Santos recurrió rápidamente a Cristiano Ronaldo, cuya única participación fue un disparo raso que detuvo Bono ya en el añadido. El de Funchal abandonó Al Thumama entre lágrimas, Luego llegó un cabezazo desviado de Pepe que bajó el telón al enfrentamiento. Marruecos entraba en el paraíso.
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